LECCIONES QUE APRENDÍ DE MI PADRE CÉSAR CHÁVEZ

LECCIONES QUE APRENDÍ DE MI PADRE CÉSAR CHÁVEZ

(César Chávez hablando en una manifestación en Coachella, California. / fOTO: © victor alemán, cortesía de la colección de 2mun-dos Communications).

Por PAUL F. CHÁVEZ

Este año, al recordar la huelga de uvas de 1965 en Delano, también reflexionamos sobre las lecciones importantes aprendidas de mi padre, César Chávez. Él hizo historia porque tenía la idea de que los más pobres de los pobres podrían asumir una de las industrias más grandes y poderosas de California, y destacar.

Los huelguistas de la uva lucharon y se negaron a rendirse a través de cinco largos y difíciles años de huelga, y tres años de boicot. Hasta hace 50 años, cuando la mayoría de los productores de uva de mesa de California negociaron sus primeros contratos sindicales entre abril y julio de 1970.

Esos acuerdos históricos establecieron firmemente a la Unión de Campesinos (United Farm Workers) como el primer sindicato de trabajadores campesinos establecido en Estados Unidos, y la UFW continúa haciendo importantes avances para los trabajadores agrícolas de hoy.

Recordando a los huelguistas y recordando a mi padre, me gustaría compartir con ustedes algunas de esas lecciones que aprendí de él.

Tener fe en la gente

En el corazón de nuestro movimiento está la fe inquebrantable de mi padre en los más pobres y menos educados entre nosotros. Yo personalmente aprendí esta lección de fe de él.

Después de la secundaria, quería ir a trabajar para el sindicato, organizando, en las huelgas y boicots.

Mi padre rápidamente me puso a trabajar en la imprenta de la Unión, algo de lo que no sabía nada ni me interesaba. Pero trabajando, con el tiempo me convertí en un buen impresor.

Después de unos años, mi padre quería que trabajara con él como asistente en su oficina. Me resistí; nunca antes había trabajado en una oficina.

Finalmente me convenció, diciendo que me prometía que yo podría volver a la imprenta si las cosas no funcionaban. Así que me uní a su personal y aprendí cosas que no sabía. Lo hice bien, y me interesó la manera de cómo se combinan los planes y presupuestos, cómo se identifican los problemas y se asignan los recursos para remediarlos, habilidades y herramientas que uso hoy.

Para entonces, el sindicato había logrado mucho éxito en organizar a los trabajadores campesinos. Había una verdadera necesidad de personas para negociar contratos sindicales.

Algunos líderes sindicalistas querían contratar negociadores profesionales con experiencia. Mi padre estaba convencido de que los hijos e hijas de los campesinos podían aprender esas habilidades y hacer el trabajo ellos mismos. Él entendió que las vidas cambiarían para siempre y que las personas mejorarían si se les brindara la oportunidad de negociar sus propios contratos.

Entonces me pidió que fuera parte de esta misión. Al principio dije: “No”. Le dije que había nacido para ser asistente administrativo.

Pero él insistió, y me uní a la primera clase de 15 estudiantes que se instruían para convertirse en negociadores en una escuela que estableció en nuestra sede de La Paz en Keene, California, cerca de Bakersfield. Fue un duro plan de estudios académicos de un año. Estudiamos largas horas seis días a la semana: clases de economía, derecho laboral, composición en inglés, español y matemáticas. Tuve que dominar la dinámica de la negociación colectiva.

Aprendimos a negociar, pero lo más importante es que obtuvimos la confianza para enfrentarnos a negociadores experimentados que muchos de ellos eran abogados altamente remunerados.

Para entonces pensé que había nacido para ser un negociador, que esa sería mi vocación. Entonces mi padre me pidió que me convirtiera en el director político y cabildero del sindicato en los capitolios estatales y nacionales. Para conseguir que yo aceptara ese cambio también fue convincente. Después de todo, ¿qué sabía yo sobre esas cosas?

Éste fue mi mayor desafío hasta ahora. Estábamos en una nueva y peligrosa era política. El Gobernador Jerry Brown dejó su puesto en 1983, y llegaron las administraciones hostiles que se hicieron cargo de Washington y Sacramento. El nuevo gobernador estaba desmantelando la aplicación de la ley estatal de trabajo agrícola que otorgaba a los campesinos el derecho a organizarse, por el que mi padre trabajó tan duro para que se aprobara con el Gobernador Brown.

Trabajamos duro y protegimos la ley para que no se cambiara.

Más tarde, mi papá una vez más me presionó para que dejara el trabajo político y de cabildeo, y me hiciera cargo de construir lo que hoy es la Fundación César Chávez, que aún lidero.

Me pregunté en ese momento, ¿qué sé sobre el trabajo de la fundación como construir vivienda accesible o desarrollar una radio educativa? Pero mi padre confiaba en que yo podría aprender y ofrecer una visión para el futuro.

Hoy, cuando miro hacia atrás, me doy cuenta que en cada paso del camino yo no estaba seguro de poder hacer esos trabajos. Me faltaba confianza. Pero mi padre fue persistente. Me empujó a hacerlo de todos modos.

Y me di cuenta de que mi papá tenía más fe en mí que yo mismo.

* * *

Hoy, casi 27 años después de su fallecimiento, participamos en las conmemoraciones de César Chávez en todo el país. Conocemos a mujeres y hombres a quienes él influyó personalmente, y nos cuentan sus historias.

Hubo una joven que le dijo a mi padre que quería irse de los campos para convertirse en ayudante de maestra. La convenció de obtener una credencial de maestra. Ella se volvió la administradora de la escuela.

Hay una enfermera que se convirtió en médico por insistencia de mi padre.

Otro joven, asistente legal de la Unión de Campesinos (UFW), hijo de trabajadores agrícolas en huelga, a quien mi padre desafió a que fuese abogado, ahora es juez del Tribunal Superior del Condado de Kern, donde se encuentra Delano.

Cada vez que conocía a jóvenes en el movimiento, mi papá creía que tenían mucho que ofrecer. Siempre los impulsó a hacer más de lo que ellos u otros creían que podían hacer, especialmente si eran trabajadores campesinos o de una familia de clase trabajadora. Él los llevaba a un punto de creer en sí mismos. Los convencía de que se volvieran administradores, contadores, negociadores…

Ayudó a cientos de personas a cumplir sus sueños. Sueños que muchos ni siquiera sabían que tenían hasta ese momento. Les dio a las personas oportunidades que nadie les hubiera dado, como le ocurrió a él cuando era un niño migrante con una educación de sólo octavo grado.

En su camino, también inspiró a generaciones de personas – millones de hombres y mujeres – a involucrarse en activismo social y político. La mayoría nunca pisó una granja. Esa era la fe que tenía en los seres humanos, y era la esperanza que les daba a los trabajadores para creer en sí mismos.

Finalmente, me di cuenta que lo que pensaba no era simplemente consecuencia del amor de un padre a su hijo, ahora entendía que era algo más: era el amor que mi padre le tenía a toda una comunidad, y su fe en la capacidad de todas las personas de crear su propio futuro.

Perseverancia

También aprendí la lección de perseverancia directamente de mi padre. Fue durante mi época de director legislativo que montamos una campaña política estatal la cual lideré. Necesitábamos 21 votos en el Senado del estado de California para confirmar a un candidato crucial para la junta de trabajadores campesinos, quien haría cumplir la ley adecuadamente.

Fue el último día de la sesión legislativa en Sacramento y los últimos días del primer mandato de Jerry Brown como gobernador. Un nuevo gobernador hostil pronto tomaría posesión. Esperamos pacientemente con cientos de trabajadores del campo de todo California a que ganáramos y apareciera esa nominación en el Senado.

Después de tanto trabajo, sabíamos que la votación iba a ser reñida. Mi padre y yo nos unimos a los trabajadores que veían la votación final en la galería sobre la ornamentada cámara del Senado en el Capitolio estatal. Nos faltó un voto. Quedé desmoralizado.

Eran alrededor de las 10 de la noche cuando mi papá terminó de hablar con los trabajadores, ofreciéndoles palabras de aliento. Me dijo: “Vámonos a casa”. Fueron alrededor de cinco horas desde Sacramento hasta nuestra casa en Keene, al sureste de Bakersfield. Manejamos durante aproximadamente una hora en silencio, pero él vio cómo me sentía. Acabábamos de pasar la ciudad de Stockton cuando comenzó a hablar.

Me preguntó cómo me sentía, le dije que sentía que le había fallado a los campesinos y al movimiento. Me sentía terrible.

“¿Hiciste todo lo que pudiste hacer?”, preguntó mi papá.

“Sí”, respondí.

“¿Dejaste alguna piedra sin mover?”

“No, hice todo lo que sabía hacer”.

“¿Trabajaste tan duro como pudiste?”

“Sí, lo hice”.

Luego me dijo unas palabras que parece como que me las hubiese dicho ayer: “Recuerda que nuestro trabajo no es como un juego de béisbol, donde después de nueve entradas, el que tenga más carreras gana”. No es una carrera política donde cada candidato realiza una campaña, y el día de las elecciones, el que obtenga más votos es el ganador y los demás son perdedores”, dijo. “En nuestro trabajo -La Causa- sólo pierdes cuando dejas de pelear; sólo pierdes cuando renuncias”.

Los tiempos que vivimos hoy en Estados Unidos son igualmente hostiles: el prejuicio antiinmigrante. El surgimiento de la intolerancia. Los ataques a los “Soñadores”. Los ataques a los derechos de todos. La gente me pregunta: “¿Qué haría tu padre si estuviera aquí?”.

Respondo recordándoles que durante los 31 años que dirigió La Unión, mi padre probablemente tuvo más derrotas que victorias. Sin embargo, después de cada derrota, se levantó del suelo, se sacudió el polvo y regresó a la lucha.

La lección fue clara: la victoria es nuestra cuando persistimos, cuando resistimos y cuando nos negamos a rendirnos.

Esta última lección de mi padre es especialmente relevante hoy en día, cuando muchos sienten que están bajo ataque, y surge la desesperación.

* * *

Mi padre diría que su trabajo como organizador era ayudar a la gente común a hacer cosas extraordinarias. Fue su grandeza la que inspiró esperanza y confianza en personas que nunca la tuvieron. Y él nunca se rindió, sin importar las probabilidades o los obstáculos.

Quizás es por eso que tuvo éxito mientras que otros con una educación mucho mejor y mucho más dinero lo intentaron y fracasaron durante cien años, antes que él organizara a los trabajadores campesinos. Recordemos algunas palabras que pronunció en 1984, durante un discurso histórico ante el “Commonwealth Club de California” en San Francisco. Los años 80 fueron un momento difícil para nosotros. Estábamos contra las cuerdas mientras los republicanos ocupaban la Casa Blanca y la oficina del gobernador de California. La influencia política de nuestra gente se estaba desgastando, y se nos veía como un “gigante dormido”.

Mi papá usó ese discurso para presentar una visión muy diferente del futuro. Previó el floreciente despertar social, económico y político de los latinos en todo Estados Unidos, cuando dijo: “Una vez que comienza el cambio social, no se puede revertir. No puedes humillar a la persona que se siente orgullosa. No puedes oprimir a las personas que ya no tienen miedo.

“Hemos mirado hacia el futuro y el futuro es nuestro”, observó mi padre.

Su mensaje para nosotros hoy sería que todo es posible, que está a nuestro alcance dar forma a este mundo, marcar la diferencia y prevalecer a través de nuestros propios esfuerzos.

Entonces “¡Sí Se Puede!”. VN

*Paul F. Chávez es presidente de la Fundación César Chávez. Vive y trabaja en el Centro Nacional Chávez en Keene, California

 

 

 

 

 

Share