Al puertorriqueño Juan Ramón Ortiz y al peruano Daniel Alejandro Pérez Cueva les unía un deseo de superación que les trajo a la Universidad Politécnica de Virginia, donde también compartieron la muerte.
Los dos estudiantes son los únicos latinos de los 32 alumnos que murieron el lunes a manos de otro estudiante, el surcoreano Cho Seung-Hui, de 23 años.
Sus amigos aún intentan aceptar la tragedia.
“Estamos realmente devastados porque uno se siente impotente. Todavía creo que voy a volver a la oficina y los voy a ver”, dijo, emocionado, el hondureño Juan Manuel Cerrato, de 27 años, quien estudia un doctorado en Ingeniería Civil.
Cerrato perdió a cinco amigos en el tiroteo, entre ellos Ortiz. “Era un tipo extremadamente cálido, bien simpático, servicial, le pedías un favor y siempre te lo hacía”, recordó.
Ortiz, de 26 años, y su esposa, Liselle, se desplazaron a Blacksburg desde Puerto Rico en verano del año pasado para estudiar sus posgrados.
El puertorriqueño David Lugo, de 25 años, quien estudia un posgrado en Ingeniería Eléctrica, se alegró “muchísimo” de conocer a unos compatriotas, según explicó.
Ortiz “era una persona bien alegre. Tú siempre lo veías con una sonrisa, tranquilo, una persona que no tenía vicios”, rememoró.
El estudiante asesinado había recibido una beca de la Universidad Politécnica de Virginia, después de haberse licenciado entre los primeros de su promoción en la Universidad Politécnica de San Juan.
Ortiz vino a la Universidad en parte porque aquí enseñaba G.V. Loganathan, una eminencia en materia hidráulica, quien murió junto a sus alumnos.
El puertorriqueño se encontraba en la sala 206 del edificio Norris Hall el lunes por la mañana, cuando Cho irrumpió con sus dos pistolas. Tan sólo dos de los diez estudiantes presentes sobrevivieron.
Pronto comenzaron los rumores de que tal vez Ortiz hubiera muerto. Lugo fue a su casa por la tarde, donde no había nadie, pero allí se encontró con unos empleados de la universidad que le confirmaron la muerte, según relató.
“Me quebré a llorar como si hubiera sido familia”, confesó Lugo, con los ojos enrojecidos.
“Verdaderamente es lamentable que se haya perdido una vida ejemplar, un estudiante que se graduó con honores de la universidad, buscando acá lo que busca todo el mundo, superarse, buscar una mejor vida. Terminar así tan trágicamente es una injusticia”, señaló.
Liselle se queda actualmente en la residencia de unos amigos, mientras espera poder repatriar el cuerpo de su esposo a Puerto Rico.
Pérez Cueva, de 21 años, era un joven igualmente brillante, según los que le conocieron. Su padre, Flavio Pérez, llegó hoy de madrugada a Washington desde Lima, según fuentes consulares, y de allí se desplazó a Blacksburg, pero no quiso hablar con la prensa.
El cuerpo del estudiante peruano será incinerado hoy y la mitad de sus cenizas se la llevará su padre a Lima, mientras que el resto se quedará con su madre, que vive en Virginia, según informó un amigo de la familia.
Antes de su transferencia a la Politécnica de Virginia en verano del año pasado, Pérez Cueva estudió en el 2005 en el Miami Dade College, según informó hoy esa institución del sur de Florida en un comunicado, en el que también expresó su pesar por la tragedia.
Su consejero académico era Ioannis Stivachtis, el director del programa de relaciones internacionales, que lo recuerda como un estudiante “muy abierto y muy motivado”.
“Tenía una visión cosmopolita del mundo. Respetaba a todo el mundo. Quería trabajar para una organización internacional”, dijo Stivachtis.
Pérez Cueva era uno de los líderes de la Organización de Relaciones Internacionales, una asociación estudiantil, y ayudó a coordinar la “ONU Modelo”, una actividad en la que los alumnos actúan como representantes internacionales y deben resolver una crisis.
“Daniel estaba muy interesado en conocer a gente nueva y en ayudar”, dijo Stivachtis.
También era “embajador” en la Facultad de Artes, donde colaboraba con la oficina del decano para acoger a estudiantes nuevos y ayudar al departamento, según relató Rachel Saville, asesora de alumnos del programa de relaciones internacionales.
“Era un estudiante muy agradable. Siempre era muy amable y educado”, dijo Saville, quien resaltó que tenía notas muy altas.
Todo eso terminó el lunes en una clase de francés en Norris Hall. En total, siete estudiantes del departamento de Relaciones Internacionales perecieron en la matanza.
“Cada nombre que me llegaba de los muertos era como una cuchillada”, recordó Stivachtis, con los ojos anegados en lágrimas. VN