QUINIENTOS AÑOS EVANGELIZANDO LA REPÚBLICA DOMINICANA

Carta pastoral 2011 de la Conferencia del Episcopado

SANTO DOMINGO.- Ofrecemos a continuación la Carta Pastoral del Episcopado de la República Dominicana 2011, con motivo de la celebración de los 500 años del inicio de la Evangelización en América, de fecha 21 de enero, un documento muy esperado por el pueblo dominicano.

CARTA PASTORAL 2011

500 AÑOS DE MISION EVANGELIZANDO LA NACION

“Ni el que planta ni el que riega es algo, sino el que da el crecimiento, Dios” (1Cor 3,79)

El libro del Eclesiástico de la Biblia, atribuido a Jesús Ben Sirá y que debe su nombre a la gran acogida que tuvo en la Iglesia primitiva, contiene esta exhortación: “Voy a hacer el elogio de los hombres buenos, nuestros antepasados de diversas épocas. El Altísimo les concedió muchos honores y les engrandeció desde hace mucho tiempo: reyes que dominaron la tierra, hombres famosos por sus grandes acciones, consejeros llenos de sabiduría, profetas que podían verlo todo, jefes de naciones llenos de prudencia, gobernantes de visión profunda, sabios pensadores que escribieron libros, poetas que dedicaron sus noches al estudio, compositores de canciones según las normas del arte, autores que pusieron por escrito sus proverbios, hombres ricos y de mucha fuerza que vivieron tranquilamente en sus hogares. Todos ellos recibieron honores de sus contemporáneos y fueron la gloria de su tiempo. Algunos dejaron un nombre famoso que será conservado por sus herederos y hay otros a los que ya nadie recuerda, que terminaron cuando terminó su vida, que existieron como si no hubiesen existido y después pasó lo mismo con sus hijos. Aquellos, al contrario, fueron hombres de bien y su esperanza no terminará. Sus bienes se conservarán en su descendencia. Por su fidelidad a la alianza se mantiene aún su descendencia y su herencia se transmitió a sus nietos y gracias a ellos viven las generaciones siguientes. Su recuerdo permanecerá siempre y sus buenas acciones no se olvidarán. Sus cuerpos fueron enterrados en paz y su fama durará por todas las edades. La asamblea celebrará su sabiduría y el pueblo proclamará su alabanza” (Eclo. 44, 1-15).

Movidos por los mismos sentimientos que el Eclesiástico y como estamos en el Jubileo del Quinto Centenario de la creación de la Arquidiócesis de Santo Domingo, primada de América, y de la Diócesis de La Vega nos ha parecido justo presentarles, un rendido homenaje a cuantos nos precedieron, y a los actuales agentes de pastoral, un panorama a grandes rasgos de lo que ha supuesto la presencia y acción de la Iglesia entre nosotros.

No nos impulsa a ello pregonar nuestros éxitos. Con la exhortación de Cristo a los apóstoles sinceramente proclamamos: “siervos inútiles somos. No hemos hecho otra cosa que cumplir con nuestra obligación” (Lc 17,10). Y con San Pablo decimos: “Ni el que siembra ni el que riega es algo sino el que hace crecer todo, Dios” (1Cor 3,7). Tampoco nos arrogamos el haberlo hecho bien. Confesamos haber cometido nuestros errores y no siempre haber estado a la altura de nuestra fe, vocación y responsabilidades, y por ellos pedimos nuestro perdón y recurrimos a la comprensión e indulgencia de todos los dominicanos y dominicanas.

La creación de las tres primeras Diócesis de América – Santo Domingo, La Vega y San Juan de Puerto Rico – por la Bula “Romanus Pontifex” del Papa Julio II, del 8 de agosto de 1511, fue un acto primacial y constituyente de las Iglesias de América. Certeramente Juan Pablo II llamó a nuestra Isla “La primogénita en la fe de América”.

La misión de la naciente Iglesia dominicana a partir de la bula Romanus Pontifex y el primer acto jurídico del obispo franciscano Fr. García de Padilla (12 mayo 1512) fue la predicación, la administración de los sacramentos, la enseñanza y la asistencia social. “Prediquen el Santo Evangelio y enseñen a los infieles, y con buenas palabras los conviertan a la veneración de la Fe Católica, y ya convertidos, los instruyan en la religión cristiana, les den y administren el Santo Sacramento del Bautismo. Y así convertidos, como los demás fieles de Cristo, les administren los santos sacramentos de la Confesión, de la Eucaristía y los demás”, decía el Papa en el cuarto párrafo de su citada bula del 8 de agosto de 1511 (Josef Metzler (ed.), América Pontificia I (Cittá del Vaticano: Librería Editrice Vaticana, 1991), p. 114; Colección de documentos inéditos XXXIX (Madrid, 1880), p. 30; J. L. Sáez (ed.) Documentos de la Provincia Eclesiástica de Santo Domingo (Santo Domingo, 1998), p.90).

Respecto al conocimiento de la historia de la Iglesia en América, el Documento de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Puebla) puntualiza que en nuestros pueblos hay un radical substrato católico, fruto del unánime esfuerzo misionero de todo el pueblo de Dios (Cfr. Documento de Puebla No. 7).

Desde los primeros tiempos heroicos, misioneros comprometidos en el conocimiento, defensa y evangelización de los pueblos indígenas se pasó a un ciclo de condicionamientos sociales y políticos. Vinieron, después, las crisis ocasionadas por la irrupción de las filosofías ilustradas. Primero el liberalismo y positivismo y los movimientos independentistas y modernamente el marxismo. Hoy se enfrenta a los retos de la secularización y a los desafíos emanados de la presencia y actividad de otras confesiones religiosas.

La Iglesia católica no sólo combatió los errores y reduccionismos de estas posiciones filosóficas, políticas y religiosas y defendió su derecho a existir y aportar sus valores religiosos y sociales, sino que supo adaptarse, enriquecerse y aprender de lo bueno que había en todas esas realidades. Reconoció los nuevos valores, los aprovechó y los integró a su acervo cultural y religioso. La Iglesia pudo así desarrollar una imaginación creativa y dar origen a una personalidad religiosa capaz de vivir y aportar en este mundo nuevos métodos pastorales y comunidades religiosas para enfrentar los retos de los tiempos cambiantes.

Hay una afirmación de Américo Lugo, que ayuda a conocer la Iglesia en la República Dominicana. Dice: “Es singularmente gloriosa la Iglesia en Santo Domingo” (La Edad Media en Santo Domingo, parte eclesiástica”, cap. 1).

A pesar de sus errores y deficiencias, afirmamos la presencia de la fe católica y la institución eclesial en toda la historia del pueblo dominicano, conformando su vida a través de la vivencia de sus enseñanzas y de la acción social de sus miembros, no obstante, sus limitaciones en instituciones y recursos pastorales, una “misérrima Ecclesia” -una Iglesia muy pobre- como la llamó Mons. Tomás de Portes e Infante en 1844. Su presencia ha sido siempre liberal.

Manuel De Jesús Galván pudo afirmar verazmente: “Aquí no se conoce la teocracia. El clero es liberal como el pueblo y se confunde con él en sus penas, en sus grandes luchas, en sus entusiasmos patrióticos” (citado por el Criterio Católico, 13 de abril de 1901).

Una nota típica de la historia de nuestra Iglesia ha sido una presencia clerical en la cotidianidad de la vida del pueblo, pero también laical en los largos períodos en que ella no pudo satisfacer las necesidades eclesiales del pueblo por la carencia de sacerdotes. Una legión de misioneros laicos, rezadores, catequistas, miembros de cofradías, devotos de santos, sacristanes, encargados de capillas, padrinos de sacramentos, consejeros y responsables oficiales de comunidades pobló nuestra Iglesia en ausencia de sacerdotes. Estos agentes laicos fomentaban la vida de la Iglesia entre los creyentes y la solidaridad entre todos los ciudadanos.

Ha sido también y es una Iglesia misionera, abierta a la cooperación misionera extranjera, agradecida de la ayuda de tantos sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas extranjeros que vinieron a aportar su trabajo. Desde el período colonial, en el siglo XIX y en nuestros días. Esto le ha permitido suplir sus deficiencias. El pueblo supo comprender a sujetos de otras culturas y lenguas y entender el deficiente español de misioneros y misioneras.

Ante la precariedad constante del sistema educativo y de salud se ha manifestado también como una Iglesia muy comprometida con las necesidades sociales de la nación, en particular en la educación y la salud.

Hay que destacar la presencia en la educación desde los mismos inicios en las escuelas conventuales, en particular la de los franciscanos en La Vega, donde estudió el rebelde Enriquillo; las tres universidades del período colonial y el Seminario del período republicano que abrió sus puertas a toda clase de estudiantes. En la segunda mitad del siglo XIX, período de grandes convulsiones políticas y sociales, el P. Francisco Javier Billini pudo desarrollar diversas obras educativas y de salud. Aquí hay que destacar el Colegio San Luis Gonzaga, centro de estudios de la intelectualidad y cantera de vocaciones sacerdotales.

No podemos dejar en el olvido las escuelitas que existieron en todo el siglo XIX y hasta bien entrado el XX, dirigidos por profesores y buenas mujeres católicas que ofrecían los conocimientos rudimentarios a niños y niñas en un momento en que el país no estaba en condiciones de ofrecer una educación más formal. En todo este tiempo era costumbre que sacerdotes formaran parte de las juntas de estudio nacionales y municipales.

En el siglo XX, a partir de la década de los 30, las congregaciones religiosas masculinas y femeninas fundaron colegios privados, casi uno por provincia. Poco después, cuando la opción preferencial por los pobres, las energías educativas de la Iglesia se pusieron a disposición de los sectores excluidos, convirtiendo sus colegios privados en Oficializados y asumiendo escuelas y politécnicos públicos en barrios y pueblos. La labor educativa ha pasado de inferior a superior universitaria y la ofrece desde nueve centros universitarios.

La atención de la salud ha sido siempre preocupación de la Iglesia, desde los tiempos coloniales en el Hospital de San Nicolás, de San Andrés y de San Lázaro. Luego las obras de salud creadas por el P. Billini. Más adelante con la llegada de las Hermanas del Cardenal Sancha, Mercedarias e Hijas de la Caridad se fueron asumiendo hogares de huérfanas y de ancianas y ancianos abandonados hasta que amparados por el Concordato de 1954 congregaciones religiosas femeninas asumieron la administración de hospitales (farmacia, despensa, sala de cirugía, atención directa al enfermo).

Ante los celos y críticas de algunos, las hermanas pusieron orden en el manejo de los hospitales, proporcionaron el sentido del ahorro, limpieza, higiene, atención y cariño al enfermo.

La Iglesia ha asumido también una función civil profética y mediadora en una sociedad que no encuentra su institucionalidad y vive expuesta permanentemente a la inestabilidad.

Desde el Sermón de Montesino y la figura de Fray Bartolomé de las Casas hasta nuestros días, la asunción de la responsabilidad y peso del gobierno civil y la de la mediación social y política ha sido labor difícil y poco grata, en orden a garantizar el buen gobierno y la justicia. Fue el caso de los frailes Jerónimos y el de los Obispos Fray Luis de Figueroa y de Don Sebastián Ramírez de Fuenleal.

La lucha por la justicia viene de lejos. El Sermón de Montesino estimuló el genio de Vitoria en Salamanca y a través de él dio inicio al Derecho Internacional. En él se inspiraron las posteriores luchas de otros frailes y Obispos dominicos.

El gesto de los dominicos ha estado presente en la Iglesia dominicana y se ha expresado, a lo largo de los años en momentos cruciales de su historia, en protestas, sermones, y de manera especial, en el de las siete palabras y en las Cartas Pastorales. La presidencia del P. Fernando Arturo de Meriño (1880-1882) se explica como un recurso para mantener la paz. La de Monseñor Gustavo Adolfo Nouel (1913) no fue sino un intento de alternativa al caos de las luchas caudillistas en los inicios del siglo XX. Se debe reconocer el servicio de mediación de Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito y de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), bajo el liderazgo de Mons. Agripino Núñez Collado.

No pocos sacerdotes desempeñaron cargos legislativos. Hay que señalar aquí a los que participaron en la Constituyente de San Cristóbal (1844). Recientemente, sobresalen en la acción pública y política, personas e instituciones de la Iglesia en luchas como la defensa de la vida, protección ecológica, respeto al inmigrante y desarrollo de la educación.

Una Iglesia libre, pues, no obstante vinculaciones y controles políticos, ha logrado niveles de libertad que le han permitido disentir y profetizar. Como afirma el politólogo americano Howard J. WIarda. “La Iglesia fue la única institución que el gobierno de Trujillo no pudo controlar del todo” (Dictatorship and development, The methods of control in Trujillo´s Dominican Republic, pag. 141). Su sentido de libertad y su vinculación a la sociedad dominicana le permitió apoyar y, en cierta manera, encarnar la oposición al régimen de Trujillo en los años definitivos de 1959-1961. La fe fue recurso de fortaleza y esperanza. El sacerdote fue persona de consejo y confianza y las Pastorales de la Altagracia y de Cuaresma de 1960 expresan el aporte público de los deseos de los sectores conscientes y sufrientes de la sociedad dominicana.

La Iglesia ha sabido distinguir a la persona de la ideología. Ha primado las relaciones personales sobre las filosofías. Ha sintetizado los valores positivos de todos los pensamientos y teorías con las virtudes y aun con las verdades religiosas. Ha sido fácil en ofrecer los sacramentos a todos, no obstante, sus creencias y militancias.

Ha sido una Iglesia apuntalada por miembros que, en la consagración a Dios y en la entrega al servicio de los más necesitados, han encontrado el camino de la santidad. Sacerdotes (algunos con debilidades conocidas, pero dedicados a la construcción de la Iglesia y al servicio del Pueblo) administraron los sacramentos y repartieron el pan en medio de grandes dificultades, no obstante, la pobreza de las parroquias, su delicado estado de salud, las dificultades de los caminos y la inestabilidad política.

En los inicios del siglo XX, sobresale la figura del P. Francisco Fantino Falco, alma angustiada y tímido, pero apostólico y tenido por santo. Pobre, al estilo de San Francisco de Asís, supo unir la labor docente (fundando dos colegios) con una vida pastoral muy intensa. Era capaz de hacer largas jornadas para visitar un enfermo que demandaba su atención pastoral. Creó una legión de catequistas que fomentaron e ilustraron la fe y la devoción de los pueblos del Cibao. Está introducida su causa de beatificación. También han sido introducidas las causas de los siervos de Dios Benito Arrieta, pasionista, y Emiliano Tardif, misionero del Sagrado Corazón de Jesús. Ellos son sólo astros de una constelación de servidores de la fe, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas que han sostenido la Iglesia y el pueblo dominicano. Ese paso benéfico por nosotros ha quedado reflejado en la cantidad de calles que llevan en la capital y pueblos, nombres de eclesiásticos que le sirvieron desde la administración sacramental hasta la acción social.

La Iglesia se afana hoy por lograr y mantener la honestidad de vida y una sólida espiritualidad de sus miembros, clérigos y laicos. Hay docenas de casas de retiros, cursillos, talleres, seminarios y cursos de formación, librerías y folletos que ayudan a vigorizar la fe, fortalecer la espiritualidad y capacitar para enfrentar los retos presentes y futuros.

Las comunidades eclesiales organizan hoy y dinamizan la feligresía, dando calor humano, fomentando el servicio social, leyendo y estudiando la Biblia y glorificando a Dios. La cercanía al pueblo, se muestra además, en el servicio educativo y médico, en la consejería y mediación social en los conflictos familiares y comunitarios, en la defensa de la justicia ante el abuso de autoridades y poderosos locales y nacionales. Todo esto hace que la Iglesia sea reconocida por las encuestas de opinión como una de las instancias más creíbles de nuestro pueblo.

La dimensión mariana de nuestra religiosidad, preferentemente en las devociones a la Virgen de las Mercedes y de la Altagracia, abre la generosidad de nuestro pueblo a los altos valores del espíritu, identifica nuestra dominicanidad y le da trascendencia. La devoción mariana fomenta la generosidad y crea esperanza a nuestro pueblo en los momentos difíciles propios y patrios.

Conscientes de tanto bien recibido damos gracias a Dios, Dador de todo bien, que tan generoso ha sido con nosotros. Arrepentidos de nuestras negligencias y debilidades pedimos perdón por ello y atentos a los retos que nos esperan pedimos a Dios luz y fortaleza para enfrentarlos exitosamente. VN

Les bendicen,

+ Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez,
Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Primado de América,
Presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano
+ Ramón Benito De La Rosa y Carpio,
Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros
+ Juan Antonio Flores Santana,
Arzobispo Emérito
+ Fabio Mamerto Rivas, S.D.B.,
Obispo Emérito
+ Jesús María de Jesús Moya,
Obispo de San Francisco de Macorís
+ Jerónimo Tomás Abreu Herrera,
Obispo Emérito
+ Francisco José Arnaiz, S.J.,
Obispo Auxiliar Emérito
+ José Dolores Grullón Estrella,
Obispo de San Juan de la Maguana
+ Antonio Camilo González,
Obispo de La Vega
+ Amancio Escapa Aparicio, O.C.D.,
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santo Domingo
+ Pablo Cedano Cedano,
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santo Domingo
+ Gregorio Nicanor Peña Rodríguez,
Obispo de la Altagracia, Higüey
+ Francisco Ozoria Acosta,
Obispo de San Pedro de Macorís
+ Freddy Antonio Bretón Martínez,
Obispo de Baní
+ Rafael Leonidas Felipe Núñez,
Obispo de Barahona
+ Diómedes Espinal de León,
Obispo de Mao-Montecristi
+ Julio César Corniel Amaro,
Obispo de Puerto Plata
+ Valentín Reynoso Hidalgo, M.S.C.,
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santiago de los Caballeros
+ Victor Masalles Pere,
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santo Domingo

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