HOMILÍA – FIESTA DE LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO APÓSTOL

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

Anaheim, California
22 de febrero de 2013

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS,

Es una gran alegría verlos a todos y celebrar esta fiesta con ustedes.

La cátedra de San Pedro -su “silla”- es un símbolo de la autoridad que Jesús le confirió para que fuera la cabeza de la Iglesia. En el Evangelio de hoy escuchamos que Jesús está dando esa autoridad a Pedro:

Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,
Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
Te daré las llaves del Reino de los Cielos

¡Estas son palabras fuertes! Es bueno que las escuchemos hoy una vez más. Porque, como todos sabemos, nos estamos preparando en la Iglesia para recibir a un nuevo Papa. Como todos saben, nuestro Santo Padre el Papa Benedicto XVI ha decidido que ya no puede seguir ejerciendo su ministerio Petrino (en la cátedra de San Pedro), y por ello concluirá su ministerio la próxima semana, el día 28 de febrero.

Por eso hoy rezamos por el Cardenal Mahony y los miembros del Colegio Cardenalicio mientras se preparan para ejercer su deber sagrado de elegir, bajo la guía del Espíritu Santo, a quien Dios quiere que sea el siguiente Papa, que sirva a la Iglesia en la Cátedra de Pedro.

Hermanos y hermanas, en su renuncia, el Papa Benedicto nos ha dado un hermoso ejemplo de humildad y amor a la Iglesia. Él nos está mostrando el camino, nos está enseñando que la Iglesia no nos pertenece.

Jesús nos dice hoy en el Evangelio, “¡Edificaré mi Iglesia!”

Tenemos que recordar estas palabras, hermanos y hermanas. La Iglesia no es mía; y no es de ustedes. La Iglesia no es pertenencia de ninguno de nosotros – ni siquiera del Papa. La Iglesia es de Jesús, de Dios. Es Su Iglesia.

No importa cuán importante creamos que somos en la Iglesia, no importa cuán crucial sea nuestro ministerio, necesitamos tener la misma humildad y coraje que el Papa nos está enseñando. Tenemos que pedir gracia para renunciar a nuestros propios planes, a nuestras prioridades, para que podamos realmente servir a Jesús y a su Iglesia.

Deberíamos amar la Iglesia, hermanos y hermanas, de la misma manera como Jesús la ama. Deberíamos sentirnos profundamente responsables por la misión de la Iglesia.

Deberíamos trabajar todos los días para edificar nuestra Iglesia. Deberíamos trabajar diariamente para ayudar a purificar la Iglesia, para hacer de ella una Iglesia más santa y más fiel a Jesucristo.

Y eso empieza por nosotros, hermanos y hermanas. Necesitamos tener fe para poder guiar a otros a la fe. Necesitamos esforzarnos por nuestra propia santidad antes de querer guiar a otros hacia ella.

En el Evangelio de hoy, Jesús pregunta a sus discípulos qué dice la gente sobre él. Pero luego se vuelve a ellos. Les pregunta personalmente: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”.

Cada uno de ellos debe tomar una decisión personal sobre Jesús. Jesús nos hace la misma pregunta a ustedes y a mí: “Y tú, ¿quién dices que soy yo?”. No es suficiente saber lo que otros creen sobre Jesús. De hecho, en nuestra cultura, lo que otros creen puede ser equivocado y confuso.

Es por eso que necesitamos a su Iglesia. Porque en su Iglesia, siempre podemos encontrar a Jesús. Esta es la misión de la Iglesia -guiarnos al encuentro con Jesucristo. Por eso es necesario que existan católicos que sepan lo que Iglesia cree y enseña: para poder guiar a otros a Jesús.

Necesitamos ser transformados una vez más por la persona de Jesucristo y por el poder de su Evangelio. Necesitamos vivir nuestra fe con sinceridad, ardor, pureza y propósito renovados. Necesitamos un deseo renovado de ser sus discípulos.

¡Dios quiere que seamos Santos! Estamos llamados a la santidad de Dios, a ser partícipes de Su propia santidad. Jesús dijo en el Sermón de la Montaña: “Por tanto, sean perfectos como el Padre celestial es perfecto.”

Por ello necesitamos esforzarnos por la santidad, hermanos y hermanas. Santidad significa amar a Dios y amar al prójimo en medio del mundo, en nuestras familias, nuestro trabajo, nuestro descanso, en todo lo que hacemos.

Podemos hacer esto tratando de vivir una vida con más santidad y sencillez; tratando de vivir nuestra fe con alegría y compasión, y con un continuo deseo de ser cada vez más como Jesucristo.

Por ello, sigamos rezando por nuestra Iglesia y por el Santo Padre, el Papa Benedicto XVI. Agradezcamos a Dios por su testimonio y por su ejemplo de amor a la Iglesia.

En la primera lectura de hoy hemos escuchado las palabras del primer Papa, el mismo San Pedro. Escribiendo a sus hermanos Obispos, les dice:

Sean pastores del rebaño de Dios … (y) conviértanse en modelos del rebaño.

Todos deberíamos esforzarnos por ser buenos modelos para los demás. Deberíamos esforzarnos por ser buenos ejemplos de hombres y mujeres que siguen a Jesús.

Y como hemos estamos rezando por nuestra Iglesia y nuestro nuevo Papa, he estado pensando en el ejemplo del Papa Benedicto y el ejemplo de nuestro primer Papa, San Pedro, en su martirio.

Estoy seguro que muchos de ustedes conocen una historia que se cuenta de la Iglesia primitiva, de la época de los Apóstoles. Parte de esta historia fue narrada en la famosa novela llamada “Quo Vadis”, de la cual luego hicieron una película.

Durante las persecuciones de Roma bajo el Emperador Nerón, en el año 67 D.C., los cristianos querían que Pedro se fuera de Roma – para que estuviera en el exilio hasta que finalizara la persecución.

Pedro no quería irse. Pero finalmente, lo convencieron de que, si dejaba Roma, cuando se acabara la persecución, la Iglesia podría sería restablecida con él.

Entonces Pedro se fue, pero mientras caminaba en dirección opuesta a Roma, vio a Jesucristo, quien caminaba hacia él.

Pedro sorprendido, se arrodilló y le dijo a Jesús: “¿Señor, a dónde vas?” Y Jesús le contestó: “A Roma, Pedro. A ser crucificado de nuevo.” Y mientras decía esto, Jesús desapareció.

Pedro entendió lo que quería decir esa visión. No podía dejar que otros le dijeran adónde ir. Sólo Jesús. Él sabía que tenía que seguir las huellas de Jesús. Pedro sabía que tenía que estar con Jesús y compartir los sufrimientos de su Iglesia. Por ello, se volvió, y regresó a Roma.

Sabemos lo que pasó después. Pedro fue arrestado, torturado y finalmente quisieron crucificarlo. Pero Pedro dijo a sus perseguidores que no era digno de morir como Jesús. Por eso pidió que lo crucificaran de cabeza. Y así lo hicieron.

En esta historia, vemos el hermoso ejemplo de humildad y coraje de nuestro primer Papa. Un hermoso ejemplo de cómo seguir a Jesús.

Como decía San Josemaría Escrivá: “Cristo, María, el Papa. ¿No acabamos de indicar, en tres palabras, los amores que compendian la Fe Católica?

Por ello en la fiesta de la Cátedra de San Pedro, en estas semanas en que Dios dará un nuevo Papa a la Iglesia, confiemos nuestras preocupaciones a Nuestra Señora de Guadalupe. Que ella nos ayude a tener la valentía y humildad de ser guiados por Jesús y de caminar tras sus huellas.

Que ella nos ayude a cada uno de nosotros a querer ser Santos – a vivir completamente por la causa del Evangelio y por el bien de su Iglesia.

Y sigamos rezando por nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, por el Colegio de Cardenales y el nuevo Papa. VN

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