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TODAVÍA EN BUSCA DE LA “COMUNIDAD AMADA”

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles

15 de enero de 2016

El reverendo Martin Luther King soñaba con lo que él llamaba “la comunidad amada”.

Esta expresión inspira mi ministerio.

Es una hermosa imagen del reino que Jesús proclamó y nos llamó a establecer: una ciudad donde reine el amor y la verdad; la familia de Dios formada por la rica diversidad de pueblos y naciones.

La comunidad amada del reverendo King nos recuerda también que los ideales y las instituciones de los Estados Unidos tienen sus raíces en la verdad cristiana de que todos los hombres y mujeres son creados a imagen de Dios, con igual dignidad y derechos.

Al prepararnos para la conmemoración anual nacional en honor del reverendo King, nos damos cuenta, con dolor, de que nuestra nación está todavía muy lejos de esta comunidad amada con la que él soñaba y por la cual entregó su vida.

Este último año ha estado marcado por el aumento de la violencia racial y de las tensiones en muchas ciudades y campus universitarios en todo el país.

Lamentablemente, demasiadas injusticias y problemas de nuestra sociedad siguen derivándose de asuntos raciales.

Demasiados corazones y mentes están todavía empañados por actitudes raciales y presuposiciones de derecho a privilegios basados en la etnia o al color de la piel de las personas.

Hemos recorrido un largo camino en este país; pero todavía no hemos llegado lo suficientemente lejos.

Son considerados el “pecado original” de Estados Unidos la esclavitud y las injusticias cometidas contra los pueblos indígenas nativos. Pero a lo largo de nuestra historia, la exclusión y la intolerancia de las minorías raciales y étnicas siguen siendo una tentación persistente.

La Iglesia enseña que toda estructura de pecado que encontramos en la sociedad empieza en el corazón de los individuos. Las sociedades no pecan, pero las personas sí lo hacen. Por lo tanto, tenemos que acabar con el racismo en nuestra sociedad; tenemos que hacer más que simplemente ampliar oportunidades y políticas de reforma o adoptar nuevos programas.

Todas esas cosas son necesarias. Pero para lograr un cambio duradero es necesario que se conviertan los corazones y se renueven las mentes.

El Evangelio de Jesús —la Buena Nueva de que Dios es Padre— es la doctrina más radical de la historia de las ideas. Si realmente creyéramos que Dios es nuestro Padre y que cada ser humano es hijo de Dios, creado a su imagen, el mundo cambiaría de la noche a la mañana.

Pero en estos días, decir algo así sería considerado “ingenuo” o políticamente “poco realista”. Eso no quiere decir que el Evangelio no sea cierto; sino que es señal de que nuestra sociedad se ha alejado de sus cimientos morales y espirituales. Es un signo de la dureza de corazón y de un declive de la misericordia en nuestra sociedad.

Si profesamos a Cristo y creemos en su Evangelio, no hay absolutamente ningún espacio para los prejuicios o sentimientos de superioridad basados en la raza o en el origen étnico. Ni en ningún otro criterio “artificial”.

En Internet y en las redes sociales me encuentro algunas veces con buenos cristianos que expresan opiniones que según ellos, no tienen relación con la raza o con el origen étnico, sino tan sólo con la política, la ley y el orden. Sólo Dios conoce el corazón humano, pero todos tenemos que examinarnos a nosotros mismos y evitar el autoengaño y la auto-justificación.

Una de las pruebas que podemos hacer es preguntarnos si expresaríamos esos mismos puntos de vista con tanta audacia en la presencia de nuestro Padre celestial, o si diríamos esas mismas cosas acerca de un miembro de nuestra propia familia, de nuestros hermanos, o hermanas, o de nuestros padres.

Nuestra vida cristiana es un camino de conversión. Ninguno de nosotros “ha llegado a la meta” todavía. Todos vamos de camino, tratando de seguir a Jesús. Tenemos que seguir trabajando todos los días; como solía decir San Pablo, tenemos que “ser renovados según el espíritu de Jesucristo”, lo que quiere decir, ajustar nuestros pensamientos y acciones a los de Jesús; ver el mundo a través de sus ojos y amar como Él ama.

La comunidad amada que estamos llamados a buscar, es una sociedad en la que ya no vemos a “otros” sino más bien a hermanos y hermanas. En la comunidad amada, no hay nadie que esté más allá de la redención o que sea indigno de nuestra compasión.

Hemos de rechazar una política de polarización que divide nuestra sociedad en bandos competitivos, en “nosotros” contra “ellos” o en “víctimas” y “victimarios”.

Dios sólo ve “hijos” y los llama a ser misericordiosos unos con otros, a sufrir con los que sufren, a trabajar juntos hasta que cada quien pueda vivir con dignidad y libertad. Y Él nos juzga, no en base a nuestras posturas políticas, sino en base a nuestro amor y compasión.

De modo que esta semana, oremos unos por otros. Oremos para pedir la sanación y la reconciliación en nuestra sociedad. Oremos, especialmente, por todos aquellos que han perdido a sus hijos o seres queridos debido a la violencia en nuestras comunidades.

Y pidámosle a María, la Madre del Amor Hermoso, que nos ayude a vivir virtuosamente y a trabajar por la justicia, mientras buscamos la renovación moral y espiritual de nuestra sociedad y de la comunidad amada de su Hijo. VN

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