DONDE ESTA PEDRO…
Por Monseñor José H. Gomez
Arzobispo de Los Ángeles
5 de octubre, 2018
Al escribir esto, voy de camino a Roma, para participar en el Sínodo de un mes sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional.
Es difícil estar lejos de casa por tanto tiempo, pero espero con alegría la oportunidad de pasar estos días orando y reflexionando con el Papa Francisco sobre los desafíos que enfrentamos en la evangelización de la juventud.
Hay una antigua expresión que dice: “Donde está Pedro, allí está la Iglesia”.
Lo que esto significa es que Roma es el cimiento de la Iglesia, porque el obispo de Roma, el Papa, es el sucesor de San Pedro, que es la “roca” sobre la cual Jesús dijo que construiría su Iglesia.
En el misterio del plan de Dios para la creación, Jesús ha enviado a la Iglesia a todo el mundo, hasta los confines de la tierra, para continuar su misión de proclamar el amor y la salvación de Dios. En este misterio, el Papa, quienquiera que sea éste en un momento dado de la historia, es el Vicario de Cristo en la tierra, a quien le debemos devoción y servicio filial.
Santa Catalina de Siena vivió en una época de profunda corrupción en la Iglesia y de debilidad en el papado. Ella no dudó en escribirle urgentes y contundentes cartas al Papa, llamándolo a la santidad y al valor. Sin embargo, ella comprendió con reverencia que él era, como ella lo llamaba, el “dulce Cristo de la tierra”.
Necesitamos profundizar este espíritu de los santos en nuestro tiempo.
El proceso del sínodo es un reflejo único de los lazos que conectan a nuestra Iglesia local de aquí, de Los Ángeles, con la Iglesia universal, que es la familia mundial de Dios. Es la Iglesia de los apóstoles, con el Papa como sucesor de San Pedro.
“Sínodo” es una palabra griega que indica un camino que recorremos juntos. Un Padre de los primeros tiempos de la Iglesia describió a ésta como el ser “compañeros de viaje”.
La Iglesia es una única familia, reunida de todas las naciones hasta los confines de la tierra, y todos nosotros —fieles laicos, clérigos y religiosos, los obispos y el Papa—, juntos, seguimos a Jesús a través del curso de la historia, caminando con Él.
En los primeros días, las reuniones de los líderes de la Iglesia llegaron a llamarse “sínodos” y “concilios”.
En nuestros días, el Papa Francisco considera la idea del sínodo, lo que él llama “sinodalidad”, como una imagen para describir cómo debería funcionar la Iglesia.
En la visión “sinodal”, toda la familia de Dios asume la responsabilidad de la vida y la misión de la Iglesia, bajo el liderazgo y el ministerio de los obispos, que son los sucesores de los apóstoles, y lo hacen en comunión con el Papa, como sucesor que es del apóstol San Pedro.
Jesús estableció la Iglesia de modo de que fuera dirigida por sus apóstoles y por los sucesores de éstos. Sin embargo, la jerarquía de la Iglesia es una jerarquía de servicio. Jesús dijo que el apóstol, y por extensión, el obispo, debe considerarse a sí mismo como “el último de todos y el servidor de todos”.
Todos nosotros, inclusive los obispos, somos seguidores de Cristo. Y somos cristianos antes que nada. En un nuevo documento, el Papa Francisco dice que el obispo debe ser “a la vez, maestro y discípulo”.
Los obispos tienen la tarea especial de guiar a la Iglesia por este camino que caminamos con Jesús. Y, como los apóstoles, están llamados a enseñar y a santificar a través de los sacramentos, y a gobernar a la Iglesia. Todo esto, nuevamente y siempre con el espíritu de ser los servidores de la familia de Dios.
Todo se resume en esto: en la Iglesia, somos hermanos y hermanas y todos nosotros vamos recorriendo juntos el camino que Jesucristo ha establecido para nosotros, cada quien a su modo y respondiendo todos al llamado que Él nos hace a ser santos y a proclamar su Reino.
La vida cristiana es realmente hermosa y simple. ¡Ojalá pudiéramos darnos cuenta de esto!
Jesús dijo que para seguirlo debemos amar a Dios y amar al prójimo. Amar a Dios significa vivir de acuerdo a sus mandamientos y a su plan para nuestra vida. Significa vivir como sus hijos y ser santos como Él es santo.
Amar a nuestro prójimo significa tratar a los demás como Jesús los trató y compartir su misión de difundir el amor de Dios y de edificar su reino en la tierra. Significa ser misioneros.
Necesitamos volver a esta hermosa simplicidad, a buscar la santidad y a ser misioneros. Todo lo de la Iglesia —los sacramentos, toda nuestra teología y todos nuestros ministerios— puede entenderse a la luz del llamado a la santidad y a la evangelización.
Todos nosotros, los que formamos parte de la Iglesia, todo hombre y toda mujer bautizados, estamos llamados a esta tarea de buscar la santidad y de dar testimonio de Cristo en las circunstancias de su vida cotidiana. Ese es el “espíritu” del sínodo.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes en la Ciudad Eterna de Roma.
Y que la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, guíe el sínodo para que podamos encontrar nuevas maneras de anunciarle el Evangelio a nuestros jóvenes. VN
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