REFORMA CONTINUA

REFORMA CONTINUA

Por Monseñor José H. Gomez

Arzobispo de Los Ángeles

22 de febrero, 2019

Hay una concientización creciente de que estamos viviendo en un tiempo de reforma y renovación dentro de la Iglesia Católica.

Sin embargo, también es muy real el hecho de que todos los tiempos son tiempos de reforma. Esto se debe a que, como creyentes individuales y como Iglesia, siempre tenemos que estarnos esforzando por ser transformados a imagen de Jesucristo.

“Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma” —dice el Concilio Vaticano II— “de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”.

Esta semana, el Papa Francisco está encabezando en Roma una reunión sin precedentes, con la asistencia de los principales obispos de todas las naciones para discutir el flagelo del abuso sexual infantil dentro de la Iglesia.

Estoy orando para que esta reunión alerte a todos con una nueva urgencia sobre el tema de la prevención del abuso y de proporcionar ayuda a las víctimas para que se les haga justicia y obtengan la sanación. Espero también que esta reunión lleve a enfocar una nueva atención en la necesidad de que los líderes de la Iglesia sean responsables, rindan cuentas y hagan un manejo transparente de las denuncias de abuso.

Los fracasos morales que hemos visto son síntomas de una necesidad más profunda y generalizada de reconstruir y revitalizar a la Iglesia —no sólo a las instituciones de la Iglesia— sino también a la “Iglesia” representada por cada uno de nosotros.

Renovación y reforma son las dos caras de una misma moneda. Un lado es individual, el otro es institucional. Ambos no pueden ser separados y cada uno depende del otro.

Ningún cambio en la organización institucional y en las estructuras de autoridad de la Iglesia será efectivo a menos que también haya una renovación en nuestro corazón y en nuestra mente, a menos que cada uno de nosotros decida nuevamente vivir su fe con una mayor integridad, con una nueva devoción y un nuevo entusiasmo.

En este momento, estamos escuchando una multitud de voces que piden muchos cambios dentro de la Iglesia. Parece que todos, tanto dentro como fuera de la Iglesia, tienen ideas acerca de lo que el Papa debe hacer, acerca lo que deben hacer los obispos.

Pero tenemos que entender cómo es que se da históricamente un cambio auténtico y cómo distinguir entre una verdadera y una falsa reforma de la Iglesia.

En ese sentido, el anuncio que se hizo la semana pasada acerca de que el Papa Francisco canonizará al Beato Cardenal John Henry Newman, parece algo providencial. Entre las grandes obras de Newman está el estudio definitivo de cómo se desarrolla la doctrina de la Iglesia.

La verdadera reforma, según el punto de vista de Newman, no es revolucionaria sino evolutiva y se desarrolla a partir de los fundamentos y doctrinas establecidos por Jesús y transmitidos a la posteridad por medio de la tradición de la Iglesia.

La reforma significa volver a la “forma” original y corregir lo que ha “deformado” a la Iglesia. Esto significa volver a Jesucristo y a la sencillez y pureza de los primeros testigos de la fe.

Dante, el gran humanista cristiano, escribió en el siglo XIV: “La forma de la Iglesia no es otra cosa que la vida de Cristo en palabras y en hechos”.

Es importante recordar esto.

Jesús siempre es “el modelo”, el ideal para la Iglesia y para todos los que pertenecen a la ella. Esto abarca al Papa, a los cardenales y a los obispos. Abarca también al clero, a los religiosos y a los laicos. Todos estamos llamados a tomar la vida de Cristo, sus enseñanzas y acciones, como el patrón de nuestra vida y de nuestro ministerio.

En este tiempo, necesitamos seguir volviendo a las fuentes, a los Evangelios y al testimonio y escritos de los santos, especialmente de los Padres de la Iglesia.

De los santos aprendemos lo importante que es estar unidos a San Pedro, el Papa, la “roca” sobre la cual Cristo construyó a su Iglesia.

No podemos ser fieles a Cristo y al Evangelio sin tener una fidelidad amorosa hacia su Iglesia. Esto lo vemos una y otra vez en la vida de los santos.

Durante casi 20 años, la venerable Madeleine Delbrêl vivió y desempeñó su ministerio en una ciudad francesa profundamente secularizada regida por comunistas.

Ella decía que para permanecer fieles a Cristo en una sociedad sin Dios, tenemos que tener un fuerte sentido de misión. Sin embargo, agregó, necesitamos de un sentido aún más fuerte de obediencia y amor por la Iglesia.

Delbrêl veía a Roma como “una especie de sacramento de la iglesia de Cristo”. Y en una ocasión fue en peregrinación ahí para renovar su fe.

“Llegué a Roma por la mañana”, escribiría más tarde, y “fui inmediatamente a la tumba de San Pedro… Me quedé allí todo el día y salí para París en la noche”.

Qué hermoso y sencillo gesto de amor a la Iglesia; y es algo sobre lo cual todos podemos reflexionar durante este tiempo de renovación y reforma. Es otro recordatorio de que la Iglesia será reformada en la medida en que cada uno de nosotros sea reformado.

Oren por mí esta semana y oren por el Santo Padre y por los obispos reunidos en Roma. Yo me uniré a ustedes en esas oraciones y estaré orando por ustedes y por sus familias.

Pidamos también la intercesión de nuestra Santísima Madre. A través de María y con San Pedro, todos podamos ir a Jesús y renovar la fidelidad al llamado que nos ha hecho a ser sus discípulos. VN

 

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