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LOS CRISTIANOS Y LA DEFENSA DE LA VIDA

(Fotografía de victor alemán / vida-nueva.com).

Por DR. J. ANTONIO MEDINA

 Todos los cristianos de todas las denominaciones y especialmente los cristianos católicos somos pro-vida. Defender la vida humana está en las raíces de nuestra fe, porque Jesucristo Nuestro Señor murió y resucitó para que tuviéramos vida en abundancia. Por lo tanto el tema no es negociable. Sólo Dios es el dueño de la vida y nuestra fe en Jesucristo nos empuja a defender a los más débiles, especialmente los que corren el riesgo de perder lo más valioso que es la vida. Los cristianos católicos celebramos la Sagrada Eucaristía como la afirmación litúrgica (con signos y palabras) de que los seres humanos formamos una sola familia, de que somos el cuerpo de Cristo que ofrece vida y salvación a todo el mundo. La Sagrada Escritura desde sus primeros versos en el libro del Génesis a las últimas páginas del libro del Apocalipsis nos orientan en esta opción por la vida. Tenemos por lo tanto una base sólida en nuestra defensa. Sin embargo, los tiempos nuevos nos empujan a aterrizar estos principios teóricos en acciones directas en las que se note que nuestra fe está viva y es concreta.

En primer lugar tenemos que ver la defensa de la vida desde un horizonte más amplio que va desde la defensa de la vida del no nacido, pasando por la protección de la vida del pobre y desamparado, del inmigrante, del enfermo terminal, del condenado a muerte y todo esto bajo la sombrilla de la protección de nuestro ambiente, que es nuestra casa común. Nos sentimos llamados a luchar por una vida digna para todos los seres humanos. El Papa Francisco en su Carta encíclica “Laudato Si” nos ayuda a ver la interacción de la economía, ecología, antropología, en la auténtica defensa de la vida. La confesión en un Dios que es familia trinitaria nos invita a sentirnos familia con todos los seres humanos, especialmente los más débiles, frágiles, necesitados del soporte de la comunidad humana.

Estos principios teóricos tienen que tomar forma en tareas concretas. Un ejemplo es el modo como educamos sexualmente a las nuevas generaciones. El respeto a la vida del no nacido empieza con el respeto que el joven y la joven deben a su propio cuerpo. No basta con prohibir tener relaciones sexuales antes del matrimonio. Hay que educar, formar la conciencia de nuestros jóvenes sobre el respeto a su cuerpo, sobre las dinámicas de la sexualidad humana, para que aprendan a entenderse a sí mismos y su mundo interior; a ser dueños de su voluntad y de esa manera educar su conciencia para tomar decisiones basadas en su propio bien, y el bien de las personas que aman. Tenemos que apelar a que los seres humanos somos fundamentalmente buenos y que sólo hace falta formación en los valores auténticamente humanos para que las personas se orienten hacia el bien y la vida.

Otro ámbito que tenemos que trabajar es el de la violencia. La violencia institucionalizada y como forma de resolver nuestras diferencias de opiniones. El Señor Jesús nos enseñó que guardar rencor a un hermano ya es sembrar un conflicto que va a atentar contra la vida. Es tan fácil esgrimir la defensa personal para justificar el armamentismo de la sociedad. Sin duda que la sociedad tiene el derecho a defenderse de conductas que ponen en riesgo la paz social, y por eso hay policía y cárceles, pero relacionarnos con los demás basados en la desconfianza y en el miedo comprando armas sin control, contribuye a que se deje de valorar la vida humana.

Nos sorprende el número de muertos por la violencia pandilleril en Centroamérica y México, pero se nos olvida que buena parte de esa violencia fue generada en Estados Unidos debido al alto consumo de estupefacientes, la expulsión de pandilleros y el fácil acceso a armas de alto poder que tienen las pandillas. Pero además, la criminalidad ha ido en aumento en esta nación y en California. Y esto está íntimamente ligado al desprecio a la vida humana que se ha institucionalizado.

Una buena parte de este rencor acumulado en miles de jóvenes tiene como raíz la desintegración familiar. Miles de jóvenes en hogares de acogida se sienten despreciados por sus propios padres desde edades muy tempranas. Padres que por mil razones dejaron de hacerse cargo de sus hijos contribuyeron, quizás sin mala intención, a una gran población de personas con problemas emocionales, con dependencias a muy corta edad, con un sentimiento de vacío que los lleva a infravalorar la vida humana. ¿Qué hace la sociedad para promover la estabilidad familiar? ¿Qué hace la sociedad y la Iglesia para ayudar a las personas con problemas de conducta? Estas tareas son también parte de nuestra lucha por la vida.

Y por supuesto tenemos que enfrentar con argumentos las leyes tan permisivas que permiten el aborto prácticamente sin ningún límite. Como cristianos hemos optado por la vida y reconocemos que el feto aun en sus etapas iniciales, ya es una vida humana distinta a la de la madre.

Como se puede ver, el ámbito de la defensa de la vida humana es muy amplio y tenemos que educarnos para verdaderamente llevar un mensaje de esperanza y vida a todos los ámbitos de nuestra sociedad. Que nuestra Madre Santa María de Guadalupe, defensora de la vida, interceda por nosotros en esta misión que su Hijo nos encomienda. VN

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Dr. José Antonio Medina: jmedina@sbdiocese.org

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