NUESTRO TRIDUO SANTO

NUESTRO TRIDUO SANTO

(fOTO: Monseñor Gomez celebra la Misa del Viernes Santo junto al Párroco de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, David Gallardo (izq.), el Padre Juan Ochoa (centro) y otros religiosos. / VICTOR ALEMÁN0).

Período de tiempo en el que conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret

 Por DR. JOSÉ ANTONIO MEDINA

 Cada año tenemos la oportunidad de encontrarnos con Jesús de una manera especial en los tres días más importantes de la Semana Santa. En este tiempo la liturgia, la comunidad y la gran tradición eclesial nos ofrecen signos, ritos y palabras que nos encaminan a un encuentro vivo con Jesús nuestro Dios y Señor. Voy a sugerirle algunas pistas que ayuden a identificar áreas de crecimiento de manera personal y en las relaciones con los demás y con Dios.

JUEVES SANTO

 Pondremos nuestra atención en el poder que Jesús nos ofrece a través de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, y en la virtud de servir.

Muchos cristianos no le damos importancia a los sacramentos porque no conocemos su verdadero significado. El Jueves Santo es una buena oportunidad de leer algo acerca del significado de la Eucaristía. Para nosotros la Eucaristía es salvación, es aceptar aquí y ahora lo que Jesús nos ofreció en su vida apostólica, y lo que nos ganó con su muerte y resurrección. Lo que hizo y dijo Jesús se vuelve vida en la Eucaristía. La libertad y vida abundantes, la salud, el poder sobre el mal, el éxito sobre la muerte y sobre todo aquello que nos esclaviza toma cuerpo y forma en la participación de la Santa Misa. Especialmente si la vivimos intensamente desde el principio hasta el fin. Muchas veces estamos temerosos de poderes espirituales o de maleficios o de la mala suerte o cosas como esas. Es increíble el número de hermanos nuestros que van con sanadores, curanderos, brujos, lectores de cartas u otras formas de distorsión espiritual porque se sienten impotentes ante la enfermedad o frente a los otros problemas de la vida. Es frecuente oír en las parroquias que la gente pide exorcismos para alejar el mal que se manifiesta en sus casas o en su propia salud. Yo creo profundamente que el poder de Dios se nos ha otorgado en la vida sacramental. El verdadero poder contra el mal está en la oración, en la comunidad eclesial pero especialmente en la práctica de los sacramentos. No hay poder espiritual más grande que el de Jesús muerto y resucitado y presente en el altar, al que recibimos en Comunión en el pan y en el vino consagrados, es decir, cuando recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El poder de Cristo se convierte en el poder del cristiano, no para competir con nadie, sino para vencer al mal.

El otro aspecto que podemos trabajar el Jueves Santo es nuestra capacidad de servir. La vasija con agua para lavar los pies sucios de los apóstoles es muy elocuente. Nos remite a la siguiente pregunta: ¿qué tan listos estamos para atender a las necesidades de otros? Empecemos por nuestra propia familia, ¿qué cosas podemos hacer para que se sientan servidos? ¿Qué tal si empieza por lavar los trastes en cuanto llega a casa, trapear la sala o lavar el baño; que tal ayudarle a hacer la tarea a los hermanos o visitar a la viejita que vive a su lado? ¿Qué le parece si en lugar de gastar tanto tiempo frente a su teléfono inteligente, le dedica un ratito a escuchar a sus hijos o padres? ¿Qué pasaría si empleara algunas horas a apoyar alguna obra social en el barrio o en la Iglesia?

Servir nos humaniza. Nos saca de nuestro cerrado egoísmo, le da una nueva energía a nuestra manera de enfrentar la vida y desarrolla reacciones químicas en nuestro cuerpo que prolongan nuestra vida, y nos hacen más optimistas y felices aún en medio de problemas y dificultades.

 VIERNES SANTO

 Pondremos nuestra atención en el dolor que hay a nuestro alrededor y en el Sacramento de la Reconciliación.

De tanto bombardeo de malas noticias en el mundo a través del radio y la televisión, como que nuestros sistemas internos de salud emocional nos bloquean y nos hacen inmunes al dolor que hay en el mundo. A nuestro alrededor hay miles de inmigrantes sin papeles de estancia legal en este país. Ellos viven un sufrimiento que los limita y hace vulnerables a muchas formas de explotación. Solidarizarnos con su causa que es nuestra causa nos humaniza. Aunque tengamos papeles, ellos son nuestros hermanos. No podemos ser cómplices de la retórica que criminaliza a quien no tuvo la oportunidad de conseguir papeles que le permita estar legalmente en el país. El apoyo abierto a su causa es muestra de nuestro seguimiento de Jesús. Otra opción es tomar partido contra toda forma de tráfico humano. Es increíble el número de personas que sufren por esta tragedia, que es la nueva esclavitud del siglo XXI. Ellos son el rostro golpeado y torturado en el Viacrucis de nuestro tiempo. Quizás más cercano aunque también oculto en las sombras del rencor y la vergüenza está el tema de la violencia doméstica. Por muchos años pensamos que era normal gritar, amenazar, ofender, ridiculizar, o incluso golpear dentro del hogar. ¿Qué podríamos hacer en nuestra propia familia para expulsar esta forma de relación? Las marcas de la violencia doméstica quedan en el alma de los niños y aparecen en formas de trastornos físicos o emocionales. Hay muchas otras formas de dolor a nuestro alrededor. ¿Qué podemos hacer respecto a todas ellas? Lo primero tomar conciencia de que están allí, pero luego evitarlas en nosotros y denunciarlas cuando esté a nuestro alcance.

El Sacramento de la Reconciliación se le ha visto casi como algo mágico o como una fuente de temor. San Alfonso María de Liguorio lo llamaba el “sacramento de la alegría”. Para él no hay nada que nos pueda hacer más felices que rencontrar nuestro camino de crecimiento  y realización humana. El confesionario no es una lavadora de pecados, es una oportunidad de continuar nuestro camino de conversión, es decir, de vivir al estilo de Jesús, de aceptar al Dios de Jesús.

En este sacramento interviene Dios, ofreciéndonos siempre su amor misericordioso. La Iglesia como la comunidad que nos acompaña y que hace visible el amor de Dios a través de signos significativos, y el sacerdote que personifica a los brazos abiertos de Dios para abrazarnos con su amor eterno.

La actitud del penitente nunca puede ser de miedo, pues Dios lo único que quiere es mostrarnos su amor. Pero es importante que como cristianos adultos seamos responsables de nuestros actos, especialmente de aquellos que han roto la armonía entre los hermanos. Al reconocer que hemos actuado en contra de lo que somos nosotros mismos, en contra de nuestros ideales y valores, pero sobretodo en contra del amor de Dios hacia mí y hacia los que viven a mi lado, me permite hacer un alto y recomponer la orientación de mi vida, y de esta manera cambiar mis actitudes y conducta. Por supuesto no es un acto mágico. No basta la absolución del sacerdote. Se requiere el verdadero arrepentimiento, el dolor interno por haber fallado y el propósito de dejarme acompañar por la Gracia siempre activa de Dios.

Es oportuno hacer un examen de conciencia antes de ir al confesionario. Hay varios modelos, uno muy apropiado para nuestro tiempo está basado en las Bienaventuranzas. Puede leer Mateo 5 y revisar de qué manera impactan su vida esas palabras y a partir de allí trabajar su propia revisión de vida.

 DOMINGO DE RESURRECCIÓN

 Pondremos atención en el Sacramento del Bautismo y en la santa virtud de la esperanza.

En la noche del Sábado de Gloria reciben el Bautismo y los Sacramentos de iniciación muchas personas que entran como adultos a formar parte de la Iglesia. La ceremonia es muy emotiva porque en verdad supone un nuevo nacimiento. Hemos nacido para nuestra familia y para cumplir una misión en el mundo, pero ahora se nos aclara que en realidad hemos nacido para Dios, para honrar y llevar Su amor a los últimos rincones del mundo.

Este día es una oportunidad para reafirmar que el Bautismo nos hace hijos de Dios, nos introduce en la vida, muerte y resurrección de Cristo, nos hace portadores de la salvación que Cristo ganó para la humanidad. En fin, nos hace personas nuevas. Esto es una gran noticia, pues pone en la perspectiva correcta todo lo que nos sucede en la vida. A partir de tener clara nuestra identidad como hijos e hijas de Dios, podemos colocar los otros valores en su sitio correcto. Por ejemplo el dinero, qué duda cabe que lo necesitamos, que sufrimos para ganarlo, que sudamos para conseguirlo, entonces tiene un valor muy importante, pero no es el valor más importante, necesitamos el dinero, pero no vamos a matar o a morir por él. De esta manera podemos ir orientando nuestra vida de acuerdo a los valores más importantes que hemos conocido justamente porque Jesucristo se convirtió en el centro de nuestra vida, porque somos bautizados. Los Sacramentos de iniciación nos ofrecen una perspectiva de vida optimista y feliz, porque es Dios mismo el que toma posesión de nuestra vida. Si tenemos a Dios, qué nos puede faltar. No es un consuelo artificial, es un proyecto de vida que nos va a acompañar para siempre, incluso después de la muerte.

Afirmar el poder del bautismo nos permite proclamar y vivir la virtud de la esperanza. Esto significa que cada día es una oportunidad de construirnos a nosotros mismos con la ayuda de Dios. Es una oportunidad de transformar nuestro mundo, de fortalecer relaciones de amor, de cuidar nuestro ambiente. Vivir en esperanza significa vivir la vida como oportunidad de cambio hacia el bien, hacia la justicia, hacia la verdad. En nuestro mundo pareciera que los malos van ganando, pero no es cierto, el bien va a prevalecer, la justicia va a triunfar, el poder de Dios se va a manifestar. Afirmarlo, creerlo, proclamarlo es cambiar la óptica del mundo. Es encontrar una base para nuestra propia felicidad y para hacer felices a los demás. Si sólo nos fijamos en las cosas malas que hay en nosotros y en el mundo, esto nos llevaría a un pesimismo enfermizo que contagia, a una tristeza que deprime, a la angustia, al dolor, al estrés y en el fondo a la enfermedad y la muerte. No merecemos esto ni lo merecen los que nos aman. Proclama en este Triduo Santo que Dios ya ha triunfado sobre el pecado y la muerte y que su triunfo es nuestro triunfo, porque adonde llegó el Señor resucitado llegaremos nosotros guiados por su Espíritu Santo. VN

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