
‘LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE’ Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ
Arzobispo de Los Ángeles
(A continuación publicamos la homilía que Monseñor Gomez predicó durante la Misa en honor a la Virgen de Guadalupe, en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, el 12 de diciembre de 2022. | Fotografía de victor alemán | Vida Nueva / AngelusNews).
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Celebramos esta noche, de modo especial, la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Y nos unimos a los Obispos de México al inicio de la Novena Intercontinental Guadalupana de preparación para la celebración del 500 aniversario de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
También celebramos hoy la fiesta de la Virgen de Guadalupe dentro del año de ‘renovación eucarística’ en los Estados Unidos. Los Obispos de nuestro país nos han convocado a que todos podamos valorar mejor la importancia del Sacramento de la Eucaristía en la vida y la misión de la Iglesia.
Como siempre es una gran alegría celebrar con todos ustedes la fiesta de Na. Sa. de Guadalupe y mostrarle nuestro amor y devoción.
La Virgen de Guadalupe es nuestra madre. Ella nos recuerda quienes somos. Hijos e hijas queridísimos de Dios Nuestro Señor. Y es con Ella con quien queremos estar, porque ella nos lleva a Jesús, nos lleva a Dios.
Cuando la miramos a los ojos, experimentamos el amor que tiene por cada uno de nosotros, por nuestras familias, la Iglesia y la sociedad en la que vivimos. Maria de Guadalupe abre sus brazos, con ternura y compasión y nos abraza a todos con amor de madre.
El profeta Zacarías nos dice esta noche, en la primera lectura de la Misa, que nuestra Madre viene a traernos a Jesús para que habite en medio de nosotros: “Canta de gozo y regocíjate, Jerusalén, pues vengo a vivir en medio de ti, dice el Señor.”
Ésa es la hermosa misión de Maria Santísima: ¡ella nos trae a Jesús!San Juan Pablo II nos dijo: “donde está Ella, no puede faltar su Hijo” .
Como sabemos, María estuvo en la concepción y en el nacimiento de Jesus. Estuvo con él para presentarlo en el Templo y ayudarlo a crecer durante aquellos años de vida oculta en Nazaret.
Ella estuvo presente en Caná, al inicio de su ministerio público.
Y lo siguió entre la multitud para escucharlo predicar, para presenciar sus milagros.
Estuvo presente, al pie de la cruz, cuando su Hijo murió. Y estuvo también presente en el nacimiento de la Iglesia, orando con los apóstoles cuando el Espíritu Santo descendió en Pentecostés.
Y a lo largo de la historia, María sigue siendo —en todos los tiempos, en todos los lugares y en todos los corazones— el rostro maternal de la misericordia del Padre.
Desde los primeros siglos de la Iglesia, Dios Padre ha seguido enviando a María Santísima para mostrarle a sus hijos su tierna misericordia.
En todas sus apariciones, el mensaje de la Virgen María ha sido siempre como el del Tepeyac: Ella es la madre de toda la humanidad, la madre de cada persona de toda raza y de toda lengua. Y donde ella está, no puede faltar su Hijo Jesus, ofreciendo su amor y su salvación.
Siempre, la Virgen María “visita” a sus hijos e hijas, así como visitó a su pariente Santa Isabel en el Evangelio que acabamos de escuchar.
Hoy podemos reflexionar en el “ejemplo sencillo” que nos da Maria Santísima.
¿Por qué visitó a Isabel? Porque Isabel era una mujer que milagrosamente, quedó embarazada. María fue a ayudarla, aunque ella también estaba embarazada esperando al Niño Jesus.
Qué ejemplo tan bonito. La sencillez y la ternura de Maria Santísima con su prima Santa Isabel.
Y la misma sencillez esta presente en toda la vida de la Virgen Maria. Vivió su vocación y su misión en la historia de la salvación siendo, sencillamente, una madre y una esposa, cumpliendo con los deberes de su familia.
Dio a luz a su Hijo y lo educo y lo cuidó. Ella fue la fiel esposa de San José y visito a su prima Santa Isabel, como lo escuchamos esta noche.
Queridos hermanos y hermanas, Nuestra Señora nos muestra el camino al que estamos llamados en nuestra vida ordinaria.
Vivimos nuestra vocación cristiana en nuestros hogares, en nuestras familias. El reino de Dios se vive y se desarrolla a través de las cosas pequeñas de nuestra vida diaria, a través de los pequeños actos de amor, de dulzura y de amistad.
El amor es el camino que estamos llamados a seguir, el amor a Dios y el amor a los demás. Éste fue el camino recorrido por María y por San José. Y debe ser nuestro camino también.
Esta noche, pidámosle a la Virgen Maria la gracia de estar siempre con Jesus y amar a los demás en la sencillez de nuestra vida ordinaria. ¡Con hechos y de verdad!
Pidamos la gracia de “visitar” —con amor y ternura— a los que están cerca de nosotros, y de llevarlos a Jesús, así como María lo hizo.
Y decidámonos a recibir en nuestras almas y nuestros corazones, a María y a Jesús, que vienen a tocar a nuestra puerta, tal como tocaron a la puerta de Santa Isabel.
Y en este tiempo de Adviento, preparándonos para la Navidad, pidámosle a María que ella sea siempre una madre para cada uno de nosotros. ¡Nuestra Madre Santísima!
Y no nos olvidemos nunca de las hermosas palabras maternales que le dirigió a San Juan Diego: “¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?”
¡Que Viva la Virgen de Guadalupe!
¡Que viva San Juan Diego!
¡Que viva San Junípero Serra!
¡Que viva Cristo Rey!
¡Que viva la Virgen de Guadalupe!
¡Que viva la Virgen de Guadalupe!
¡Que viva la Virgen de Guadalupe!
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