NUESTRA MISIÓN VA MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA   por Monseñor José H. Gomez

NUESTRA MISIÓN VA MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA   por Monseñor José H. Gomez

Arzobispo de Los Ángeles 

Ahora que nos toca votar este año, creo que todos nos damos cuenta de que existen algunos problemas en nuestra democracia.

Podemos ver las cosas obvias: la polarización, la falta de caridad y de cortesía con respecto al modo con que abordamos nuestras diferencias; vemos las dificultades que nuestros líderes políticos parecen tener a la hora de trabajar juntos y de buscar llegar a acuerdos para el bien común.

Pero las preguntas más profundas sobre nuestra democracia se originan dentro del corazón humano: ¿Quiénes somos y por qué lo somos?

A menos que sepamos lo que significa vivir como ser humano, no podemos saber cómo crear una sociedad que sea beneficiosa para los seres humanos. No podemos saber qué es la justicia, en qué consiste una vida buena, ni cuál es la mejor manera de vivir y de trabajar.

Nuestra sociedad actual nos dice que los humanos somos “individuos expresivos”, que no requerimos de relaciones indispensables con los demás; que nuestra única obligación es buscar satisfacer nuestros propios deseos.

Como nuestra sociedad tiene ese concepto acerca de la persona humana, en nuestra cultura con frecuencia vemos mensajes y planeaciones que promueven esa idea de que la gente debe ser totalmente libre para definir su propia felicidad y que nada debe interponerse a la manera como quieran vivir.

Pero lo que la sociedad actual nos está diciendo no es aquello en lo que consiste la vida humana.

Seguir este camino no hace feliz a la gente. Podemos ver eso en las adicciones y enfermedades mentales generalizadas, en las epidemias de abuso y de suicidio. Y gran parte de la violencia y de la injusticia que hay en nuestra sociedad puede atribuirse a esta inclinación egoísta de la persona humana, que lleva a la indiferencia hacia las necesidades de los demás.

La verdad es que nosotros no nos creamos a nosotros mismos. Ser humano es ser una “criatura”, un ser creado. Nosotros llegamos a este mundo como hombres o mujeres. Nacemos en familias y en comunidades, tenemos parientes e historias.

No somos individuos aislados. Tenemos una necesidad básica de ser amados y cuidados. Y tenemos también una necesidad básica de amar y de cuidar de los demás. Fuimos hechos para pertenecer y para entrar en relación, tanto con la demás gente, como con el mundo en el que vivimos y con nuestro Creador.

Nuestro Creador nos ha revelado que Él es Padre, que nos creó a su imagen y semejanza, que nos dio no sólo nuestro cuerpo, sino también nuestra alma. Y nuestro Creador crea a cada uno de nosotros por un motivo bien definido. Él tiene un plan, un destino amoroso para cada una de nuestras vidas.

Estados Unidos se construyó sobre la base de estas verdades religiosas básicas acerca de la persona humana.

Nuestros fundadores insistieron en que la democracia no puede mantenerse sin la religión, y tampoco sin las virtudes y los valores que la religión aporta, especialmente las virtudes de la disciplina personal y de los valores familiares y comunitarios.

Y debemos recordar que los compromisos fundamentales de este país con la igualdad y los derechos humanos no tienen otro cimiento que el de esta fe en un Creador que otorga derechos inalienables a hombres y mujeres.

Éste es el motivo por el que es tan inquietante la indiferencia hacia la religión en la vida pública estadounidense, al igual que la marginación de los creyentes religiosos.

Y por eso también, incluso más allá de esta elección, nuestra misión como Iglesia y nuestro deber como católicos va más allá de la política.

Estamos aquí para servir a Dios y para dar testimonio de la resurrección de Jesucristo y de la venida de su reino.

Eso lo hacemos, ante todo, viviendo fielmente como Jesús nos enseñó a hacerlo, incluso cuando sus mandamientos y prioridades para nuestra vida no sean populares o encuentren oposición por parte de nuestra cultura y de nuestra sociedad.

Lo más importante que podemos hacer ahora como católicos de Estados Unidos es fortalecer y compartir nuestra fe, con alegría y confianza.

Éste es el momento de apoyar a nuestras parroquias, escuelas, familias y comunidades. Tenemos que orar juntos, debemos leer la Biblia juntos; debemos encontrar nuevas formas de reunirnos y de apoyarnos mutuamente para vivir nuestra fe.

Debemos ver nuestra vida y nuestro mundo a la luz de la “historia” cristiana, a la luz de los Evangelios y del Nuevo Testamento, a la luz del siempre presente plan de amor de Dios para la historia.

Lo más importante de todo es que tenemos que actuar de manera deliberada y vigilante para transmitir esta historia y nuestra forma de vida católica, a las generaciones más jóvenes.

Como católicos, tenemos que dar testimonio del verdadero significado de la vida humana. Esto lo hacemos poniéndonos al servicio de nuestro prójimo, con sacrificio y amor, cuidando de los ancianos y de los vulnerables, ayudando a las madres y a sus hijos, apoyando a las parejas casadas y a las familias para que crezcan y prosperen.

Este proyecto va mucho más allá de la política. Pero para eso estamos aquí. Y si vivimos nuestra fe con un corazón generoso y agradecidos, podemos renovar el alma de nuestra nación.

Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.

Y encomendemos a esta gran nación a María, nuestra Santísima Madre y a su Corazón Inmaculado. VN

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