EL SÍNODO DE ORIENTE MEDIO “DESDE UNA PERSPECTIVA DISTINTA”

El director del diario vaticano y las palabras introductivas del Papa

CIUDAD DEL VATICANO- El director del diario de la Santa Sede, LOsservatore Romano, Giovanni Maria Vian, comenta en este artículo las palabras espontáneas que Benedicto XVI pronunció el 11 de octubre durante la primera Congregación General de la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos (Cf. Intervención del Papa durante la primera Congregación General).

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Con una impresionante meditación sobre la historia Benedicto XVI introdujo la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los obispos, abierta el domingo 10 de octubre en San Pedro con una solemne celebración en la que resonaron oraciones en árabe, persa, turco y hebreo. Recordando que en el centro de las vicisitudes humanas está la encarnación de Cristo, que el Papa presentó a través de la maternidad de María, a quien el concilio de Éfeso proclamó “Madre de Dios” (Theotókos), con un título que sigue siendo muy querido para la devoción popular de los cristianos orientales.

Precisamente el título audaz consagrado por el tercer gran concilio -esta es la importancia de la palabra de Éfeso, subrayó Benedicto XVI- permite superar la desesperación del pensamiento ante la distancia insalvable en las relaciones entre el ser humano y su Creador, que quiso encarnarse en Jesús. Como san Lucas quiere dar a entender poniendo a María en el centro de los capítulos iniciales de su Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, y mostrando la cercanía de Dios.

Pero la Escritura habla de toda la historia, y el Papa lo subrayó comentando un versículo del Salmo cantado al inicio de la asamblea: Dios está en medio de divinidades que frente a él se derrumban inexorablemente. Se trata de la caída de los dioses, en el proceso doloroso que lleva a la superación del politeísmo y en la visión grandiosa de su pérdida de poder a lo largo de la historia, gracias al testimonio de Cristo y a la sangre de sus mártires.

También hoy -dijo Benedicto XVI-, cuando los dioses asumen el aspecto sin rostro de los capitales financieros anónimos que tienen un enorme poder destructor, la máscara del terrorismo fundamentalista que actúa falsamente en nombre de Dios y derrama sangre, o bien el aspecto de la droga, que es una bestia feroz, y de las ideologías contra el matrimonio y la castidad. Pero estas divinidades serán derrotadas, como sucede al dragón descrito en el Apocalipsis: trata de ahogar a la mujer con un río, pero la tierra, es decir, la fe de los sencillos, absorbe estas corrientes que quieren sumergir y hacer desaparecer a la Iglesia de Cristo.

En Oriente Medio -que en la homilía de apertura del Sínodo el Obispo de Roma invitó a mirar “desde una perspectiva distinta”, la de Dios- es fundamental la continuidad de la presencia cristiana, ininterrumpida desde los tiempos de Jesús a pesar de persecuciones, guerras, dificultades, intolerancias e injusticias. La salvación es universal pero históricamente pasa a través de “la mediación del pueblo de Israel, que se convierte luego en la de Jesucristo y la de la Iglesia”, recalcó el Papa subrayando que el designio de Dios sobrepasa la historia, pero no prescinde de la humanidad.

La tierra donde nació Jesús es, por tanto, la “cuna” de este designio universal y la Iglesia es su signo e instrumento simplemente siendo ella misma, es decir, “comunión y esperanza”. De nuevo Benedicto XVI mira hacia adelante. Como hizo en los viajes a Turquía, a Tierra Santa (Jordania, Israel y Palestina), a Chipre, avanzando en esa confrontación amistosa y constructiva entre cristianos, musulmanes y judíos que llamó “triálogo”.

Por eso el Papa reafirmó con fuerza que la Asamblea sinodal es una ocasión propicia para avanzar en el “diálogo con los judíos, a los cuales nos vincula de modo indisoluble la larga historia de la Alianza, así como con los musulmanes”. Con la confianza serena de quien sabe que frente al único Señor de la historia han caído y caerán los dioses y las dominaciones de este mundo. A la luz de una perspectiva distinta, la de Dios. VN

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