ANTOLOGÍA RECOGE VOCES A AMBOS LADOS DE FRONTERA MÉXICO-ESTADOUNIDENSE

La escritora cubanoamericana Cristina García editó la recién publicada antología “Voces sin fronteras” en la cual se recogen textos ensayísticos y creativos de ambos lados de la línea limítrofe méxico-estadounidense.

La interrogante inicial es qué interés pudo haber tenido una escritora cubanoamericana en editar una colección dedicada a una herencia cultural aparentemente tan distinta a la suya.

En su excelente prólogo, García anticipa esta pregunta y la responde al manifestar el respeto que tiene por la tradición literaria mexicana y méxico-americana al igual que una cierta identificación, por su propia historia, con el cruce de fronteras.

“Lo único que puedo decir es que acerqué a estas obras motivada por una gran pasión y un profundo respeto y en el transcurso, yo misma crucé varias de mis propias fronteras”, escribe.

El hecho de que García le haya dedicado un esfuerzo tan serio a las voces de la frontera EEUU-México es el mayor testimonio de la importancia cultural que este grupo ha alcanzado en los Estados Unidos y la universalidad de los temas expuestos en dichos textos.

La antología está dividida en tres secciones principales, “Influencias tempranas”, “Voces mexicanas contemporáneas” y “Nuevos talentos” con “Voces Chicanas I y II” de intermedio, lo cual resulta una buena estrategia editorial ya que presupone un desarrollo temático sin la imposición de una cronología estricta.

García basa su selección en la premisa básica de que la frontera es esencialmente maleable al permitir el libre tráfico entre ambas zonas literarias, actividad que durante su propio transcurso, desarrolla un nuevo espacio bicultural de una riqueza extraordinaria.

Si bien el idioma había sido hasta hace poco un desafío para la justa apreciación de la literatura méxico-americana al sur del Río Grande, esta antología presenta por primera vez textos fundamentales de Rudolfo Anaya, Gloria Anzaldúa, Jimmy Santiago-Baca, Ana Castillo, Dagoberto Gilb y Richard Rodríguez traducidos al español.

La traducción estuvo a cargo de Liliana Valenzuela, cuyo conocimiento y apreciación por los textos se nota en su selección cuidadosa de términos, disfrazada en ocasiones de una facilidad casi pueril que se desprende de los originales, como es el caso de “Daddy con unos Chesterfields enrollados en la manga” de Ana Castillo.

Uno de los retos que de seguro presentó la traducción de los textos fue la particularidad del “spanglish”, abordada académicamente en el ensayo de Anzaldúa “Cómo domar una lengua salvaje”.

Anzaldúa expone en su muy estudiado ensayo no sólo las particularidades del “español chicano” sino también el estigma que ha acompañado a su uso de parte de puristas a ambos lados de la ecuación lingüística.

“Las chicanas que crecimos hablando el español chicano hemos interiorizado la creencia de que hablamos un español empobrecido… un idioma ilegítimo, bastardo”, escribió.

Sin embargo, las muestras de este idioma claramente rico en su hibridez lingüística y abarque cultural, a veces se pierde en la culta traducción de Valenzuela.

Por otra parte, la selección de voces mexicanas bajo “Influencias tempranas”, fragmento de “Pedro Páramo” de Rulfo y “La mano del comandante Aranda” de Reyes, por nombrar dos aunque paralela en importancia a la selección de textos fundaciones de voces chicanas, son lecturas harto conocidas en México.

Si bien este grupo de lectores se beneficiará de la novedad de las traducciones de textos méxico-americanos, casi la mitad del libro le será en el mejor de los casos un ameno paseo de recuerdo por sus lecturas escolares.

Sin embargo, la esperanza es que el texto sea adoptado por escuelas y universidades en EEUU para promover la lectura en español y la discusión de un tema tan vigente como el de la frontera. VN

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