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FINAL FELIZ PARA GUADALUPE MENDOZA

Su travesía, su esfuerzo y el Programa de Educación Migrante que cambió su vida

La historia de Guadalupe Mendoza pudo haber sido como la de tantos inmigrantes que llegan a Estados Unidos para probar suerte y fortuna… sin conseguirlo. La suya, sin embargo, tuvo la suerte de contar con un final de ensueño. Guadalupe rompió con las expectativas de lo que la sociedad podía esperar de la hija de un “bracero” mexicano, emergiendo del campo michoacano y los valles de Salinas en Estados Unidos para convertirse en una exitosa educadora y hoy día la Directora Regional del Programa de Educación Migrante en Los Angeles.

Lupe, como todos la llaman, proviene de una familia de campesinos que por tres generaciones ganaron el sustento buscando las mejores cosechas en los campos de México y Estados Unidos.

“Yo vengo de Chavinda –relata con orgullo–, un pueblito en la zona central de México, en Michoacán. Chavinda tiene más de 100 años con historia de inmigración internacional, más de tres generaciones de chavindeños han venido a trabajar a los Estados Unidos. Desde los tiempos de mi abuelo, Estados Unidos necesitaba mano de obra barata. Afortunadamente la línea del ferrocarril cruzaba mi pueblo y eso facilitó la emigración de cientos de personas que residían en la zona”.

EL FENÓMENO HISTÓRICO DE LA INMIGRACIÓN

Lupe tiene hoy una perspectiva histórica de los eventos que precedieron su situación, gracias a las entrevistas que realizó a tres generaciones de campesinos provenientes de su pueblo de Chavinda, para una tesis que presentó en la universidad.

“La primera generación de inmigrantes llegó a principios del siglo pasado –explica–. Mi abuelo se subió a un tren, cruzó la frontera buscando trabajo en el ‘Norte’ y así llegó a New Jersey. Como todos los que lo acompañaban, llevaba sueños de dinero y la esperanza de trabajar y prosperar económicamente. Trabajaba por temporadas y como todos sus compatriotas tenía la necesidad espiritual de conectarse con sus raíces y regresar cada año. De esa forma inició una ‘vida binacional’ que marcó a la familia de los Mendoza: mi abuelo pasaba una temporada en Estados Unidos y otra en el pueblo para regresar nuevamente a trabajar en el ferrocarril.

“La segunda generación, mi padre, llegó a Estados Unidos en 1950, –continúa recordando Lupe–. Por entonces existía el programa de los braceros, un acuerdo político entre Estados Unidos y México. Debido a la Segunda Guerra Mundial no había suficiente mano de obra barata en los Estados Unidos y se estableció un centro de contratación en ciertos lugares en la zona central y el norte de México, siempre cerca de las vías del ferrocarril. Mi papá salió de su casa a los 16 años. Era la tradición de la época. A esa edad ya los jóvenes se consideraban hombres e iban a buscar trabajo. Él fue al Suroeste de Estados Unidos, a California y Arizona.

“Mi papá venía por una temporada y mandaba el dinero a México. Poco después se casó y comenzó la gran familia que somos hoy. Mi mamá nos contaba que ella enterraba el dinero en la tierra porque le daba miedo que se lo robaran en el banco. Por entonces éramos 6 hermanas y un hermano. Después en Estados Unidos nacieron los dos hermanos más pequeños. En total somos 10”.

RESIDENTES LEGALES

“Termina el programa de los braceros –dice Guadalupe Mendoza, describiendo esos años de transición– pero debido a la presión política de los rancheros se permite la entrada legal de los braceros y sus familias. En 1967 cruzamos por primera vez la frontera legalmente. Todos teníamos nuestras ‘micas’ de residentes permanentes. Fuimos muy afortunados de poder entrar al país legalmente. A partir de entonces nuestra vida se transformó y comenzamos nuestra vida como familia binacional. Cada año salíamos de Chavinda en febrero y viajábamos en un ‘stationwagon’ con ropas, cazuelas, colchones, todo lo que necesitábamos para vivir una temporada en América. Recuerdo que el viaje a Salinas era de tres noches y dos días, o tres días y dos noches. Íbamos todos aglomerados en el auto, agotados por el viaje, pero nunca nos quejábamos. Yo siempre miraba las estrellas en la noche y soñaba que un día tendríamos una casita con cuartos y colchones para todos”.

Guadalupe revive la primera década de su vida en Estados Unidos: “Hasta 1973 estuvimos realizando la ruta de todos los inmigrantes mexicanos. De febrero a abril mi familia trabajaba en la cosecha de la lechuga en Salinas. Por esa época ya mis hermanas ayudaban en los campos de fresa y pepino. Después solamente los hombres podían trabajar en el campo, pero mis tres hermanas mayores ayudaban en las máquinas que envolvían las lechugas en plástico para después exportarlas. Ellas tenían 12, 14 y 15 años respectivamente. Aunque mi papá prefería que ellas fueran a la escuela, tuvieron muy malas experiencias y decidieron no regresar. Era fines de los años 60 y no existían programas bilingües en Estados Unidos. Como no dominaban el idioma no entendían las clases. Mi padre no insistió y se quedaron trabajando en el campo. A fines de los 70 cuando se implementó un programa federal de capacitación al campesino, cinco de mis hermanas dejaron el campo, tomaron clases y finalmente se convirtieron en cosmetólogas. Recuerdo que practicaban con los amigos de la familia para desarrollar diferentes técnicas de corte de cabello. Actualmente son dueñas de dos salones de belleza.

“Recuerdo que uno de los momentos más importantes de mi vida –agrega– fue cuando mi familia finalmente logró reunir $500 dólares para el depósito de una casita. Para nosotros era muchísimo dinero. Hacía tiempo que mi papá había decidido sembrar raíces en Salinas. Finalmente en 1973 compraron la añorada casa. Nos costó $21,500 dólares. Mi mamá pensaba que nunca iban lograr pagar la propiedad. Ella era la encargada de administrar el dinero, y siempre se aseguraba de guardar lo suficiente para el viaje a México que toda la familia realizaba cada año. Mi papá trabajó en el campo hasta 1981 y todavía sigue disfrutando de la casa que con tanto amor y sacrificio compró. Toda la familia todavía vive en el gran valle agrícola de Salinas.

EL IMPACTO DEL PROGRAMA DE EDUCACIÓN MIGRANTE

Guadalupe ha dedicado prácticamente toda su vida al Programa de Educación Migrante, por eso cuando aborda el tema lo hace con pasión: “Este programa ha sido muy importante para mi vida Yo empecé desde niña, en el año 1970. Iba a las clases pero como ayuda suplementaria tenía sesiones después de las clases, los maestros nos ayudaban a desarrollar el inglés, a entender las clases de matemática, lectura. Todo esto fue bien importante para mi formación. El programa me abrió los ojos a la Universidad, me dio la posibilidad de conversar con consejeros quienes me brindaban información sobre los requisitos que necesitaba para ingresar en la educación superior, las clases que necesitaba tomar. Recuerdo que nos llevaban en autobuses a visitar las universidades y nosotros quedábamos deslumbrados con el mundo desconocido que nos presentaban.

“Nosotros sabíamos todas las limitaciones económicas que teníamos. Yo era hija de campesinos. ¿Cómo iba a lograr culminar una carrera universitaria? Nuestros consejeros me dieron toda la información que necesitaba y fue cuando descubrí que existían becas y maneras de conseguir ayuda financiera. El programa fue una ayuda y una inspiración para mí; pude aprender el inglés, desarrollar habilidades para la lectura, pero sobre todo, me dieron la posibilidad de soñar y de creer en mis posibilidades. También tengo que darles mucho crédito a mi padre y mi madre. Con su inspiración y el apoyo del programa tenía que triunfar. Miles de maestros se han graduado gracias a este programa, muchos de ellos son personas influyentes dentro del sistema de educación de California. Por eso es mi deseo que todas las comunidades latinas conozcan que este programa existe y que no sientan miedo de pedir ayuda por ser ilegales.

“Cuando me gradué de High School en 1979 recuerdo que recibí una beca de $250. Era un dinero que habían recaudado los propios padres de la comunidad donde vivía. Esa es la beca que recuerdo con más amor. Fue increíble el sacrificio con que lograron reunir todo ese dinero para ayudar a una niña de la comunidad de Salinas a convertirse en profesional. Con el tiempo recibí otras becas de más valor monetario, pero esos $250 siguen teniendo un valor muy especial en mi vida”, agregó.

DESPIERTA SU VOCACIÓN POR EL MAGISTERIO

“Tuve la oportunidad de ingresar en la universidad y además recibí apoyo adicional para prepararme como maestra bilingüe –continúa relatando Guadalupe Mendoza–. Empecé a trabajar como maestra con credencial en 1985, pero desde hacía mucho tiempo trabajaba como maestra auxiliar. Recuerdo que estaba en segundo grado y ya ayudaba a otros niños a aprender inglés. Desde esa edad comencé a desarrollar el amor a la educación. En 1985 terminé de estudiar en la Universidad de California en Santa Cruz. En esa época ya sabía que quería desarrollarme profesionalmente en el campo de la educación. Pasé un postgrado en la Universidad Autónoma de México y en el 85 regresé a Salinas para trabajar como maestra bilingüe durante 3 años”, dijo Guadalupe Mendoza.

“En 1988 vengo a Los Angeles con la idea de estar aquí por 10 meses. Siempre quise conocer esta ciudad. Le llamaba ‘El México de los Estados Unidos’. Estos han sido los 10 meses más largos de mi vida. Desde el primer día me fascinó la cantidad de universidades que habían y las posibilidades de estudio y desarrollo profesional que me ofrecía esta gran urbe. Aquí también me casé y nacieron mis dos hijos, quienes actualmente tienen 15 y 13 años de edad. Mi hermana menor también vive aquí. El resto de la familia se mantiene en Salinas. Creo que lo más importante en mi vida son mis hijos, mi familia y mi profesión. Actualmente sigo vinculada al programa de Educación Migrante y soy la Directora Regional de este proyecto en Los Angeles. Es una profesión de mucho amor y me ha dado muchas satisfacciones. No hay horarios ni descanso. Requiere una dedicación las 24 horas del día”.

LA INFLUENCIA PATERNA

Cuando se le pregunta a Lupe cuáles considera que son las razones del éxito en su vida, inmediatamente responde: “Fue mi papá el que me enseñó a soñar. Me dio permiso para abrir las alas y volar y me permitió salir de la casa a estudiar y hacer una carrera. Él siempre decía: ‘Mi hija Lupita va a ser secretaria bilingüe’. Para él era lo máximo a lo que podía aspirar la hija de un campesino. Gracias al Programa de Educación Migrante descubrí que había un futuro mucho más amplio y que podía llegar a convertirme en una profesionista. Mis padres despertaron el sueño y el programa de educación aumentaron la llamarada para ayudarme a desarrollar mis potencialidades como ser humano.

“Mi historia es diferente a la de otros inmigrantes. Según las estadísticas, el 75% de los estudiantes inmigrantes no terminan la High School. Yo demostré que se puede hacer una diferencia en la vida de un individuo con el amor y apoyo de la familia y la ayuda de la escuela. Como me enseñó mi papá, todos podemos convertirnos en arquitectos de nuestro propio futuro”. VN

PROGRAMA DE EDUCACIÓN MIGRANTE

El Programa de Educación Migrante se desarrolla con fondos federales del Departamento de Educación. El Programa provee servicios a las familias migrantes con niños de la edad de 3 a 22 años de edad que no tengan su diploma de High School o GED.

Un niño es considerado “migrante” si el padre o guardián es un trabajador migratorio de la industria agrícola, forestal, lechera o pesquera, y cuya familia se haya mudado constantemente en los últimos tres años.

Cuando un niño migrante se muda con su familia, su educación es interrumpida varias veces al año. Algunos vienen con familias grandes y sus viviendas están en condiciones inadecuadas y los ingresos anuales de estas familias campesinas son más bajos que el nivel de pobreza. La falta de nutrición adecuada, alojamiento y condiciones sanitarias pueden causar altos riesgos para la salud. Los niños migrantes pueden tener uso limitado del inglés y/o poca experiencia con éxito en la escuela.

Estos factores, combinados con pobre asistencia a la escuela, se convierten en frustración y bajos niveles académicos, causando que muchos estudiantes migrantes se retiren de la escuela cuando aún son adolescentes. Los niños migrantes pueden obtener una educación de calidad y pueden desarrollar habilidades y opciones para el futuro, aumentar su autoestima y contribuir para el bienestar de las comunidades en la cuales viven.

PARA MÁS INFORMACIÓN sobre el PROGRAMA DE EDUCACIÓN MIGRANTE EN LOS ANGELES, puede llamar al 562–922–6164.

VN

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