UNA VERDADERA ALTERNATIVA DE ESTILO DE VIDA

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ Arzobispo de Los Ángeles

2 feb. 2012

En los últimos dos fines de semana, he tenido el privilegio de celebrar misas en honor de hermanos y hermanas religiosos de nuestra gran arquidiócesis.

Esos hombres y mujeres consagradas me inspiran por su fidelidad a Jesucristo y su Iglesia. Me hacen sentir humilde su testimonio: sus ministerios de oración, educación y caridad; su cercanía a los pobres y enfermos. Conocí una santa hermana ¡que ha sido religiosa por 80 años!

Y al comenzar esta semana, el 2 de febrero, en la Fiesta de la Presentación de Nuestro Señor, nos unimos a la Iglesia universal en la celebración del Día Mundial para la Vida Consagrada.

Necesitamos orar para que más hombres y mujeres escuchen este llamado especial de Jesucristo, para que dejen sus familias y ocupaciones para seguirlo a Él en una vida de total dedicación a la oración y el servicio apostólico.

Los hombres y mujeres consagrados son un tesoro que nuestra Iglesia ofrece a nuestro mundo hoy. Ellos son un signo de los caminos radicales a una nueva vida que son abiertos por Jesús.

Como sabemos, mucha gente hoy encuentra difícil hacer compromisos. Nosotros vemos esta preocupante tendencia creciendo especialmente en los jóvenes.

El problema es que las vidas de esas personas se hacen inconsistentes y fragmentarias por el relativismo y el excesivo individualismo de nuestra cultura. Nuestra cultura, en muchas maneras, dice a la gente que ellos deben vivir por su propio interés personal, y que no hay un camino verdadero que seguir en la vida.

Así la gente ha crecido indecisa sobre cómo vivir y lo que la vida significa. Esto les provoca miedo para comprometerse en relaciones, especialmente en relaciones que son permanentes y duran toda la vida.

Vemos esto en las tendencias en el matrimonio en nuestra sociedad: gentes que esperan mucho para casarse o no casarse. Nosotros vemos patrones similares en las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

Los hombres y mujeres consagrados en la Iglesia, son una luz en un mundo que a menudo está oscurecido por el egoísmo y la decadencia de los valores religiosos. Ellos son un “signo de contradicción” para muchas de las prioridades que vemos en nuestra cultura secular.

Ellos dan testimonio del valor que se necesita para dar la propia vida completamente a alguien, para decir: “Yo te pertenezco para siempre”. Y ellos son testigos de la alegría que resulta de hacer este compromiso con Jesucristo.

Al escoger pobreza, obediencia y castidad, los hombres y mujeres consagrados nos muestran una verdadera alternativa de estilo de vida: una que no está guiada por motivos de dinero, posesiones o poder. En vez de eso, ellos nos muestran las hermosas posibilidades de una vida transcurrida buscando la santidad, la comunión con Dios y el servicio a nuestros prójimos.

Nuestra tradición católica de la vida consagrada está arraigada en el ejemplo de Jesús. Con profunda pasión y deseo de Dios, esos hombres y mujeres dejan todo para seguir sus huellas. Ellos viven como él dijo: solo por Dios y por su Reino.

Su vida me conmueve porque yo veo en ellos la libertad radical que proviene de vivir en la verdad.

Me acuerdo de las hermosas palabras de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Los hombres y mujeres consagradas nos muestran que cuando amamos a Jesús, cuando nos entregamos nosotros mismos a Él con toda sencillez y amor, entonces somos verdaderamente libres: viviendo en amistad con el Dios que es amor.

Y en su testimonio de amor, las mujeres y los hombres consagrados nos recuerdan que tenemos una vocación para imitar a Jesucristo y para vivir los valores de su evangelio.

Como católicos, somos una familia de Dios. Como hermanos y hermanas en la familia de Dios, cada uno de nosotros tiene el deber de apoyar y animar vocaciones a la vida consagrada.

Necesitamos orar por esas vocaciones cada día. Necesitamos unir nuestras oraciones a acciones y actitudes que ayuden a promover una cultura católica en la cual las vocaciones prosperen. Necesitamos renovar nuestro propio sentido de lo que significa tener un llamado de Cristo.

De modo que esta semana oremos unos por otros, y demos gracias a Dios por todos esos religiosos, hombres y mujeres en Los Ángeles y en todas partes en nuestro país y en el mundo.

Oremos para que su testimonio inspire a otros a seguirlos en la dedicación de sus vidas a Dios.

Y pidamos a nuestra Santísima Madre, Reina de los Apóstoles, que nos ayude a todos a vivir nuestras vocaciones –para seguir a Jesús más de cerca – con mayor amor, mayor confianza y con más sacrificios y más devoción.

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