<!--:es-->LA FE ES UN DON Y UNA TAREA<!--:-->

LA FE ES UN DON Y UNA TAREA

Cuando alguien te pregunte: “Oye, ¿en qué consiste la fe?”, con tranquilidad y seguridad puedes responder que la fe consiste en tener una relación personal con Dios. Pero si alguien todavía más inquieto te preguntara: ¿En qué consiste la fe de los católicos?, con la misma tranquilidad y seguridad puedes responder: La fe de los católicos consiste en tener una relación personal con el Dios que nos mostró nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto la fe no es simplemente una cuestión intelectual, sino que es una actitud en la que está involucrada toda la persona.

Cuando decimos tengo fe, todo nuestro ser entra en acción, lo que somos, lo que sentimos, lo que deseamos, nuestro comportamiento, nuestros ideales más elevados y nuestros comportamientos más cotidianos; incluso nuestras actitudes hacia las otras personas o hacia las cosas, porque todo está iluminado por nuestra relación personal con el Dios de Jesucristo.

Jesucristo nos dijo que Dios es un Padre bueno, que nos ama con ternura maternal, que se acerca a nosotros con amor, que nos perdona cuando tenemos un corazón arrepentido, que está pendiente de nuestra vida y que espera que algún día todos lleguemos a Su gloria. Nuestra fe consiste en amar y dejarnos amar, por eso Dios es bueno.

Por eso la fe tiene un poder, tiene el poder de renovarnos, de darnos seguridad en los momentos difíciles, de orientarnos para salir de las crisis en la que nos ponemos por los límites propios de nuestra condición humana. La fe mueve montañas.

Pero la fe no es una experiencia individualista. La fe sólo se puede vivir en la Iglesia, es la comunidad eclesial la que orienta, acompaña y purifica esa fe de cada uno de los que hemos aceptado a Dios como el centro de nuestra vida, a Jesucristo como nuestro Señor y al Espíritu Santo como la persona divina que nos revela el misterio de Dios. Para los católicos la fe sólo se da en el ambiente de una comunidad eclesial.

Dios es el que toma la iniciativa de buscarnos, de salir a nuestro encuentro. La naturaleza de Dios es la bondad y por su bondad que no tiene límite nos busca e inicia esta relación que nos va ayudando a ser nosotros mismos, a ser libres de verdad, a desarrollar los talentos que Él nos ha regalado. La fe nos hace mejores personas, por la que sin fe no nos desarrollamos de manera total e integral. La fe es un elemento esencial en el desarrollo del ser humano.

Cuando Jesús le preguntó a Pedro: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, le preguntaba sobre aquellos comentarios que se iban suscitando por su manera de actuar, por sus milagros, por su predicación, pero cuando le pregunta: “Y tú, ¿quién dices que soy yo?”, le estaba preguntando acerca de su fe. Le estaba haciendo una pregunta que tocaba la vida de Pedro, por eso su respuesta es la respuesta de un hombre de su tiempo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Para los contemporáneos de Pedro, el Mesías era la respuesta a todos los grandes anhelos del pueblo y de la humanidad. La respuesta de Pedro aunque imperfecta, pues aún tendría que pasar por la purificación de la Pasión y de la persecución, es un modelo para nuestra propia respuesta. La fe de Pedro fue el punto de partida del ministerio de la unidad, que Él ejerció entre los cristianos de la primera generación pero que se sigue ejerciendo en la persona de nuestro pastor universal el Papa Benedicto XVI.

La fe es una de las tres virtudes teologales, las otras dos son la esperanza y el amor. En realidad la fe no se puede entender sin las otras dos virtudes como ninguna de las otras dos virtudes se puede entender sin la fe. Por la esperanza estamos seguros de que nuestro destino y el de al humanidad están en manos de Dios y que el bien habrá de triunfar sobre el mal. Por la caridad sabemos que sólo quien se da a los demás como un servidor es digno de llamarse cristiano, porque Jesucristo nuestro Señor, a quien seguimos, se entregó a los demás por amor, incluso se entregó a la muerte para que todos a lo largo de la historia tuvieran vida en abundancia.

Aceptar al Dios de Jesucristo es un regalo, la fe es un don divino. Nadie puede conocer a Dios sin que Dios mismo nos revele su Misterio. Podemos estudiar temas teológicos, pero tener una relación con Él implica que Él me invita a esa profunda relación de amor. Pero la fe también es un acto libre de la persona que consciente de lo que Dios le ofrece acepta la amistad de Dios. Es el ser humano que libremente le dice a Dios: “Sí, yo te quiero en mi vida, te acepto en mi vida, te prometo obediencia”. Como adultos, en nuestra relaciones humanas no desarrollamos este nivel de confianza con otras personas, pero con Dios esto sí es posible porque podemos confiar en Él, que quiere lo mejor para cada uno de nosotros. Entonces la fe se vuelve un trampolín, que nos vuelve gigantes en esta vida y nos prepara para la vida eterna.

No podemos olvidar que la fe requiere que trabajemos en ella, que la hagamos crecer, que nos abramos al misterio infinito del amor de Dios que nunca podemos agotar, pues la fe es también algo a conquistar, es decir que nos motiva a dar lo mejor de nosotros mismos. Nuestra comunidad eclesial nos ofrece tres ámbitos o ambientes para desarrollar nuestra fe.

LUGARES DE CRECIMIENTO EN LA FE

El primero es la Catequesis, en sus diferentes formas y programas: para niños, para jóvenes y para adultos, para casados o para solteros, para madres solteras o hijos de parejas divorciadas, etc. La Catequesis nos ayuda a saber dar razón de nuestra fe, es decir, a entenderla, y a tener la capacidad de explicarla a otras personas creyentes o no creyentes. Hay un componente racional, o intelectual en nuestra experiencia de fe que tenemos que desarrollar para explicar con nuestra palabras, en nuestra cultura, y de acuerdo al tiempo en que estamos viviendo la maravillosa experiencia de la fe en un Dios que es amor. Nadie debe sentirse excluido de la formación en la fe, porque aún en el seno de nuestra familia surgirán las preguntas que necesitan una respuesta más profunda y sólida. Pensemos en los jóvenes que reciben información en su escuela que aparentemente no es compatible con la fe, sin embargo cuando tenemos la formación adecuada podemos integrar los diferentes tipos y formas de conocimiento sin que la fe sea un obstáculo para entender y aceptar los aportes de las ciencias.

El segundo ámbito es el de la celebración, la Liturgia de los Sacramentos y otras formas de oración son lugares privilegiados para mantener nuestra comunicación con Dios de manera personal y comunitaria. Dios nos habla a través de la Liturgia de la Palabra en los Sacramentos, se nos hace presente sacramentalmente en el milagro de la Eucaristía, y se nos comunica de diversas maneras en los Signos Sacramentales. Sin la oración y la celebración no podemos profundizar en nuestra fe. San Alfonso María de Liguori decía quién no reza no se salva, porque cómo puede alimentar su fe alguien que no se comunica con quien es la fuente de la fe.

El tercer ámbito para vivir la fe es la vida cotidiana, en donde expresamos nuestra fe a través de nuestra conducta, en nuestro comportamiento con las otras personas. Una persona no puede decir que tiene fe si es violenta y agresiva en sus relaciones familiares, nadie puede hablar de fe si trata con desprecio a las personas que están bajo su autoridad en el trabajo o en la escuela o en cualquier situación de la vida. La fe se expresa en nuestra responsabilidad como ciudadanos, en los criterios con los que elegimos a nuestras autoridades civiles, en la manera cómo colaboramos para tener barrios menos violentos, etc. La fe es al final de cuenta una forma de vida.

TESTIGOS DE LA FE

Todos nosotros conocemos personas que han vivido de manera íntegra esta relación con Dios, ellos son los Santos reconocidos y canonizados y los Santos no reconocidos ni canonizados. Pensemos en Santa Teresa de Ávila, la mujer que supo observar como la fe le daba un sentido a su vida y que además supo expresar esa misma fe en escritos bellísimos que no pasan de moda aunque pasen lo años y los siglos. Quizás para muchos de nosotros la figura de San Francisco de Asís es más conocida. El hombre que desde su fe supo unir el amor a las creaturas, el respeto a la creación, la sencillez y la pobreza. En esas virtudes expresaba su fe y era capaz de vivir intensamente su amor a Jesucristo y su fidelidad a Dios. Recordemos a San Alfonso de Liguori, el Santo abogado que entendió que servir a los más abandonados de la sociedad era la prioridad para su vida y para los hermanos de su congregación. Escribió libros y folletos para que tanto los sacerdotes como la gente más sencilla tuvieran al alcance de su mano libros de formación en la fe que les ayudaran a seguir a Jesucristo y llevar una vida moralmente correcta.

Hay otros Santos no canonizados cuya vida es un modelo elocuente de amor a Dios, como César Chávez, el líder de los campesinos. Su fe y su conocimiento de la doctrina social de la Iglesia lo llevaron a actos heroicos a favor de los campesinos pobres del Valle de San Joaquín y de todo el país. Otro hermoso modelo es Dorothy Day quien con sus iniciativas levantó la voz de los obreros para conseguir que ellos tuvieran condiciones dignas en su trabajo, un salario justo y prestaciones de las que hoy mismo nosotros nos hemos beneficiado.

Hay otros muchos Santos anónimos que viven a tu lado, que trabajan junto a ti y que rezan en la misma banca donde tú rezas en tu parroquia. Hay millones de testigos que con su alegría, generosidad, sentido comunitario manifiestan ante el mundo que Dios está aquí y quiere también establecer una relación personal contigo.

PRÁCTICAS DE LA FE

La Iglesia a lo largo de los siglos ha desarrollado unas prácticas religiosas que nos ayudan a crecer en nuestra fe. Recordemos que son los hábitos y las virtudes los que nos ayudan a desarrollar lo mejor de nosotros mismos. La lista de las prácticas cristianas que nos ayudan a crecer en la fe es muy larga pero quiero enfocar su atención en las más eficaces. En futuros artículos explicaré otras prácticas de fe que han ayudado a millones de personas a mejorar su relación con Dios.

La más importante es el Triduo Pascual que como su nombre lo indica se desarrolla en tres días de oración ayuno, reflexión y celebración. En esos días celebramos el misterio central de nuestra fe: la Vida, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Vivir intensamente las celebraciones litúrgicas de estos días es garantía de crecimiento en la fe.

La participación en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía es también comunicación eficaz con la fuente de nuestra vida. La lectura de la Biblia especialmente en una comunidad de fe y bajo la guía de nuestros pastores es un modo innegable de crecimiento y fidelidad a Dios. La oración diaria, la bendición de la comidas, el diálogo sobre temas religiosos en familia. Todas esas prácticas contribuyen a al crecimiento en la fe y sobre todo a trasmitir la fe a nuestros familiares.

No puedo ser exhaustivo en el desarrollo de un tema tan amplio, pero si quiero poner las bases para seguir esta reflexión o mejor dicho esta conversación sobre un elemento esencial en nuestra vida cristiana como es la fe. Ojalá y que este artículo te ayude a crecer en tu fe y a dar lo mejor de ti a la Iglesia en la que has recibido la Vida Nueva por las aguas del Bautismo. VN

Dr. José Antonio Medina
amedina@liguori.org
Si quieres profundizar en este tema consulta El Catecismo de Pedro de Hosffman Ospino. Puedes pedirlo en tu librería favorita o al 1 (800) 325 -9521

Share