CON EL SACERDOCIO EN EL ALMA
Un ‘milagro’ de su madre convenció al padre Rubén Rocha de que esta carrera era el camino y la forma de vida que buscaba
Tardó en encontrar el camino, pero todo en su vida lo condujo al sacerdocio, aunque para ello fuera necesario un milagro de su madre o un milagro de Dios que inspiró a su madre a entregarle la señal divina que el joven esperaba.
Es uno por ciento jarocho y 99 por ciento tapatío, dice el padre Rubén Rocha Negrete, hijo de Rubén Rocha Valenzuela y de María Guadalupe Velázquez, explicando que nació en la ciudad de Veracruz y se crió en Guadalajara, Jalisco, desde los siete meses de edad. Tiene dos hermanas, una de sangre y otra de adopción, y padres católicos practicantes, “sobre todo mi madre, muy devota, muy religiosa”. Su padre también cumplía con la Iglesia, dice, y arrimaba el hombro cuando había que ayudar en la parroquia. Ambos apoyarían años más tarde su decisión de hacerse sacerdote.
En Guadalajara estudió hasta la secundaria y a los 18 años se vino a Estados Unidos “con la intención de trabajar para ayudar a mis padres”. “Vine saltando montes/barrancos y poblados”, dice apoderándose de versos del corrido “El Arracadas”, para llegar a la meta, Whittier, California, donde vivía su hermana de sangre, la mayor. Es su forma de decir que llegó indocumentado, sin papeles.
Como es el caso de muchos recién llegados, estuvo unos seis meses sin trabajo, pero aprovechó el tiempo para conocer “algo distinto de México, personas y culturas de otros países”. También el trabajo más tarde “me abrió mis horizontes, pues, como muchos mexicanos, llegaba pensando que México lo era todo”.
En Guadalajara estudió hasta la secundaria en la escuela pública, pero estuvo en contacto con los sacerdotes de su parroquia de Nuestro Señor del Rayo de la Colonia Rancho Nuevo. Su participación en la vida parroquial era sobre todo por la música, estaba en el coro de la parroquia, y esto lo puso en contacto con otros jóvenes y los sacerdotes. Sobre éstos, recuerda que “eran muy humanos”.
En el condado de Orange fue muy activo en los grupos carismáticos juveniles de la parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Los Nietos; por entonces comenzó a sentir un llamado muy fuerte para el sacerdocio aunque no hizo caso “porque quería casarme”, si bien algunos seguían preguntándole por qué no se iba al seminario, cuenta a VIDA NUEVA. Como joven con ganas de vivir, al poco tiempo regresó a México, pero en Guadalajara sufrió una desilusión al descubrir que los amigos ya no eran lo mismo que antes, habían cambiado. Se sintió muy solo, desubicado en su tierra donde seguía sintiendo el gusanito del sacerdocio, y “pidió a Dios una señal si lo quería sacerdote”. La señal debía llegar de manos de su madre. “Quiero que me mandes una rosa, a través de mi madre”, le dijo a Dios. El padre Rubén no sabe ahora por qué ni cómo se le ocurrió esa petición, y es la primera vez que lo cuenta en público.
Fue un sábado, “el 29 de octubre, cuando mi madre regresó de una boda con una rosa de tela para mí. No era la rosa que yo había pensado, pero era una rosa de todos modos”. Su sorpresa fue mayúscula, porque nadie, ni su madre, conocía esa oración. Lo tomó como la respuesta de Dios a su oración y entonces se lo comunicó a su progenitora. El paso siguiente fue volver a Estados Unidos, repitiendo los saltos por “montes/barrancos y poblados”. Este casi milagro de Dios, aliado con su madre, le sirvió luego en los tiempos de crisis, “que las hay”, para seguir adelante por el camino emprendido, dice ahora pensando en el sendero recorrido.
‘SIEMPRE SERÉ AGUSTINO…’
Vuelta a los grupos juveniles de Los Nietos donde, al observar su manera de ser y estilo de vida, algunos seguían preguntándole por qué no se iba al seminario.
Él no recuerda el episodio, pero su madre le contó que a los cinco años alguien le preguntó qué quería ser de grande: “Quiero ser sacerdote”, respondió el niño con aplomo. Sin embargo ya de grande se resistió a la llamada, cegado por las luces del mundo, hasta que finalmente se rindió. A los 21 años de edad, comenzó a contactar a varias organizaciones de sacerdotes. En varios casos se tropezó con el rechazo por tres razones: “Primero -dice- porque no tenía estudios –solamente la secundaria de México, equivalente a los primeros ocho grados de aquí; segundo, porque no tenía papeles y, tercero, porque no tenía dinero”. Por fin, la Orden de los Agustinos Recoletos (O.A.R.) le abrió sus brazos, le dio más estudios, le arregló los papeles y corrió con los costos de su educación. “Siempre seré agustino”, dice con sencillez y agradecimiento, aunque por fuerzas mayores tuviera que salir de la orden.
En principio estuvo en la casa agustina de Watts pasando un tiempo de examen para ver si su vocación era auténtica. Luego hizo el noviciado en Monteagudo, provincia de Navarra (España), tiempo de profundización espiritual siguiendo el espíritu de los Agustinos Recoletos.
Precisamente de Monteagudo recuerda una anécdota simpática. “Por la mañana del primer día pensó que el cocinero y el jardinero estaban peleando, que estaban a la greña y se iban a tirar los trastes u otras cosas a la cabeza por las voces que daban”. Poco a poco, el mexicano se dio cuenta de que “estaban hablando normalmente”, como suelen “hablar” los españoles, a voces. Su cultura se ensanchó un poco más.
De Navarra pasó a Nueva York donde hizo el resto de los estudios que culminaron en la ordenación sacerdotal el 27 de junio de 1986 en la iglesia del Pilar de Santa Ana delante de su madre venida de México, orgullosa de tener un hijo sacerdote, orgullo que aún siente lejos del hijo. Su padre no pudo asistir a la primera misa por no lograr la visa de entrada en el país.
Tras varios destinos y trabajos dentro de su congregación religiosa, en 2003 tuvo que abandonarla para proveer por su madre “enferma y viejita”, pero no abandonó en ningún momento la espiritualidad y el amor de los hijos de San Agustín de Hipona.
TRABAJO EN LOS ÁNGELES
Solicitó permiso para trabajar a las órdenes del arzobispo de Los Ángeles y en 2004 fue destinado a San Pío X, de Santa Fe, parroquia formada por hispanos, vietnamitas y angloamericanos. Tras cinco años de concentrar su ministerio en los hispanos, fue destinado como pastor asociado a San Atanasio, de Long Beach, parroquia que experimentaba dificultades para pagar sus necesidades y por ello requería ayuda de varias fuentes, al contrario que San Pío X, la cual podía valerse por sí mima.
Ahí estuvo ocho meses, cuando fue nombrado administrador interino -ahora es permanente- de la Parroquia de la Sagrada Familia, de Wilmington, a la que pertenecen más de 2 mil familias -2,200 registradas—-muy activas. Los fines de semana reciben a 6 mil personas en nueve misas en español y dos en inglés. Ni esos días ni ningún otro tiene tiempo de aburrirse.
“Disfruto mi vida sacerdotal en todo momento, con el servicio a la gente. He sido muy feliz en mi vida de sacerdote”, dice para terminar.
“A los jóvenes les diría: Dense una oportunidad de amar a Dios, no tengan miedo, ábranse a su gracia y misericordia”, concluye el padre Rubén Rocha Negrete, y agrega que la misericordia es una de los temas centrales de las palabras y ministerio del Papa Francisco. VN
PADRE RUBÉN ROCHA NEGRETE
Parroquia de la Sagrada Familia
101 East. L Street
Wilmington CA 90744
(310) 834-6333
PREGUNTITAS
¿QUÉ COMIDA LE GUSTA?- “Me gusta la pizza, pero mis platos favoritos son el birote con frijoles y el chile a mordida”.
¿SABE COCINAR? -“Poco, pero de hambre no me muero. Sé hacer lo que me enseñó mi madre”.
¿QUÉ IDIOMAS HABLA?- “Español e inglés”.
¿QUÉ DEPORTES PRACTICA?- Antes practicaba el raquetbol y la natación. Ahora -por cosas de la rodilla- juega a veces volibol y camino.
¿QUÉ HACE EN SUS DÍAS LIBRES?- “Tengo uno por semana y lo dedico a caminar, ir al cine o al parque a leer”.
¿QUÉ LIBROS LEE?- “Sobre todo libros de espiritualidad. Mi libro de cabecera es ‘Vida y misterio de Jesús’, de José Luis Martín Descalzo”.
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