UN TIEMPO PARA LA SANTIDAD

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

Hemos tenido días difíciles en nuestra Iglesia local de Los Ángeles.

He estado conversando y reflexionando con el Cardenal Mahony y Monseñor Curry, y con los demás Obispos auxiliares, sobre los acontecimientos de la semana pasada. Tenemos el compromiso de seguir adelante con nuestros ministerios, llenos de esperanza y confianza en la gracia de Dios.

Tenemos que seguir orando por los que están sufriendo. Tenemos que pedir perdón una vez más por los pecados del pasado y por nuestros propios errores. Y tenemos que hacer que nuestras oraciones para obtener la gracia, sean correspondidas con acciones concretas de sanación y renovación.

Y los acontecimientos recientes deben informar nuestra oración, penitencia y vivencia de la caridad en este tiempo de Cuaresma, que comienza la próxima semana con el Miércoles de Ceniza.

Todos necesitamos la gracia de una nueva conversión. De esto se trata la Cuaresma.

Tenemos que ser transformados una vez más por la persona de Jesucristo y por el poder de su Evangelio. Necesitamos vivir nuestra fe con nueva sinceridad, nuevo ardor, nuevos propósitos y nueva pureza. Necesitamos un deseo renovado de ser sus discípulos.

No puedo dejar de repetir: Todos tenemos que redescubrir el mensaje esencial del Evangelio – que somos hijos de un Dios que nos ama y que nos llama a ser una familia en su Iglesia y a hacer de este mundo su Reino, una ciudad de amor y verdad.

El desafío que enfrentamos –ahora y siempre, como individuos y como Iglesia– es el de resistir la tentación de seguir a Jesús “a medias”. Nunca podemos conformarnos con la mediocridad o con las exigencias mínimas en nuestra vida de fe. No existen cristianos “suficientemente buenos”, solo cristianos que no hacen suficiente bien.

¡Dios quiere que seamos grandes! Estamos llamados a la santidad de Dios, a compartir su propia santidad. En el Sermón de la Montaña, Jesús dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto”.

Santidad no implica separación del mundo, sino todo lo contrario. Santidad significa amar a Dios y amar al prójimo en medio del mundo. En nuestras familias, en nuestro trabajo, en nuestro descanso, en todo lo que hacemos.

Los caminos de la santidad son diferentes para cada uno de nosotros. La manera como amamos, como buscamos el rostro de Dios, depende de las circunstancias de nuestras vidas. Y nunca terminaremos esta obra de la santidad.

Pero en eso está la gracia, la belleza y la alegría de nuestra fe.

Nuestra Iglesia seguirá avanzando en la medida que cada uno de nosotros redescubra este llamado universal a la santidad. Ahí está el significado de nuestra vida cristiana. Somos hijos de Dios, llamados a ser santos como nuestro Padre es santo. Y buscamos la santidad trabajando con sus dones y gracias para amar como Jesús amó.

En estos tiempos difíciles para nuestra Iglesia, tenemos que resistir contra el deseo de volvernos hacia nosotros mismos, o de dejar nuestro compromiso con la cultura y la sociedad.

Todavía tenemos una misión como Iglesia: la de dar continuidad a la misión de Jesucristo. Jesús vino para redimirnos de nuestros pecados y para mostrarnos el camino a una nueva vida de santidad. Tenemos que llevar su mensaje de salvación, conversión y perdón a todas las personas. Tenemos que encontrar nuevas maneras de evangelizar nuestra sociedad, con nuevos enfoques enraizados en la humildad y en la búsqueda de la santidad, la belleza y la verdad.

Sólo podemos cambiar este mundo si permitimos que Dios nos cambie primero. La manera como vivimos nuestra vida siempre será el testimonio más creíble que podemos dar del Evangelio en el cual creemos. Las personas deben ser capaz de ver “la diferencia Católica” – la diferencia que nuestra fe Católica hace en nuestra vida.

Nuestro mundo de hoy necesita de santos. No santos “de otro mundo”, sino santos en nuestras ciudades, en nuestras familias, en nuestras parroquias y escuelas, en los medios de comunicación, en los negocios, las legislaturas y los tribunales.

No podemos esperar que los demás lo hagan. Nosotros mismos tenemos que ser estos santos. Tenemos que ser la inspiración para que otros a nuestro alrededor quieran ser santos.

Esta semana, entonces, recemos unos por otros y por nuestra Iglesia. Sigamos orando por todos aquellos que han sido heridos por miembros de la Iglesia. Y sigamos adelante en este proceso de sanar sus heridas y restaurar la confianza que ha sido rota.

Podemos hacer de esta Cuaresma un tiempo de renovación y santidad. Podemos hacer esto tratando de llevar una vida más santa y sencilla. Vivamos nuestra fe con alegría y compasión, y con un deseo diario de ser más como Jesucristo.

Y pidamos a Nuestra Señora de los Ángeles que nos ayude a acercarnos más, como una sola familia de Dios.

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