EL SACERDOTE NO DEJA DE SER PARTE INTEGRAL DE SU FAMILIA
El padre Alfredo Becerra se hace cargo de decenas de familiares, asiste al Vaticano II y sirve a los fieles de Los Ángeles
El padre Alfredo Becerra, colombiano, nació en el seno de una familia católica y clerical hace 92 años, como él cuenta a Vida Nueva.
“Nací en Palmira, Colombia. Mi familia vivió siempre ahí… Cuando yo me ordené éramos siete sacerdotes en la misma familia, 5 religiosas y dos hermanos religiosos. Mi padre tenía un hermano sacerdote, 3 primos hermanos sacerdotes, dos sobrinos sacerdotes, luego el hijo, que soy yo, y tenía una tía religiosa y dos hermanas religiosas y dos primas religiosas y tenía un hermano religioso y después un sobrino religioso. Tengo muchísimos hermanos”, afirma.
Hizo la primaria en los Hermanos Maristas y en escuela pública. La secundaria, en la Escuela Apostólica de los Padres Vicentinos, el equivalente a un seminario menor. “Seguí lo que me indicaron mis padres. La secundaria mía fueron cinco años y seguí los estudios secundarios normales para niños únicamente”.
‘MISTERIO’
El padre Becerra describe el nacimiento de su vocación como “misterio”, aunque su familia estaba saturada de vocaciones. “Fueron tantos sacerdotes en mi familia, ¿no? Cuando tuve uso de razón, pues encontré ya cinco sacerdotes en la familia inmediata y un seminarista y que después se ordenó y fue el primer Obispo de Palmira. Crecí en el ambiente. Cuando me di cuenta ya tenía monjas, una tía abuela y otras tías, primas segunda. Un tío era hermano marista. Para mí era algo muy normal”.
Del seminario menor pasó al mayor en Bogotá, donde estudió filosofía y teología. “A los 23 años y medio me ordené en Bogotá, en la Casa Central de Estudios de los Padres Vicentinos. Yo me ordené solo. Fue el 25 de marzo de 1944. Hace 68 años”.
MISIÓN, SU FAMILIA
Hizo un año extra de Filosofía en la Pontificia Universidad Xavierana de los padres jesuitas en Bogotá para luego enseñar esta materia en la casa central de estudios durante cinco años, del 44 al 49, pero tuvo que “salir de la comunidad para ayudar a mi padre”, cuenta.
Su padre, comenta, se casó dos veces, a los 38 y 48 años de edad, con sendas esposas de 18. La primera, es decir la madre del padre Becerra, le dio ocho hijos en diez años y la segunda, 16, es decir 24 hijos en dos matrimonios consecutivos católicos, por lo que “ya viejo, cansado y muy pobre” andaba batallando con muchos niños todavía en escuela primaria y dependía de su hermano sacerdote y de otro hermano.
“Entonces el papa Pío XII me otorgó la licencia para que saliera a trabajar en la parroquia, para que ayudara a levantar a esa familia. Yo soy el segundo de todos los nacidos. Al fallecer el primogénito quedé como el mayor”.
Desde entonces, hace ya 63 años, ha trabajado en parroquias, incluso desde su jubilación en 1995.
“Tengo 92 años cumplidos y llevo 63 años en toda parroquia que me da trabajo para sostener a mi familia; primero a mis hermanos y después mis hermanos de la noche a la mañana se casaron y tenían una serie de hijos. Después se casó una hermana y también tuvo sus cinco hijos, después se murieron sus maridos y yo seguí ayudando a levantar sobrinos. Hoy tengo 175 sobrinos, entre carnales y sobrinos nietos y sobrinos biznietos. No ha había un solo mes en estos años en que no haya tenido que mandar ayuda monetaria”.
‘AHÍ ESTÁ EL CURA’
Luego tuvo que emigrar a Estados Unidos coincidiendo con la separación de la hermana que le sigue. “Su esposo le dijo: ‘Adiós Susana, ahí está el cura’”.
Sus ingresos en Colombia ya no daban para otra familia y por ello emigró a Estados Unidos “porque me tocaba a mí todo el peso de esa familia”, y empezó a trabajar en la Arquidiócesis de Los Ángeles el 5 de enero de 1966. Al poco tiempo, otras dos hermanas enviudaron y tuvo que cuidar a varios sobrinos más, “de manera que yo vine por un año, pero la necesidad allá no cesaba y tuve que pedir permiso a mi Obispo de Colombia para que me diera permiso de seguir en Estados Unidos”. Por fin, el Obispo de Palmira, “que era mi primo hermano , me concedió muy a su pesar el permiso final para quedarme aquí por intersección del nuncio apostólico en Bogotá , “debido a la carga tan grande que yo tenía”.
“Aquí ya daban el permiso por hecho. Estamos hablando del tiempo del Cardenal McIntyre. Trabajé 5 años bajo [James F.] McIntyre, los 15 años de [Timothy] Manning y finalmente 10 años con el Cardenal [Roger] Mahony.
CONCILIO VATICANO II
En el año 1962, su Obispo tenía que ir al Concilio acompañado por un secretario, quien se enfermó de gravedad poco antes de salir para el viaje. El padre Becerra fue el elegido para substituirlo y, tras un tira y afloja por sus obligaciones económicas con la familia, aceptó acompañar al Obispo “en calidad de secretario privado”.
Solucionado el asunto de la ayuda financiera a su familia, dice ahora: “Me fui más que tranquilo, entusiasmado”.
Eran 3,300, unos 300 de ellos no pudieron viajar a Roma por diversos motivos, por la avanzada edad, por la salud que les fallaba o porque los gobiernos comunistas no les dieron permiso.
“Fue maravilloso, yo fui con 30 Obispos de Colombia y muchos secretarios. Estuvimos ahí desde la ceremonia de la víspera. Juan XXIII se puso a hacer reír a todos, Cardenales, diplomáticos, a todos. A diestra y siniestra. Su homilía fue my graciosa, no fue formal porque no era Misa, eran vísperas cantadas, explicando quién era él y por qué se le ocurrió esa idea de hacer un Concilio porque para él la tarea era muy difícil. Llenar los zapatos de Pío XII era imposible porque fue el Papa más prestigioso antes del Concilio”.
POR SABER LATÍN
“Yo diré la verdad, yo fui más por el latín. Ante la enfermedad del secretario, el Obispo le dijo al nuncio que iría sólo por el contratiempo ocurrido, éste le dijo: ‘No excelencia, no se vaya solo. Lleve a alguien que pueda ayudarle con el latín y puede ser que lo nombren para una de las comisiones de trabajo en el Concilio’. Yo tenía una fama de latinista en esa época y fue por eso por lo que él me buscó. Pero como secretario privado no tenía acceso a las sesiones de trabajo del Concilio, sólo a las secciones públicas que fueron seis”.
“Trabajaban de las 8 de la mañana a la 1 de la tarde, había que llevarlos a la basílica, recibirlos a las 12, aunque generalmente salían a la 1. Por la tarde los teólogos, los especialistas, los expertos, entre ellos Ratzinger, el Papa de hoy, daban conferencias a los Obispos de lo que se iba a tratar al siguiente día. Porque los Obispos son pastores de alma, pero no especialistas ni en escritura, ni en derecho canónico, ni en teología. Algunos lo son, los demás son pastores maravillosos de almas, pero no especialistas en esas materias. Entonces los expertos informaban. Yo hacía turismo en la mañana hasta ir a recoger al Obispo a la 1 o las 12”.
“En la ceremonia inaugural”, cuenta, “no hubo concelebración porque se había perdido esa costumbre a través de los siglos. No dijeron Misa los Obispos, sólo Juan XXIII. La Misa empezó a las 8 y terminó a la 1 de la tarde, duró cinco horas. Los Obispos ocupaban todas las sillas, los demás estuvieron parados durante las cinco horas. La homilía del Papa era el discurso del Concilio. Yo no estaba muy lejos del altar del Papa”.
“Yo creo que eso no se va a volver a ver, porque ahora como los medios de comunicación son tan maravillosos, ya prácticamente no se necesita una reunión de esa magnitud. Sí logré ver a Juan XXIII en seis ocasiones, lo vi de cerca, lo oí y considero que, si en mi vida he visto a un Santo, fue a Juan XXIII”. [N.d. R. Juan XXIII ya ha sido beatificado].
El 8 de diciembre hubo una gran Misa, por la Inmaculada, y el Papa incluyó el nombre de San José en el canon número 1 de la Misa. El 9 fue la clausura.
De regreso a Colombia vio que su puesto en su parroquia estaba ocupado y le dieron otra. “Volví a mi labor y retomé el contacto con mi familia. Imagínese para mi padre eso fue gran cosa; él murió al año siguiente”.
El 29 de diciembre del 65 voló de Cali a Miami para no volver a vivir en Colombia, de Miami llegó a Los Ángeles y aquí se quedó trabajando. Laboró en nueve parroquias hasta su jubilación el 30 de junio de 1995. Después ya jubilado ha seguido ayudando. “Yo vivo privadamente, posiblemente después de jubilado estoy más activo. Ahora voy a donde me llaman y estoy disponible 7/24. Soy devoto del 7/24. Cuando hay alguna necesidad, se comunican conmigo para ver si puedo cubrirla”.
SACERDOTE Y FAMILIA
“La vida del sacerdote no es aburrida, como pueden pensar algunos; es sumamente variada. Imagínese que a mí me llaman de un lado y de otro. Ayer por ejemplo estuve en San Luis Gonzaga, en San Matías, he estado en San Alfonso últimamente. Estoy diciendo la Misa de 12 en la Inmaculada Concepción. Y así.
En cuanto a abandonar su familia, es todo lo contrario. He estado ayudándolos todo el tiempo. Ya son 15 años que no voy a mi país. Ahora de jubilado no me voy, pero les mando lo que hubiera tenido que gastar en el viaje. No estoy aislado y siempre he tenido presente a mi familia. Siendo tan numerosa, pues no les hablo a todos. Yo hablo a los que están muy apurados”. VN
PREGUNTITAS
¿QUÉ COMIDA LE GUSTA?
“Me gusta toda la comida en general y ninguna en particular. Como de todo, pero muy despacio. Me llaman el padre eterno”.
¿SABE COCINAR?
“Sólo para mí”.
¿QUÉ IDIOMAS HABLA?
“Los años que viví con los vicentinos, que fueron 17, aprendí el francés, lengua oficial de la comunidad. He vivido en medio de Santos”.
¿QUÉ HACE EN SUS DÍAS LIBRES?
“Yo tomaba días libres cuando estaba en las parroquias, ahora no”.
¿ALGÚN PASATIEMPO?
“Hablo cuatro idiomas, leo en ellos y en otros. Los más difíciles son el alemán y el griego clásico, pero las lenguas que hablo son español, inglés, francés y latín. Leo en esas cuatro y en italiano y portugués con facilidad”.
¿DEPORTES?
“Sí. En el seminario. Basketball, siendo un ratoncito diminuto. Pero mis compañeros no eran muy altos. Natación, también”.
“Cuando me preguntan cómo le he hecho para vivir tantos años, les dijo: ‘el agua’, la doctora piscina. Caminaba bastante también”.
MENSAJE
“Me gustaría que me recuerden como una persona que se interesa por los necesitados. Porque si algo he aprendido de San Vicente de Paul no fue la humildad, porque no la tengo, pero sí ayudar al pobre. Yo todo lo he dado, no tengo un centavo, absolutamente sólo la pensión que recibo de la Arquidiócesis de la cual vivo muy agradecido y el Seguro Social, pero no tengo ninguna propiedad, sólo un teclado japonés que compré por necesidad de ayudar a uno que se iba y porque me gusta el teclado. He seguido el consejo de Cristo en el Evangelio de San Mateo, cosa que tenemos muy olvidada y que dice simplemente: ‘A todo el que te pide, dale’”.
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