EN LA CRUZ, JESÚS ESTABA SOLO   Por Monseñor Alejandro D. “Alex” Aclan

EN LA CRUZ, JESÚS ESTABA SOLO Por Monseñor Alejandro D. “Alex” Aclan

(fOTO: Monseñor Alex Aclan en el día de su ordenación como obispo en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. / Victor alemán).

Por Monseñor Alejandro D. “Alex” Aclan

Obispo Auxiliar de la Región de San Fernando

Fue una escena desgarradora: el Papa, subiendo, él solo, por los escalones de la Basílica de San Pedro durante su reciente bendición especial Urbi et Orbi. La plaza que estaba detrás de él, que generalmente está llena de gente, estaba completamente vacía y la lluvia caía copiosamente, como si fueran lágrimas del cielo. Fue una imagen que expresó adecuadamente la manera en que nos sentimos muchos en este momento: Solos, aislados, abatidos.

Debido a la orden de quedarnos en casa para mantenernos a nosotros mismos y a los demás a salvo durante un período de tiempo indefinido, estamos navegando por un terreno desconocido para muchos de nosotros. Las familias se las están ingeniando por encontrar todo tipo de actividades para mantenerse ocupadas y entretenidas. Las personas de edad que conozco y que ya de por sí viven solas, de repente han empezado a sentirse atrapadas, ya que los conocidos con los que solían reunirse ocasionalmente, en un parque, en una tienda o en una cafetería, están ahora inaccesibles para ellos.

Nadie puede estarse pasándosela peor que los pacientes con COVID-19. En un momento en el que necesitan el apoyo de sus seres queridos y de las personas que los cuidan, no se les permiten las visitas, ni siquiera las de sus pastores.

La situación es igual de mala para los profesionales de la salud encargados de atender a los pacientes. Un doctor que trabaja en el mismo hospital que un amigo mío se está quedando temporalmente en el garaje de mi amigo, aislándose a sí mismo de su familia para evitar cualquier posibilidad de infectarlos.

El dolor del aislamiento se extiende incluso a aquellos que no tienen nada que ver con el combate contra el virus. En estos momentos, se ha impedido a las familias que están enterrando a sus muertos, que se despidan suficientemente de su ser querido fallecido y que puedan consolarse mutuamente en sus momentos de dolor. En muchos cementerios, ahora solamente el sacerdote puede estar junto a la tumba debido a las recientes ordenanzas municipales.

El dolor es inimaginable.

A medida que nos vamos acercando a la Semana Santa, podemos comparar el dolor de la separación y el aislamiento que muchos de nosotros estamos sintiendo, con la experiencia que Jesús tuvo durante su pasión y su crucifixión. Desde el momento de su arresto hasta el de su muerte, Jesús estuvo solo. Sus seguidores huyeron y lo abandonaron, temerosos de sufrir el mismo destino que Él. Pedro incluso llegó hasta a negar haberlo conocido. Los evangelios sinópticos nos dicen que cuando Él estaba muriendo, colgado de la cruz, sus seguidores no estaban cerca, sino que lo miraban desde lejos. Al final, el único que estuvo con Jesús fue Dios, en cuyas manos Él encomendó su espíritu.

Jesús puede comprender cómo nos sentimos.

En este tiempo de separación, de segregación, de lejanía y de soledad, podemos mantener nuestros ojos fijos en Jesús crucificado y unir nuestras experiencias con las suyas. Este momento es una gran oportunidad para poder conocer al Dios que ha estado con nosotros desde el momento de nuestra concepción, y desde entonces, en cada momento de nuestra vida, y que estará con nosotros cuando tomemos nuestro último aliento. En algún momento de la vida estaremos solos o nos sentiremos solos y el único al que realmente podremos recurrir será a Dios, como le sucedió a Jesús. Cuando llegue ese momento, más valdrá que tengamos una relación con Dios que nos permita encomendarle nuestras preocupaciones a Él y obtener de Él el consuelo y la paz.

Como lo dijo el Papa Francisco en su reciente bendición Urbi et Orbi, los momentos difíciles que estamos pasando son “un tiempo para elegir… un tiempo para elegir entre lo que importa y lo que es pasajero, un tiempo para separar lo que es necesario de lo que no es”. Lo que importa es tener una relación personal y profunda con Dios. Elijamos pasar el tiempo que de repente se nos ofrece en cultivar esto. En pasar el tiempo en oración con la familia, especialmente rezando el rosario, leyendo los Evangelios, participando de las Misas en vivo que están disponibles en el radio, la televisión e internet y haciendo comuniones espirituales. Hagamos cualquier cosa y todo aquello que nos haga sentir la cercanía de Dios con respecto a nosotros. VN

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