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GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, 138 AÑOS DE SOLEDAD “VIVIDOS” EN MÉXICO

Muchos años después, celebrado como un grande de la literatura universal, el colombiano Gabriel García Márquez habría de recordar que en 1965 sintió en México la revelación definitiva para empezar a escribir “Cien años de Soledad”, su novela cumbre que vio la luz en mayo de 1967.

Viajaba en automóvil con su familia entre Ciudad de México y el balneario de Acapulco, en el todavía limpio Pacífico mexicano, y al llegar a Cuervanaca (centro) tuvo un percance de tránsito, por lo que desistió de la travesía y retornó a casa en la capital.

Una de las conjeturas “macondianas” sobre ese episodio indica que una res se le atravesó en el camino, le averió el vehículo y le obligó a volver a Ciudad de México, pero todas, inclusive las contadas por él, coinciden en que en ese instante de enero de 1965 vio por fin las claves que había buscado para escribir su novela.

DIECIOCHO MESES PARA CONCEBIR UNA OBRA INMORTAL

“La tenía tan madura que hubiera podido dictarle allí mismo el primer capítulo, palabra por palabra, a una mecanógrafa”, diría García Márquez mucho después, al evocar ese momento de iluminación.

Su colega del “boom” latinoamericano y amigo de entonces, el escritor peruano Mario Vargas Llosa, relató más tarde que “Gabo” se encerró durante 18 meses en el estudio de su casa de Ciudad de México, “provisto de grandes reservas de papel y cigarrillos”, para redactar “Cien Años de Soledad”.

El escritor colombiano pidió previamente a Mercedes Barcha, su mujer, que no le perturbara “con ningún motivo, sobre todo con menesteres domésticos”, según Vargas Llosa, cuyo posterior distanciamiento de García Márquez ha sido objeto de toda clase de elucubraciones.

García Márquez llegó a México el 2 de julio de 1961, el mismo día en que se suicidó Ernest Hemingway, con la pretensión de producir el cine que había aprendido en Roma.

“Gabo” y su familia llegaron al país latinoamericano procedentes de Nueva York, tras atravesar en autobús el sur de Estados Unidos, donde escucharon y leyeron toda clase de frases ofensivas contra los inmigrantes mexicanos.

En la capital les esperaban algunos amigos de toda la vida, como el novelista colombiano Alvaro Mutis, quien no sólo dio ayuda material a García Márquez, sino que le propuso leer a “Pedro Páramo”, del mexicano Juan Rulfo,

en un hecho que el autor de “Cien Años de Soledad” consideró crucial para pulir su técnica narrativa.

Al igual que Mutis, el escritor mexicano Carlos Fuentes y el ya fallecido novelista argentino Julio Cortázar conocieron los textos originales de la novela cumbre de “Gabo”.

Ellos tuvieron la impresión de que su amigo y colega estaba elaborando una obra inmortal desde las primeras líneas: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

El también escritor y crítico literario mexicano Emmanuel Carballo, un antiguo amigo de García Márquez que afirma haber leído los originales de

“Cien Años de Soledad”, declaró que en 1965 pronosticó el éxito comercial de la novela.

“Has escrito una obra maestra y vas a tener tal éxito, que te vas a volver pedante”, señaló Carballo que le dijo a ‘Gabo’, tras leer los primeros textos de la obra que encumbró al colombiano hacia el Premio Nóbel de Literatura, en 1982.

“Intente otro oficio”, le recomendó una editorial Catorce años antes, al referirse al rechazo de una editorial argentina a publicar su novela “La Hojarasca”, el escritor colombiano había presentido su gloria: “Un día de estos voy a escribir un libro que se leerá más que El

Quijote”, le dijo en 1951 a su hermano Gustavo García Márquez, diez años menor que él.

Gustavo García Márquez escribió en un artículo publicado por la prensa colombiana que “Gabo” recibió una carta de respuesta de la editorial

argentina a la que había remitido los originales de “La Hojarasca” con un texto desconsolador: “Señor García, leímos su novela; opinamos que siga intentando en otro oficio”.

Pero a finales de 1966, otra editorial de Buenos Aires, la Sudamericana, aceptó deslumbrada los textos escritos a máquina de “Cien Años de Soledad”.

Al año siguiente se publicó la obra con un éxito descomunal que se tradujo en 15 mil ejemplares vendidos en pocas semanas en la capital argentina y millones publicados en español y muchos otros idiomas en todo el mundo.

Tras ese éxito anticipado por los profetas de la literatura y presentido por él mismo, García Márquez se fue a vivir con su familia a la ciudad española de Barcelona, en busca de la inspiración que le habían transmitido muchos

catalanes en Colombia, México y Francia, país este último donde vivió con estrecheces económicas en los tiempos originales de su vida literaria.

Uno de esos catalanes establecidos en Colombia, el librero Ramón Vinyes, influyó de manera notable en la vocación de escritor del joven García Márquez, a tal punto que éste decidió rendirle un homenaje en su novela,

en la que aparece como el Sabio Catalán.

“Gabo” escribió en Barcelona obras como “La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y su abuela desalmada” y empezó a darle vida a “El otoño del patriarca”, novela con que la unió al cubano Alejo Carpentier (El reino

de este mundo) y al paraguayo Augusto Roa Bastos (Yo, el supremo) para retratar a los dictadores latinoamericanos.

DE REGRESO A MÉXICO, REDACTA SUS MEMORIAS

“El otoño del patriarca” fue publicado en 1975, cuando “Gabo” había regresado a México, un país que, al igual que España, “se ha convertido en

fuente inagotable de inspiración para los grandes escritores”, al decir de Mutis.

A su retorno a la capital mexicana, García Márquez siguió constatando el éxito de su obra cumbre, que narra el origen y la destrucción del pueblo de Macondo, fundado por la familia Buendía, cuya saga llega al final tras cien

años de vicios, guerras civiles, abusos de militares, mitos, fantasmas, soledad y nostalgia.

“Cien Años de Soledad”, que lo mismo puede ser la historia de la guerra sin fin de Colombia que la letra de una canción vallenata (ritmo típico del norte de ese país), según los críticos literarios, refleja también las vivencias de García Márquez, quien nació en 1928 en la localidad caribeña de Aracataca.

En el otoño de su vida y con la gloria asegurada para siempre, “Gabo” escribió en sus memorias, redactadas en Ciudad de México, que el recuerdo

más antiguo que tiene de Aracataca es el de un pueblo “bueno para vivir” construido “a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”,

tal como Macondo. VN

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