EUCARISTÍA DE CLAUSURA DEL CONGRESO DE CATÓLICOS “EL SEMBRADOR”

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:

Al estar aquí con ustedes, mi corazón está lleno de varias emociones. En primer lugar, me siento de nuevo muy contento de estar con ustedes en su Congreso Anual patrocinado por El Sembrador. Desde el tiempo en que llegué a ser el Arzobispo de Los Angeles en 1985, les he acompañado muchas veces como el celebrante principal de su misa de clausura. Cada vez que vengo, me inspira su fe extraordinaria y su trabajo incansable de este ministerio. Ahora ustedes tienen un ministerio de evangelización que llega a muchas partes del mundo. Personalmente he sido testigo de este crecimiento, y estoy muy orgulloso de todos ustedes. ¡Quién hubiera pensado en aquel tiempo que su ministerio llegaría a Centroamérica, Sudamérica, y hasta España! ¡Felicidades!

También, me siento algo triste porque esta misa es la última que voy a celebrar con ustedes como su Arzobispo. En una manera muy especial, quiero darle las gracias a Noel Díaz, su familia, su equipo, y todas las personas que han hecho posible este ministerio.

El Sembrador está haciendo exactamente lo que la Iglesia nos está desafiando hacer como católicos desde sus comienzos, pero con un énfasis renovado al comenzar el nuevo milenio. El Papa, Juan Pablo II, refiere a éste como la “Nueva Evangelización”. ¿Qué es esta “Nueva Evangelización?”. Esta “Nueva Evangelización”, como toda evangelización, tiene que tener sus raíces en la persona de Jesucristo y su Evangelio. Evangelización siempre tiene que proclamar muy claro que Jesucristo ofrece la salvación a todos como un regalo de la gracia y la misericordia de Dios.

La “Nueva Evangelización”, según el Papa Juan Pablo II, no es solamente transmitir la doctrina, sino tener un encuentro personal y profundo con el Señor. Esto he visto suceder en estos años desde que comenzó El Sembrador. Por medio de sus retiros anuales, las reuniones de oración, y sus programas de radio y televisión, ustedes han sido instrumentos en guiar a muchas personas a tener un encuentro personal y profundo con Cristo Jesús.

Lo que me hace tan orgulloso de ustedes es que han llegado a entender que la evangelización es la llamada de todos los católicos, de todos los bautizados. En otros tiempos muchos creyeron que la llamada de evangelizar era solamente para aquéllos con una vocación sacerdotal o vida religiosa. Pero ahora es la responsabilidad de todos los laicos como miembros del Cuerpo de Cristo. Nunca me he olvidado de un cuento verdadero que me contaron hace unos años. Había una parroquia en la Arquidiócesis que empezó un ministerio de evangelización de visitar casas en su vecindad. Este grupo de feligreses preparados se reunió un sábado en la mañana. Como no es la costumbre que los católicos hacen estas visitas de puerta en puerta, muchos de los ocupantes no les dejaron entrar en sus casas, ni querían platicar con ellos. ¡Pensaron que eran hermanos separados! Este es un ejemplo perfecto de cómo los católicos en general todavía no están acostumbrados a compartir su fe en público. Este esfuerzo para compartir la Palabra y nuestras tradiciones es un ejemplo de evangelización efectiva. Esto es poner en práctica lo que el sacerdote o diácono quiere decir cuando nos unge como “sacerdote, profeta y rey” durante el Rito de Bautismo.

El tema del Congreso de este año es “Sus Palabras son Vida y Vida Eterna”. ¡Qué apropiado es esto, enfatizar evangelización como parte integral de nuestra fe católica! Esto se ve claramente en la declaración del Papa Benedicto XVI en 2008, cuando inauguró ese año como el Año de San Pablo. San Pablo era un gran evangelizador, que nunca vacilaba en predicar la Palabra. En nuestro evangelio de hoy, San Lucas nos presenta con una parábola de un banquete de bodas. Es una narración de nuestra jornada espiritual y de nuestra relación con Jesucristo y la comunidad de fe. Aquí podemos ver que el don de la humildad es una enseñanza integral del mensaje de Jesucristo.

La verdadera evangelización nunca puede ser efectiva sin ver el poder de la humildad cuando somos testigos de nuestra fe. De una manera la imagen del banquete en nuestro evangelio hoy, nos recuerda que cada una de nuestras jornadas es como un banquete donde el Señor nos prodiga con los recursos espirituales que necesitamos. A la vez, en esta fiesta encontramos una comunidad muy diversa. Hay los ricos, los pobres, los poderosos, los enfermos, y los ciegos; son personas de diferentes culturas, y personas en diferentes niveles en sus vidas espirituales. ¿Qué es la mejor manera para ser evangelizadores efectivos en este contexto? San Lucas nos da la respuesta: “El que se humilla será engrandecido”. Hermanos y hermanas, no menosprecien la importancia de la humildad. Sobre todo, no menosprecien el poder de la Palabra y el poder de sus acciones.

Nuestra primera lectura reafirma la conexión entre evangalizacion y humildad, cuando dice: “En tus asuntos procede con humildad y te amarán más que el hombre dadivoso”. Sigue diciendo: “Hasta tanto más pequeño, cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor”.

Nuestra fe nos enseña que la Palabra se hizo Hombre. Al reflejar sobre la vida de Jesús en el Nuevo Testamento, especialmente en los evangelios, vemos el poder de esta Palabra. La gente llegó a creer en Jesús, porque habló de la Palabra con autoridad y convicción, pero siempre con un espíritu de humildad en hacer la voluntad de su Padre. No era su poder mundial, ni era su riqueza, sino sus palabras de Vida Eterna. Estas palabras dan esperanza y fortaleza a aquéllos que creen. Cuando abrazamos la llamada universal de evangelizar, que nunca nos olvidemos que es Jesús y el poder de su Palabra dentro de nosotros que atrae a otros buscar un encuentro personal con Cristo. Déjanos recordar también la importancia de llevar un espíritu de humildad cuando predicamos el mensaje de Jesucristo.

A la vez, no debemos olvidar el compromiso del Evangelio a la justicia social. Cuando extendemos la mano a otros, recordémonos aquellos en nuestro banquete de vida quienes están más necesitados de nuestra compasión y amor, especialmente los inmigrantes, los pobres, los desempleados, y los marginados. Ellos son los huéspedes especiales y más importantes de nuestro banquete.

Otra vez, por su amor, compromiso, y fe tremenda que han compartido con todos nosotros en la Arquidiócesis y conmigo, les doy gracias.

¡Que viva la Palabra de Dios!

¡Que viva Cristo Rey!

¡Que viva nuestra Madre, la Virgen Maria! VN

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