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LA FUERZA DEL PERDÓN

Tenemos que aprender a perdonar más.

Ese es uno de los mensajes que escuchamos en las lecturas del Evangelio mientras vamos llegando a la mitad de este tiempo santo de Cuaresma.

En uno de los Evangelios de la semana, San Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces tiene que perdonar a alguien. Y Jesús le dice: “Setenta veces siete”. En otras palabras, siempre. Y el Evangelio de este domingo que viene es la parábola del Hijo Pródigo, una hermosa lección sobre la misericordia y el perdón de Dios.

Una lección que todos debemos ir profundizando cada vez más.

Todos los días le pedimos esta gracia a Dios en la oración que Jesús nos enseñó – Perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Pero ¡qué difícil es vivir según estas palabras! Se nos hace demasiado fácil caer en juicios críticos de los demás.

Es cierto que podemos encontrar muchas cosas que merecen la crítica. Hay muchos pecadores y muchos escándalos e injusticias en nuestro mundo.

Esto también pasaba en el tiempo de Jesús. Pero Él vino a enseñarnos un modo diferente de vivir. Y se hace urgente en nuestros días que nos esforcemos más para vivir según Jesucristo.

Nuestra cultura se ha convertido en una cultura de reclamos y de cólera supuestamente justificada – en la que con mucha ligereza se condenan y se juzgan a los demás. Nuestra cultura se ha convertido en una cultura de ‘no-perdón’.

Tenemos que tener cuidado de no caer en esta trampa. Nuestra fe cristiana debería hacernos diferentes. Tenemos que tratar vivir realmente el perdón, la misericordia y la paz.

La misericordia y el perdón de Dios son el mensaje esencial del Evangelio. Jesús vino para “dar a su pueblo el conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados”, nos dice el Evangelio.

Jesús fue muy claro: la misericordia que buscamos de Dios debe ser la misericordia que tenemos hacia los demás.

En la nueva evangelización de esta cultura, estamos llamados a hacer de la misericordia y del perdón nuestro mensaje y nuestro testimonio al mundo.

El mundo está en busca de Jesucristo. Y cuando las personas van en búsqueda de Él, naturalmente van a volverse a aquellos de nosotros que decimos que lo conocemos, que decimos que creemos en Jesús y que vivimos de acuerdo a Su Palabra y Su ejemplo.

¿Qué encuentran cuando nos miran? ¿Ven a Jesús? ¿Encuentran un reflejo de la misericordia y del perdón de Dios?

La Cuaresma es un tiempo para que seamos honestos con nosotros mismos. Es fácil ver los defectos de los demás. Pero también es muy fácil olvidar como defraudamos a Dios tantas veces con nuestra falta de amor y con nuestras infidelidades.

En nuestra vida cristiana, estamos siempre esforzándonos para alcanzar a Jesús y la santidad a la que nos invita. Pero también sabemos que caemos una y otra vez.

Pero cada vez que caemos, somos perdonados. La misericordia de Dios siempre está ahí para acogernos. Sus juicios son bondadosos. Son los juicios de un Padre que nos ama.

¿Podemos decir lo mismo de nuestros propios juicios? ¿Sobre nuestros pensamientos y palabras hacia las personas que están en nuestra vida o en las noticias?

Vamos a acercar a más personas a Jesús a través de nuestra misericordia y perdón, que a través de nuestros juicios críticos – independientemente de cuánta razón tengamos o de que tan equivocada la otra persona esté.

Perdonar es hacer un acto de fe. Cuando perdonamos, no estamos olvidando o disculpando los pecados del pasado. Con nuestro perdón estamos diciendo que creemos que Dios es el único juez.

Nuestra tarea como cristianos es no juzgar. Jesús dijo: No juzguen y no serán juzgados. Él nos llama a perdonar al pecador y a reparar el daño causados por su pecado. Estamos llamados a llevar a los pecadores a Dios, a corregir los errores que han cometido y a sanar las heridas y divisiones que han causado.

Entonces, esta semana, a medida que continuamos orando por nuestra Iglesia y por nuestro nuevo Papa, pidamos la gracia de ser personas que verdaderamente vivan la misericordia y el perdón.

Tenemos que recordar que todos somos pecadores, y algunos de nosotros, peores que otros. Pero todos necesitamos de la misericordia de Dios. Esta es la belleza del Sacramento de la Reconciliación: es la escuela del amor de Dios, donde experimentamos su misericordia, la misma misericordia que Él quiere que tengamos hacia los demás.

Pidamos a nuestra Santísima Madre María, Madre de la Misericordia y Refugio de los Pecadores, que nos ayude a ser personas que vivan el perdón, que construyan una sociedad de amor misericordioso y de justicia. VN

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