EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN, CAPÍTULO 10, VERSÍCULOS DEL 22 AL 30

9 de Mayo de 2006

22. Llegó entre tanto la fiesta de la Dedicación en Jerusalén. Era invierno,

23. y Jesús se paseaba en el Templo, bajo el pórtico de Salomón.

24. Lo rodearon, entonces, y le dijeron: “¿Hasta cuándo tendrás nuestros espíritus en suspenso? Si Tú eres el Mesías, dínoslo claramente”.

25. Jesús les replicó: “Os lo he dicho, y no creéis. Las obras que Yo hago en el nombre de mi Padre, ésas son las que dan testimonio de Mí.

26. Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas.

27. Mis ovejas oyen mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen.

28. Y Yo les daré vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.

29. Lo que mi Padre me dió es mayor que todo, y nadie lo puede arrebatar de la mano de mi Padre.

30. Yo y mi Padre somos uno”.

Comentario

22. La fiesta de la Dedicación del Templo celebrábase en el mes de diciembre, en memoria de la purificación del Templo por Judas Macabeo. También se llamaba “Fiesta de las Luces”, porque de noche se hacían grandes luminarias. Cf. 8, 12 y nota.

29. Esta versión muestra el inmenso aprecio que Jesús hace de nosotros como don que el Padre le hizo (cf. 11 s.; 17, 9 y 24; Mat. 10, 31, etc.). Otros traducen: “Mi Padre es mayor que todo”, lo que explicaría por qué nadie podrá arrebatarnos de su mano. Según otros, lo que mi Padre me dio sería la naturaleza divina y el poder consiguiente (cf. 17, 22; Mat. 11, 27; 28, 18).

30. El Hijo no está solo para defender el tesoro de las almas que va a redimir con Su Sangre; está sostenido por el Padre, con quien vive en la unidad de un mismo Espíritu y a quien hoy ruega por nosotros sin cesar (Hebr. 7, 24 s.). VN

Share