
CRISTO AYER, HOY Y SIEMPRE EN TU VIDA Y EN LA VIDA DE LA IGLESIA
La Liturgia de la Iglesia nos da la oportunidad en cada Semana Santa de enfocarnos en los temas centrales de nuestra vida cristiana. Esto ha sido parte de la vida de la Iglesia por muchas generaciones y nosotros lo hemos vivido en nuestros pueblos de origen. No podemos olvidar como nuestras madres y abuelas tenían tradiciones muy especiales para la Semana Santa, cómo no recordar las marchas luctuosas del Viernes Santo, o las penitencias familiares como apagar la televisión o leer libros espirituales antes de dormir. Quizás lo que mejor recordamos sean las comidas de Semana Santa como las tortitas de camarón, o la capirotada o el pescado frito. Todo el ambiente que se creaba alrededor de la Semana Santa empezaba en el hogar pero continuaba en la Iglesia y se extendía a la ciudad.
Nuestra Comunidad hispana en Los Ángeles conserva muchas de esas tradiciones de los pueblos de origen pero también se ha enriquecido con las experiencias de los otros grupos étnicos y de la Liturgia ordinaria de la Iglesia. Somos hijos de nuestra cultura pero somos parte de una comunidad diversa y rica que ha caminado y que se ha actualizado en la vivencia de su fe y de sus ritos. Esta síntesis es obra del Espíritu de Dios que nunca nos ha abandonado y que ahora nos orienta para que seamos capaces de vivir nuestra fe con la misma intensidad que nuestros ancestros pero en la realidad de los Estados Unidos de América en el año 2012.
Hagamos una revisión de la espiritualidad de los días Santos para prepararnos a su celebración.
DOMINGO DE RAMOS
La Liturgia del Domingo de Ramos es muy elocuente. Las palmas con las que nosotros actualizamos el momento glorioso de la entrada de Jesús en Jerusalén hablan de la alegría de la fe, del gozo que los cristianos sentimos al ver a Jesús triunfante aun cuando sabemos que va a ser martirizado y ajusticiado. Jesús ha tomado la decisión de mostrar el amor a todos los seres humanos hasta el extremo y no pone límites a su entrega sino que lo hace conscientemente, lo hace sabiendo que el proceso va a ser doloroso, humillante y desesperante, pero lo asume con valor, no porque busque el dolor por el dolor, sino porque Él quiere mostrarnos, que cuando se empieza una misión hay que cargar con todas las consecuencias que esto implique y que hay que llegar hasta el final, que las cosas no se pueden hacer a medias.
Los cristianos a los que San Marcos escribe su Evangelio -que escuchamos en este año- son inmigrantes judíos y del Medio Oriente que habían llegado a Roma en busca de trabajo y de unas condiciones de vida mejores que las que tenían en sus países de origen. Son cristianos convencidos pero son cristianos perseguidos, los acusan de ser los causantes de los problemas de la ciudad de Roma, los llaman criminales, persona non grata, se sospecha que hacen ritos esotéricos y que se reúnen en lugares secretos. Socialmente se les culpa de los desórdenes de la ciudad, de la suciedad, del desempleo, de la pobreza y de todos los desgracias de la ciudad. A esos cristianos recién llegados a Roma escribe San Marcos su Evangelio, y por eso les hace ver que esa misma persecución que ellos ahora sufren ya la sufrió el Maestro, pero que Él supo enfrentarse a ella porque había tomado la decisión de enfrentar la injusticia y la humillación con la cara en alto, con la dignidad del hombre que es debilitado en su cuerpo pero que nunca será vencido en su alma, que podrán quitarle la vida física pero que no le pueden arrebatar la verdadera vida.
Entonces el Domingo de Ramos es una mezcla rara: es participar de la alegría de la fe pero es a la vez prepararnos para el momento del dolor. Es tomar la decisión de aceptar el propio destino; es decir, vivir hasta el extremo las consecuencias de la fe, porque no hay otra manera de hacerlo. No se puede vivir a medias, no se puede ser tibio, ni mediocre, la vida cristiana es más que sólo buenos propósitos, es vivir al tope por un ideal, un ideal porque el que vale la pena dar la vida porque ya hubo alguien que por ese ideal dio la vida y que es ahora Señor de Cielos y Tierra.
Domingo de Ramos es vivir con alegría aunque negros nubarrones aparezcan en la distancia. En pocas palabras, Domingo de Ramos es darle sentido al dolor.
JUEVES SANTO
Quizás la mejor manera de hacer una síntesis de la vida de Cristo es decir que todo lo hizo por amor, pero esta sentencia aunque verdadera es aún muy general. La vida de Jesús fue entrega total, amor sin límites, porque todas sus acciones y sus palabras sólo estuvieron orientadas a ayudar, a liberar a todos los que encontró en su camino de las ataduras físicas, psicológicas y espirituales que les impedían dar lo mejor de sí. La mano paralítica curada permitió al sanado trabajar por los demás; el ciego que vuelve a ver, representa a un hombre concreto pero también a todos los hombres que por el poder de Jesús son capaces de reconocer su errores, sus talentos, sus retos y sus posibilidades; la mujer curada de flujo de sangre representa a todas las mujeres excluidas y negadas que por la mano poderosa de Jesús son recuperadas para la sociedad y para la Iglesia; los leprosos sanados representan a tantas personas a quienes Jesús les devuelve las ganas de luchar, de empezar de nuevo, de buscar oportunidades. Jesús fue un servidor eficiente que pasó haciendo el bien.
Jueves Santo nos recuerda que la Iglesia y cada uno de los bautizados son Sacramento de Cristo y que es su responsabilidad hacer que Jesús siga siendo un servidor eficaz hoy. Para lograr ese propósito necesitamos escuchar las necesidades de los que están a nuestro alrededor para hablarles y ayudarlos como lo haría el mismo Jesús. Pero sobretodo necesitamos tener la actitud de samaritanos, que no se fijan si el necesitado es de mi religión o de mi grupo, o si es una buena persona o es un criminal, la mirada del samaritano no tiene prejuicios sobre a quien servir.
Jueves Santo nos recuerda que sólo sirviendo encontramos alegría y paz en nuestra vida, que sólo ocupando nuestra energía y capacidades en ayudar nos sentimos realizados y completos. El tema central de hoy es la Eucaristía, pero en realidad la Eucaristía es otra manera de decir servicio, porque Jesús nos dejó el regalo de su cuerpo y de su sangre ofrecida sacramentalmente como comida y bebida para que no nos cansemos de servir, para que tengamos las energías para hacer lo que Jesús dijo e hizo. Es interesante observar que el evangelista San Juan en lugar de repetirnos el memorial de la fracción del pan en la institución de la Eucaristía, nos deja la narración de Jesús lavando los pies de sus discípulos. No hay amor más grande que el que da la vida por los suyos, y dar la vida es en la mayoría de los casos dedicar cada minuto de tu vida a ayudar en sus necesidades a los que te encuentras en el camino.
Mi padre me decía: “¡Ojalá que cuando llegues a viejo puedas mirar tu pasado y decir que cada minuto de tu vida fue bien empleado en ayudar a alguien, en servir a alguien y en contribuir a que el mundo fuera un poquito mejor!” Ya soy viejo y creo que en buena parte he cumplido este pedido pero aún quiero dedicar los años que Dios me de a servir en lugar de ser servido.
La institución del Sacramento del Orden también la recordamos en este día y quiero decir a este respecto que a lo largo de mi vida y en el ejercicio de mi propio ministerio he encontrado muchos buenos sacerdotes que entendieron la íntima relación que hay entre el mandamiento del amor en el servicio y su vocación sacerdotal. Me siento orgulloso de tener como amigos a sacerdotes que están disponibles, que escuchan, que visitan a los enfermos y saben dar consuelo, que acompañan con a los funerales siendo testimonios de vida, que se solidarizan con aquellos que buscan justicia y la defensa de los derechos de los pobres. No quiero empezar diciendo sus nombres porque la lista es enorme, pero te invito a que hagas tu propia lista de sacerdotes santos que sirven con amor a la porción del pueblo de Dios que se les ha encomendado. Yo creo que gracias a estos buenos sacerdotes sigue habiendo vocaciones y muchos jóvenes ven como una alternativa la entrega de la propia vida en el ministerio sacerdotal, y sobre todo pueden afirmar que vale la pena ser sacerdote servidor.
Pero incluso, el testimonio de vida de nuestros obispos. Sin dejar de reconocer lo que todos ellos hacen por su comunidad quiero que juntos demos gracias a Dios por todos los obispos hispanos que sirven y dan testimonio en el área de California y, cada vez más, en el resto del país. Hombres de bien, hombres santos que aman a Cristo y lo ven en todos sus feligreses, al final hombres de Dios.
VIERNES SANTO
El Viernes Santo nos invita a abrir los ojos para observar y ver a los nuevos crucificados de nuestro tiempo. A tantos hombres y mujeres en quien aún podemos ver el rostro agonizante de Jesús. ¡Cómo no ver a Cristo crucificado en los jornaleros en las esquinas buscando una oportunidad de trabajo para llevar el pan a sus hijos, en los trabajadores del campo que aún en el siglo XXI mueren de sed porque sus patrones no les proveen una sombra y un poco de agua en la jornada, en los millones de inmigrantes que cada mañana salen a sus trabajos sin saber si la ley les va a quitar su medio de transporte! ¡Cómo no ver a Cristo crucificado en las familias divididas por las deportaciones masivas!, los miles de niños y niñas que se han quedado sin su papá o su mamá por leyes que ellos no entienden. ¡Cómo no ver a Cristo sufriente en las madres de hijos drogadictos o encarcelados que incluso se sienten culpables del destino trágico de sus hijos aunque ellas hayan dado lo mejor de sí!
Pero además de las injusticias de un mundo desigual podemos ver a Cristo crucificado en las circunstancias tristes de muchas personas a las que amamos. Esta mañana recibí la llamada de mi amiga, la hermana Lydia, quien se encuentra padeciendo los estragos de un cáncer terminal. Esta mujer llena de amor que no ha hecho más que servir a sus hermanos, especialmente a los campesinos hispanos del área de Monterey, CA, ha sido diagnosticada con cáncer en el hígado. Lleva muchos años luchando contra la enfermedad y en algunas ocasiones superándola con cierto éxito, pero ahora está muy grave y los médicos le han dicho que le quedan seis meses de vida, aunque sólo Dios sabe. En ella, en su dolor que es vivido en clave de esperanza puedo ver el rostro de Cristo sufriente y en agonía.
Viernes Santo nos recuerda que somos limitados, que el dolor llega aunque no lo busquemos, pero tenemos que saber que no todo acaba allí sino que el dolor tiene un sentido redentor. Cristo no buscó el dolor pero lo enfrentó, porque sabía que vale la pena confiar en Dios quien siempre está al final del camino. Porque sabía que su Padre lo esperaba y lo amaba como sólo Dios puede amar, y que su muerte no podía quedar en el fracaso y el dolor.
Yo puedo ver en la hermana Lydia esa esperanza, sin duda su dolor físico es insoportable, pero ella no deja de sonreír, su soledad es tremenda porque nadie puede compartir con ella ese dolor y ese sentimiento de impotencia ante la muerte que se avecina, pero ella no ha perdido la necesidad de comunicarse y de compartir con las hermanas de la comunidad y con la gente de los diferentes ministerios que ella atiende. En su agonía está pensando en cómo dejar a alguien que continúe sirviendo como coordinador de los ministerios, ella sabe que va a morir pero la Iglesia tiene que seguir su misión y los proyectos que se han iniciado deben continuar por el bien del pueblo de Dios.
El dolor y la muerte son inevitables pero cuando somos capaces de encontrarles un sentido, de verlos desde la fe, la esperanza y el amor, entonces son más tolerables. Buscar el dolor por el dolor es masoquismo, pero confiar en la misericordia de Dios que está allí aunque quisiéramos ver más tangiblemente su presencia, es la clave para encontrarle el verdadero sentido que tiene nuestra vida.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Me ha llamado siempre la atención en las narraciones del Nuevo Testamento, el contraste entre la experiencia de los Discípulos el Vienes Santo y lo que sucede después de la Resurrección. Esos hombres muertos de miedo que temían correr la suerte del maestro y que se esconden y buscan pasar desapercibidos pensando en que todo aquello que Jesús predicó había quedado en una bella ilusión, de repente empiezan a predicar con palabras muy fuertes. “A ese a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha resucitado de entre los muertos”. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué hizo que el miedo se convirtiera en coraje? ¿Cómo un grupo de hombres y mujeres tan pequeño logró contagiar su entusiasmo por Cristo vivo a tantas personas? La respuesta es muy simple: “Vieron al Señor”. “Se encontraron con Jesús resucitado”. No hay duda que tuvieron una experiencia objetiva, es decir, “lo vieron”, no tienen duda de que el Crucificado es ahora el Resucitado. Aquel a quien las autoridades y los poderes religiosos y políticos martirizaron y ejecutaron, Dios lo resucitó de entre los muertos. Hay una constante en todos los encuentros con el resucitado que conviene recordar: en primer lugar, todos hablan de una experiencia real; en segundo lugar, todos ellos sienten un cambio en su vida y en tercer lugar, todos ellos son invitados a dar testimonio, es decir son enviados. Y estas características se repiten en todos los ejemplos bíblicos aunque procedan de diferentes personas. Estos ejemplos son muy importantes porque son el punto de partida de tantos otros testimonios de hombres y mujeres que a lo largo de los siglos “han visto al Señor”, y a Él y por Él han consagrado su vida. Y estoy hablando de todos los testigos de Cristo vivo que nos han trasmitido la fe con sus palabras, pero sobretodo con el testimonio de su vida: San Agustín, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, Santo Tomás Moro, San Juan Diego, Teresa de Calcuta, Juan Pablo II y una interminable lista de testigos de Cristo vivo.
Tanto en la experiencia de los primeros como en todas las otras experiencias hay cambios radicales. No todos ellos fueron pecadores escandalosos que dejaron su mala vida, pero en todos ellos se dio un cambio profundo, quizás algunos recordaron las acciones de Jesús y después se sintieron culpables de haberlo abandonado, quizás otros vieron la necesidad de encontrar un sentido a sus vidas vacías, quizás muchos otros vieron en el Resucitado la motivación para dejar una vida de pecado o de abuso sobre los demás. Cada persona al encontrarse con el Resucitado tuvo una experiencia diferente, pero en todos se suscitó un cambio, se dio una experiencia de conversión. Los testigos del Resucitado dejaron que en adelante Él fuera el centro de sus vidas.
En esta Pascua 2012 también nosotros somos convocados por Cristo vivo a vivir en plenitud. ¿Qué nos impide aceptar a Cristo vivo? Muchas pueden ser las causas de nuestra incapacidad para dar este paso, posiblemente nunca nadie nos lo ha comunicado, o quizás los que nos lo han comunicado no nos dieron testimonio con sus acciones. No lo sé, pero ahora es la oportunidad. Él está a tu lado, está en la comunidad viva que cada domingo se reúne alrededor de la Mesa Eucarística, está en los miles de hombres y mujeres que luchan y se levantan cada mañana dando lo mejor de sí por sus hijos, está en los jóvenes que se abren a la posibilidad de encontrarse con Cristo en los grupos juveniles parroquiales o en los voluntariados que buscan construir una sociedad más justa. Hay miles de lugares donde Cristo está vivo, pero de modo especial está vivo en el pueblo creyente que celebra los Sacramentos con fe y devoción y que de esa Vida Sacramental saca las fuerzas para las luchas de la vida.
Yo creo profundamente en el perdón de Cristo que me ayuda a sanar los sentimientos de culpa por mis errores del pasado, yo creo profundamente en que Cristo me quiere alegre y feliz compartiendo la vida, aun en circunstancias difíciles. Afirmar que Cristo está vivo no es simplemente una confesión teórica, es un estilo de vida, es una actitud de vida, es un modo de ser y de vivir.
Ser testigos del resucitado nos motiva a ser buenos ciudadanos que luchan por leyes justas para todos, a ser personas confiables en quien los demás pueden descansar y apoyarse. Ser testigos de la vida nos motiva a defender la vida del inmigrante sin papeles, del condenado a muerte, del bebé no nacido. Ser testigos del resucitado nos solidariza con las madres solteras que llevan el peso de ser educadoras, proveedoras y catequistas de sus hijos aunque la figura del padre esté ausente.
Ser testigos del Resucitado nos impulsa a ser nosotros mismos y a quitarnos las mascaras que nos han puesto la opinión de los demás o nuestros propios miedos y fracasos. Que el encuentro con el Resucitado en esta Pascua sea una experiencia real y que seas capaz de llevarlo y testimoniarlo en todo el resto de tu vida. VN
Dr. José Antonio Medina
amedina@liguori.org
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El autor te recomienda que leas “Conozca a Jesús” del P. Juan Alfaro y “Construyendo el Reino de Dios” del P. José Marins.
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