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VIVIR LAS BIENAVENTURANZAS EN CUARESMA

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

28 de febrero de 2014

El próximo miércoles, que será Miércoles de Ceniza, empezamos otra Cuaresma.

En los próximos 40 días, compartiremos el tiempo en que Jesús estuvo en el desierto. Compartiremos su ayuno, sus oraciones, y las pruebas que tuvo que soportar como Hijo de Dios.

Cada Cuaresma nos recuerda que nuestra vida cristiana es una peregrinación, y que todos estamos siguiendo el llamado de Jesús en nuestras vidas.

La Cuaresma nos recuerda que caminamos con él. Que somos sus compañeros en la misión de llevar a todos los hombres y mujeres a conocer su salvación. Que estamos luchando por su Reino, hasta que el mundo esté inundado de la gloria de Dios.

En estos 40 días, nos preparamos para la Pascua, cuando renovamos las promesas de nuestro Bautismo. Las prácticas tradicionales de la Cuaresma —el ayuno, la oración, la limosna y la penitencia— tienen el fin de fortalecernos en nuestra identidad de hijos de Dios y seguidores de Jesús.

Seguir a Jesús implica dos cosas básicas: ser discípulos —personas que siempre están aprendiendo de las palabras y del ejemplo de nuestro Maestro único y verdadero— y ser misioneros, es decir, personas con la misión de por vida de difundir sus enseñanzas y el amor de Dios en todo lo que hacen.

Jesús nos muestra cómo debemos enfocar nuestras vidas y nos invita a encontrar la alegría en nuestro camino de conversión diaria, tratando de hacernos cada día un poco más semejantes a Él.

En esta Cuaresma, hago una invitación para que todos profundicemos en nuestro camino de conversión reflexionando acerca de las bienaventuranzas. Desde mi peregrinación a Tierra Santa, a fines del año pasado, me he sorprendido a mí mismo varias veces reflexionando sobre las Bienaventuranzas. Fue una experiencia muy intensa estar en el lugar donde Jesús pronunció primeras palabras a sus discípulos por primera vez.

Jesús nos dio las Bienaventuranzas al principio de su Sermón de la Montaña, ese gran programa de vida que encontramos en el Evangelio de San Mateo, en los capítulos 5, 6 y 7, y que son tan familiares para nosotros:

Bienaventurados los pobres de espíritu…
Bienaventurados los que lloran…
Bienaventurados los mansos…
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…
Bienaventurados los misericordiosos…
Bienaventurados los limpios de corazón…
Bienaventurados los que trabajan por la paz…
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia…
Bienaventurados serán ustedes cuando los injurien… por causa mía.

En las Bienaventuranzas, Jesús no está haciendo alusión a diferentes tipos de personas, tales como los pobres, o las personas que son mansas o misericordiosas.

Si nos damos cuenta, en realidad, Jesús está describiéndose a sí mismo en las Bienaventuranzas.

Al asumir nuestra condición humana, Jesús se hizo pobre por nosotros, sin un lugar donde reclinar la cabeza. Él lloró por el pecado y por la muerte y fue misericordioso con los pecadores. Él fue manso y de corazón puro. Él se hizo a sí mismo hambriento y sediento de justicia y de nuestra salvación. Fue injuriado y perseguido por su justicia; en su Cruz, Él estableció la paz, reconciliando todas las cosas con Dios.

Las Bienaventuranzas nos muestran el rostro de Jesús. Y su rostro debe ser como un espejo en el que podemos vernos a nosotros mismos. Cuando Jesús nos mira, quiere vernos viviendo las Bienaventuranzas. Las Bienaventuranzas reflejan lo que es un hijo de Dios.

Bienaventuranza significa “beatitud”, la felicidad perfecta. Así que las Bienaventuranzas son el resumen del camino de Cristo, del camino de amor que lleva a la felicidad que todo corazón humano desea: la santidad y la bienaventuranza eterna del Reino de Dios.

Los caminos de Dios no son nuestros caminos. El modo de vida que Jesús nos llama a seguir es un camino que el mundo considera necedad. ¿Cómo podemos encontrar la felicidad en ser pobres e impotentes, perseguidos y afligidos?

En sus Bienaventuranzas, Jesús invierte completamente las expectativas del mundo. El desafío para nosotros es tener el valor de creer en Él, y de seguir realmente el camino que Él coloca ante nosotros.

La Cuaresma es justamente una oportunidad para hacer eso.

En mis columnas durante esta Cuaresma, quiero seguir reflexionando acerca de las Bienaventuranzas. Tratemos de aprovechar estos cuarenta días para profundizar en las actitudes y acciones que implican las Bienaventuranzas en nuestras vidas.

Nuestro ayuno nos puede ayudar a hacernos pobres de espíritu. Nuestra limosna nos puede ayudar a tener hambre y sed de justicia, a ser constructores de la paz. Nuestra penitencia nos puede ayudar a llorar por nuestros pecados y a ser misericordiosos con los demás. Nuestra oración puede ayudarnos a ser mansos y a estar dispuestos a sufrir por la causa de Dios.

De manera que, al empezar la Cuaresma la próxima semana, oremos unos por otros. Ojalá que podamos mirar a las Bienaventuranzas como un camino para nuestras propias vidas y para nuestra Iglesia. No podemos cambiar el mundo sin el espíritu de las Bienaventuranzas.

Pidámosle, entonces, a nuestra Santísima Madre María, que nos ayude a crecer en este espíritu, en la alegría de vivir como Dios quiere que vivamos. VN

El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, “La inmigración y la América por venir”, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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