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EL MUNDO ENTERO TIENE LOS OJOS PUESTOS EN ESTADOS UNIDOS

En Los Angeles un millón de inmigrantes concurrieron a la “Marcha del Pueblo”

Por unas horas, Los Angeles, la ciudad sin centro, tuvo por fin uno: su gente.

Jamás en la historia de la urbe -y probablemente del país- se vio una multitud tan portentosa. Un mar humano proclamando una idea: “Aquí estamos, somos trabajadores, empleados, estudiantes, profesionales, soldados. hombres, mujeres, niños, ancianos, bebés en cochecitos, personas en sillas de ruedas, familias enteras. Este es el rostro de los que ustedes llaman criminales e indeseables, pero en realidad somos los que hacemos funcionar el país… Si desapareciéramos, ésta y muchas ciudades serían miserables”.

Medio millón según la policía, un millón según los organizadores, concurrieron el 25 de marzo al downtown, aunque es difícil cuantificar lo ocurrido ese sábado. Las calles Broadway, Hill, Hope, Main, Spring y Primera fueron cauces desbordados (con innumerables afluentes) de torrentes humanos. Quienes lo vivieron nunca podrán olvidarlo. Quienes se quedaron en casa -timoratos, indiferentes o desconfiados- descubrieron al verlo por televisión o al oír hablar de la movilización que nada había que temer de esa muchedumbre en movimiento que se expresaba en inglés y en español, portando miles de banderitas del país huésped. Un acto político aplastante. Junto a la de Los Angeles figuran inolvidables las otras movilizaciones que tuvieron lugar en North Carolina, Georgia, Chicago, Reno y Denver. Jornadas con rostro fundamentalmente hispano, que representan igualmente los intereses de todos los grupos que se sienten vejados y amenazados por las iniciativas racistas que se discuten en el Capitolio, plasmadas en la infame 4437 del congresista James Sensenbrenner.

Desde los tiempos de la guerra de Vietnam y las marchas por los derechos civiles no se había producido un empuje tan relevante en este país. Un movimiento que al no sujetarse a los esquemas convencionales -estados “rojos” y “azules”, demócratas y republicanos, conservadores y liberales- redefine el concepto de progresista. Una causa sin caudillos, con muchas voces y expresiones, auténticamente plural: iglesias, políticos, organizaciones populares, centros de ayuda, defensores de los inmigrantes, personas con sensibilidad, sin olvidar a los locutores de radio que jugaron un papel relevante llamando a la gente a movilizarse.

Unos días antes, la Conferencia de Obispos Católicos de California sobre la reforma migratoria, refiriéndose a la polarización del país en torno a la cuestión de los trabajadores extranjeros, expresaba: “En California, los inmigrantes viven entre nosotros, nos atienden en nuestros restaurantes y hoteles, limpian nuestras casas, cosechan nuestros productos agrícolas, cuidan de nuestros jardines y nos proporcionan sus conocimientos técnicos y su mano de obra en las fábricas. Muchos son empresarios que crean oportunidades de trabajo para otras personas. Sus hijos asisten a nuestras escuelas. Sus familias van a nuestras iglesias. Ellos son nuestros prójimos”.

El Cardenal Rogelio Mahony, a riesgo de ser criticado por los sectores más intolerantes de su propia iglesia, incluso dio instrucciones de ofrecer santuario a los inmigrantes perseguidos. Cuando Juan Pablo II estuvo en Los Angeles en 1987, recordó en una entrevista que dio al periódico Tidings, el Papa exhortó a identificarse con todos los grupos sin distinción.

Para los jóvenes latinos, por otro lado, estos han sido días de grandes lecciones. Muchos marcharon junto a sus padres en la semana que culminó el 25 de marzo, pero también lo han hecho por su propia cuenta: el mismo día que se reunía el Comité de Justicia del Senado, alrededor de 40 mil estudiantes se salieron de clases en varias escuelas públicas del Sur de California para protestar contra la 4437. Si el sábado fue día de reencuentro con sus padres y familias, el lunes lo fue con su propia generación: en estas jornadas de movilización, miles de muchachos y muchachas descubrieron que son más fuertes los vínculos que los unen que las discordias que los separan. Han sido días de aprendizaje sobre las realidades de su país y la importancia de la acción y la unidad.

El carácter pacífico de estas manifestaciones ha sido simbolizado por las blusas y camisas blancas que desfilaron el 25 de marzo, y sobre todo por el comportamiento intachable y ejemplar de sus centenares de miles de participantes. Se ha hecho historia.

AHORA, ¿QUÉ SIGUE?

Los resultados de las movilizaciones parecen saltar a la vista. La semana pasada, el Comité de Justicia del Senado aprobó por doce votos -incluidos los de cuatro republicanos- contra seis, una propuesta que propone un camino para que los once o doce millones de indocumentados del país puedan regularizarse. Un resultado insólito y afortunado. Pero aún faltan muchas batallas por librar. El verdadero refuego está por venir ahora que el pleno de esa Cámara va a discutir el futuro de la inmigración en Estados Unidos. Es una situación difícil. Las fuerzas xenófobas y abiertamente racistas viven un repunte y no temen mostrar su rostro. Es como si la derrota de baja intensidad que está sufriendo en Irak obligara a la derecha a buscar con quién desquitarse.

Pero este desquite les puede salir caro a la larga. Hace poco se supo que la propia Conferencia Evangélica, una de las fuerzas más conservadoras del país, y base social fundamental de la Administración Bush, planea pronunciarse contra la 4437. Diversos analistas coinciden en que si el Partido Republicano persiste en atacar a los inmigrantes se arriesga a perder el voto hispano en futuras elecciones. Pero es más que eso: el mundo entero tiene los ojos puestos en Estados Unidos, atento a la postura que tomará el país forjado por inmigrantes, respecto a sus nuevos y laboriosos constructores. VN

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