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‘SOMOS UNA FAMILIA BAJO LA AUTORIDAD DE DIOS’

Durante más de 25 años, los obispos católicos de los Estados Unidos han conmemorado la primera semana de cada nuevo año como la Semana Nacional de la Migración.

Con ello se pretende traernos a la memoria el hecho de que Estados Unidos es una nación de inmigrantes y que la Iglesia de Estados Unidos es una Iglesia de inmigrantes. Me preocupa que a veces nos olvidemos de esto. Pero es cierto.

A excepción de nuestros hermanos y hermanas indígenas de este país, casi todos nosotros podemos rastrear las raíces de nuestro árbol genealógico hasta alguna tierra extranjera, de la cual vinieron nuestros antepasados. Esta es la belleza y el carácter de Estados Unidos y es la fuente de nuestras cualidades nacionales, de nuestra creatividad y de nuestro rico patrimonio cultural.

Como nación, comenzamos este nuevo año, enfrentando, una vez más, el asunto pendiente relativo a la reforma de nuestro sistema de inmigración.

Nuestro sistema migratorio ha permanecido como algo deficiente y sin esperanzas de remedio desde hace mucho tiempo, y todos los días vemos las consecuencias humanas de esto: nuevas injusticias, tragedias familiares, oportunidades perdidas.

Demasiadas familias están siendo desgarradas por las deportaciones, por la incertidumbre acerca de su “estatus” y por los retrasos en nuestro proceso de visado que puede tardar años e incluso décadas. Millones de hombres y mujeres que son inmigrantes están siendo explotados en sus lugares de trabajo y están siendo obligados a vivir en las sombras de la sociedad, sin derechos o beneficios de ningún tipo.

Ha habido esfuerzos bien intencionados para tratar de abordar algunas de las injusticias creadas por este sistema defectuoso.

Aquí en California a partir de este mes, una nueva ley permitirá a los inmigrantes indocumentados obtener licencias para conducir. A nivel nacional, el presidente Obama ha anunciado una acción ejecutiva que concedería permisos de trabajo y protección temporal ante la deportación para millones de personas indocumentadas que han vivido aquí durante cinco o más años, o que tienen cónyuges o hijos estadounidenses.

Estas son medidas de sentido común que traerán alivio temporal a millones de personas. Pero estas medidas no son un sustituto para la reforma integral de inmigración que nuestra nación necesita. Nuestro sistema es deficiente y necesita ser modernizado para cumplir con las realidades de la economía global. Todo el mundo sabe eso.

La inmigración plantea desafíos políticos, pero también desafíos morales. Y pienso que en cierto nivel, para los católicos esto tiene tintes espirituales.

El tema de la Semana Nacional de Migración de este año es el siguiente: “Somos una familia bajo la autoridad de Dios”.

Esta es la enseñanza básica de las Escrituras y del Catecismo: que la Iglesia es la familia de Dios. Esas no son palabras vacías. Estamos llamados a vivir lo que creemos. Dios no espera menos que eso de nosotros.

Si la Iglesia es una familia, eso significa que todos somos hermanos y hermanas. Y Dios quiere que seamos guardianes de nuestros hermanos y de nuestras hermanas. Tenemos que asumir nuestra responsabilidad por los demás y cuidar de ellos; incluso por las personas que no conocemos y que nunca veremos.

Todos somos una familia. Y la familia tiene que permanecer unida y ayudarse mutuamente. Si un miembro de la familia está sufriendo, estamos llamados a ayudarle.

A los ojos de Dios, las personas no dejan de ser nuestros hermanos y hermanas sólo por el hecho de tener un estatus migratorio irregular. No hay excusa para la indiferencia o para tratar a alguien con menos respeto o amor.

Todos estamos llamados a amar, y el amor no puede ser dividido. No podemos cerrar el corazón a ninguno de nuestros hermanos o hermanas sin cerrar nuestro corazón a Dios.

Y temo que esto se ha convertido en un problema en nuestros debates actuales.

Hemos estado debatiendo la reforma integral migratoria desde hace años, sin mucho progreso. Tal vez si realmente creyéramos que las personas afectadas son miembros de nuestra familia, sentiríamos más urgencia por resolver el problema.

Todos sabemos lo que hay que hacer. Necesitamos reformas que mantengan seguras nuestras fronteras, que mantengan unidas a las familias, que les proporcionen derechos a los trabajadores, y que ofrezcan un camino generoso hacia la ciudadanía para los indocumentados.

Pero para lograr todo eso, creo que necesita haber un cambio en nuestro corazón, una profundización en nuestra perspectiva de las cosas, con el fin de poder entender la urgencia de nuestra tarea.

En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, el Papa Francisco escribe: “Sabemos que Dios nos preguntará a cada uno de nosotros: ¿Qué hiciste por tu hermano? La globalización de la indiferencia, que hoy pesa sobre la vida de muchos de nuestros hermanos y hermanas, nos exige a todos el forjar una nueva solidaridad y fraternidad a nivel mundial”.

Imploremos esa gracia esta semana, tanto para nosotros como para nuestros líderes. Que podamos crecer en el amor y en la experiencia de un nuevo sentido de la solidaridad y la fraternidad hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente hacia aquéllos que están sufriendo y son más vulnerables.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que guíe a nuestros líderes por el camino de la cooperación en sus esfuerzos por llevar a la práctica las reformas migratorias que nuestro país necesita. VN

El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, “Inmigración y el futuro de Estados Unidos de América”, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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