UNA FAMILIA CON UNA HISTORIA QUE CONTAR

UNA FAMILIA CON UNA HISTORIA QUE CONTAR

(fOTO: LAZOS DE AMOR- Fernando Arredondo abraza a su pequeña hija Alison en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. / John Miccoy).

Después de perder a su hijo a causa de la violencia pandilleril en Guatemala, los Arredondo se separaron de tres maneras al intentar ingresar a Estados Unidos. Se requirió un esfuerzo de equipo para volver a unirlos

Por PILAR MARRERO

Tarde en la noche del 22 de enero, Fernando Arredondo se bajó de un avión en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles (LAX) y se encontró con el apretado abrazo de sus tres hijas (de 17, 13 y 7 años) y su esposa Cleivi. Sus ojos se llenaron de lágrimas de gratitud, y en su rostro brotó una sonrisa incontenible.

“Gracias, gracias a todos”, dijo en voz alta mientras abrazaba a cada hija, y cargaba en sus brazos a Alison, una niña de 7 años, lacrimosa y cansada, y besaba a su esposa en los labios. “Gracias, gracias Dios, y gracias a todos. Esto es un milagro”.

La reunificación con su familia se produjo un año y ocho meses después de que las autoridades de inmigración de Estados Unidos lo separaran de su hija Andrea, de entonces 12 años, cuando ambos se presentaron en el cruce fronterizo México-Estados Unidos en Laredo, Texas, para solicitar asilo el 16 de mayo de 2018.

Unos días antes en México, las autoridades de ese país sacaron de un autobús a Fernando y Andrea, dejando a su esposa y a las otras dos hijas a bordo, separados como resultado de las decisiones de las autoridades de inmigración mexicanas y estadounidenses.

Ahora están de vuelta juntos en Los Ángeles.

Casi un milagro

Fue un camino muy largo hasta ese momento; uno que requirió mucha ayuda de las organizaciones legales que desafiaron la política fronteriza de “tolerancia cero” del gobierno federal en la corte, así como de los funcionarios y voluntarios católicos que personalmente ayudaron a Cleivi y sus tres hijas a instalarse en Los Ángeles, y al abogado que las representó en la corte.

Hubo otros ocho padres deportados que regresaron a Estados Unidos en el vuelo de Fernando.

A todos se les permitió ingresar a este país después de que un juez dictaminara en septiembre de 2019 que habían sido deportados ilegalmente a América Central por el gobierno de EE.UU., a pesar de tener casos de asilo viables y después de haber sido separados de los hijos menores de edad con quienes viajaron en el momento más riguroso de la política de separación familiar de 2018.

En total, estos nueve padres de familia, más dos que aún no han vuelto, son los únicos de un grupo de 470 padres deportados sin sus hijos e hijas, a quienes expresamente se les permitió regresar. Otro grupo de 30 retornó a Estados Unidos por su cuenta y se presentó nuevamente en la frontera para reunirse con los menores que se habían quedado.

“De hecho, es casi un milagro”, admitió Linda Dakin-Grimm, la defensora legal pro bono que representa y asiste a la familia Arredondo como parte de los esfuerzos conjuntos entre “Interdiocesan Southern California Task Force on Immigration” (Fuerza de Tarea Interdiocesana de Inmigración del Sur de California), voluntarios de la Iglesia y “Kids in Need of Defense” (KIND).

“Al principio, tenía muy poco optimismo de que pudiéramos traerlo de vuelta porque el remedio que las autoridades estadounidenses diseñaron para los padres que ya habían sido deportados era muy difícil de aplicar: determinaba que sólo casos ‘raros e inusuales’ les permitiría volver. Le dije a Cleivi que haría lo mejor que pudiera, pero no quería darle falsas esperanzas”, comentó Dakin-Grimm.

Mientras un ejército de interesados y abogados pro bono litigaban en nombre de los padres y otras familias separadas, trabajando durante casi dos años para identificar y localizar a padres e hijos, otros estaban ayudando a algunas de estas familias o niños no acompañados a sobrevivir en Estados Unidos en cuestiones prácticas, como conseguirles un lugar para vivir, ayudarles con lo básico como muebles, ropa y comida.

Cleivi se entregó a las autoridades de inmigración con su hija mayor Keily, que entonces tenía 15 años, y su hija menor Alison, de sólo 5, cuando huyeron de Guatemala. No tuvo noticias de Fernando y Andrea, de 12 años, durante casi 20 días mientras estaban en un refugio para familias en San Antonio.

Mientras estuvo allí, recibió ayuda de una organización sin fines de lucro y pudo ubicar a su hija en otro refugio. No pudo hablar con Fernando, que estuvo encerrado durante tres meses en cuatro centros de detención diferentes hasta que finalmente fue deportado a Guatemala en agosto de 2018.

Había fallado en una entrevista de “miedo creíble” ante las autoridades de inmigración, mientras que su esposa e hijas habían pasado la suya en la frontera y se les había negado la oportunidad de solicitar asilo.

Sin embargo, Fernando había sido deportado, quebrantándose así la orden de la jueza federal de San Diego, Dana Sabraw, a la administración Trump de suspender la política de “tolerancia cero”. Además de una orden de restricción para detener las deportaciones derivadas de esa política. Se tomó otra orden de la jueza Sabraw a fines de 2019 para obligar al gobierno federal a permitir el regreso de Fernando y los otros ocho deportados.

Cuando Dakin-Grimm tomó el caso de la familia, contactó a la Arquidiócesis de Los Ángeles para que la ayudara a encontrar un hogar para la familia, dijo Lucy Boutte, voluntaria del “Immigration Task Force” (Grupo de Trabajo de Inmigración), que labora con el Vicario Episcopal de San Gabriel, el Obispo Auxiliar David O’ Connell de la Región Pastoral de San Gabriel.

El obispo proporcionó personalmente el alquiler mensual de la familia, así como el depósito de mudanza para una casa en el Sur de Los Ángeles, y una variedad de voluntarios, incluidos Berta Cardenti y Jeff Hamilton, han ayudado con la traducción, la transportación, buscando y trasladando donaciones de muebles, y manteniéndose en contacto con la familia.

“Comencé traduciendo para Linda”, dijo Cardenti cuando llegó con la familia a LAX el miércoles por la noche. “Pero ahora siento que son parte de mi familia, nos hemos hecho amigos y estamos cerca el uno del otro”.

Monseñor Jarlath Cunnane, presidente de “Immigration Task Force” y pastor de la Iglesia de San Cornelio en Long Beach, viajó a Guatemala para acompañar a Fernando de regreso a Los Ángeles. Explicó que el grupo de trabajo “ha estado haciendo todo lo posible para que la Iglesia esté presente en la vida de las familias inmigrantes.

“Hemos estado coordinando con KIND, trabajando con Caridades Católicas, así como con parroquias e individuos para ayudar a ésta y otras familias, y ahora que están juntos nuevamente, continuaremos apoyándoles de muchas maneras diferentes”, dijo.

Al fin juntos

La familia ha pasado por muchas cosas, dijo Cleivi, quien relató la razón original por la cual decidieron abandonar Guatemala. En primer lugar: el asesinato de su hijo mayor Marco Antonio a los 18 años.

“Mi hijo Marco Antonio Arredondo fue asesinado el 18 de abril de 2018, frente a la casa de mi madre. Su hermana Keily, que ahora tiene 17 años, estaba a su lado cuando un muchacho vino y le disparó repetidamente”, dijo la mujer.

Los Arredondo decidieron huir del vecindario por temor a la seguridad de su familia, especialmente Keily, que había sido testigo del asesinato. Pero había otro problema.

“No pudimos irnos de inmediato porque mi madre se estaba muriendo de cáncer”, explicó Cleivi. “A finales de mayo, ella murió y decidimos que no teníamos nada que hacer allí, que no era vida para nosotros”.

En una declaración hecha por Fernando y presentada con la solicitud de asilo de la familia, contó cómo él y su hijo Marco trabajaron como parte de una vigilancia vecinal de la Ciudad de Guatemala con el propósito de evitar que la pandilla callejera “Mara 18” se infiltrara.

Esto parece haber motivado el asesinato de Marco y luego amenazas contra la familia, que intentó alejarse, pero siguió recibiendo intimidaciones de los pandilleros. También sospechaba de la policía que, según dice, “es corrupta y con pandillas infiltradas”. La familia no tuvo más remedio que irse.

Ahora en Los Ángeles, Fernando se unirá a la solicitud de asilo de su familia, según Dakin-Grimm, y probablemente tendrá una audiencia de mérito para el próximo año. “Son una familia, tienen una historia que contar”, dijo.

Las hijas Keily, Andrea y Alison prepararon carteles hechos a mano para recibir a su padre en el aeropuerto. En cartón amarillo y verde, con brillantina roja y letras grandes, decían: “Papi, te extrañamos” y “Bienvenido papi”.

La pequeña Allison, que en su corta estadía en Estados Unidos ha adquirido considerable conocimiento del inglés, escribió: “Welcome… Daddy.” (Bienvenido… papá).

Como comida de celebración, Cleivi preparó “pipián”, una salsa al estilo de mole, típica de Guatemala. Días después, todos fueron a San Diego para su cita con Inmigración y Control de Aduanas (ICE). Los voluntarios de la Iglesia los condujeron allí, y esperan seguir siendo un recurso para la familia mientras navegan por su nueva oportunidad en Estados Unidos.

“¿Qué es lo primero que hará ahora la familia reunificada?”, le preguntaban las personas a Fernando.

“Nos vamos a quedar muy juntos”, dijo. “Somos bendecidos”. VN

 

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