GUADALUPANOS Y EL CONTINENTE DE ESPERANZA

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ Arzobispo de Los Angeles

El 12 de diciembre, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, celebrará una Misa especial en la Basílica de San Pedro por nuestros hermanos y hermanas de Latinoamérica, por la celebración del bicentenario de la independencia de algunos países latinoamericanos.

Nuestro Santo Padre quiere mostrar su solidaridad con las naciones de lo que él llama “Continente de la Esperanza”, donde viven aproximadamente el 40 por ciento de todos los católicos del mundo.

Este evento histórico es un recordatorio de la naturaleza universal de nuestra Iglesia Católica, como una familia atraída por Dios de todas las naciones y pueblos. Y esta ocasión debe hacer que también reflexionemos sobre la importancia de Nuestra Señora de Guadalupe como “Madre de las Américas.”

Conocemos la historia de lo que ocurrió en el cerro del Tepeyac, en las afueras de la Ciudad de México, comenzando el 9 de diciembre de 1531. La Santísima Virgen María vino y se identificó como la “Madre compasiva de la humanidad”, y cómo quería ella que un templo fuera construido “para mostrar y dar a conocer y entregar todo mi amor, mi compasión, mi ayuda y mi protección a la gente”.

Al principio, el franciscano y primer Obispo de la Ciudad de México, Monseñor Juan de Zumárraga, no creyó el testimonio de Juan Diego, y pidió “una prueba”.

María le dio a San Juan Diego la hermosa señal de las rosas y él las envolvió en su manto o tilma y la llevó al Obispo. Cuando abrió el manto para mostrar lo que traía al Obispo, ambos quedaron asombrados de encontrar que ahí había quedado “impresa” la milagrosa imagen de la Señora del Cerro del Tepeyac.

La milagrosa tilma de San Juan Diego todavía cuelga en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México. Y esa serie de apariciones, ahora ya hace casi 500 años atrás, todavía está llena de sentido para nosotros.

La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe marcó un momento decisivo en la primera evangelización de nuestro continente.

Ella vino a nuestras tierras pocas décadas después de los viajes de descubrimiento de Cristóbal Colón. Ella apareció en la imagen de una joven mestiza, con características tanto nativas como españolas, revelando de esa manera hermosa que ella es la madre espiritual de todos los pueblos, y especialmente de los pueblos del Nuevo Mundo.

Mientras seguimos trabajando en la nueva evangelización de las Américas, necesitamos nutrirnos tanto del mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe como del testimonio misionero del humilde siervo, San Juan Diego.

La devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, -ser Guadalupanos- significa ser fieles a Dios y salir de nuestro camino para compartir el mensaje de Guadalupe y para ayudar a hacer de América el continente de la esperanza.

Juan Diego fue un indígena humilde, “el más pequeño de mis hijos” como lo llamó María. Sin embargo, Ella hizo de él uno de los primeros evangelizadores del continente, un misionero de la misericordia.

Juan Diego sabía que era “pequeño”, desconocido y sin influencia entre los poderosos. Pero también sabía que se le había confiado una misión divina. Y por eso no tenía miedo ni dudaba. Su respuesta a Nuestra Señora fue pronta, generosa y valiente.

Hoy, Nuestra Señora de Guadalupe nos llama a todos a seguir el ejemplo de Juan Diego.

Ella nos llama a contar, a compartir con nuestros próximos la buena nueva de que son hijos de Dios, hijos e hijas de nuestro Padre celestial que los ama. Ella nos llama a edificar una Iglesia y una sociedad que refleje la verdad de que somos una familia de Dios.

Debemos abrir nuestros corazones a la conversión, para que, así como en la tilma milagrosa, pueda quedar impresa en nuestros corazones la imagen de la Virgen y de su Hijo.

Como Juan Diego, necesitamos estar contentos de ser los “más pequeños”. La nueva evangelización no es necesariamente un asunto de hacer cosas extraordinarias. Se trata de vivir nuestra fe plenamente y de dar testimonio de ella en nuestra vida diaria, en nuestras familias, en nuestros estudios, en el trabajo y entre nuestros amigos y conocidos.

Y lo podemos hacer con plena seguridad. Lo que la Virgen del Tepeyac prometió a Juan Diego, lo promete también a cada uno de nosotros. “No se turbe tu corazón. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿Qué más te falta?”.

Les pido que oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes. ¡Que este sea el mejor Adviento de todos para ustedes y sus familias!

Y pidamos a Nuestra Señora de Guadalupe que nos alcance la gracia que necesitamos para llegar a ser mejores Guadalupanos. VN

Si desea seguir al Arzobispo Gomez en su sitio de la red social de Facebook, conéctese a:

www.facebook.com/ArchbishopGomez

Share