LA FAMILIA ES UNA IGLESIA DOMÉSTICA

LA FAMILIA ES UNA IGLESIA DOMÉSTICA

Por DR. J. ANTONIO MEDINA 

Tantas cosas han pasado durante estas semanas que llevamos encerrados que no estoy seguro si podremos realmente volver a lo que era nuestra normalidad. Una nueva forma de normalidad va a emerger, ya nos somos los mismos, hay un antes y habrá un después del Covid-19.

Por ejemplo, estos días que nos hemos visto forzados a mirar la Misa en la televisión o en la computadora, hemos aprendido a descubrir que hay una presencia real de Cristo, aún en la realidad virtual de la pantalla. O el hecho de que el padre o la madre o el hermano mayor se convirtieron en el maestro de escuela, el catequista, y en el sacerdote (sacerdocio bautismal) que bendice en nombre de la Iglesia y trasmite la fe a los hijos e hijas. Incluso la enseñanza de la justicia y la caridad como componentes esenciales de la fe, los niños y niñas lo están aprendiendo del apoyo mutuo que la familia vive al compartir la comida, las despensas con otras familias más pobres, al acompañar a los mayores y cuidarlos con amor, al practicar la caridad, aunque no nos sobre nada. Y todo eso pasó y sigue pasando frente a nosotros. Y esto es la Iglesia, la Iglesia doméstica o la pequeña Iglesia como la llamaba San Agustín.

Esta Iglesia doméstica no es perfecta como no lo es ninguna institución formada por hombres y mujeres. Estas familias son imperfectas, y también el encierro nos mostró nuestras fragilidades, defectos, nuestro mal carácter, nuestra agresividad mal encauzada. El encierro sacó a la luz el “monstruito” que todos llevamos dentro. Pecados ocultos salieron a la luz, tensiones no resueltas aparecieron, relaciones disfuncionales se agudizaron, pero al final de cuentas con virtudes y defectos nos dimos cuenta, que somos familia, y que tenemos que salir adelante juntos.

Es muy importante aclarar que esta pequeña Iglesia no puede sostenerse sin la Iglesia grande, institución, comunidad de creyentes, bajo la guía de nuestros obispos y nuestro pastor universal el Papa Francisco. La comunidad de los bautizados, la comunidad de los que siguen a Jesús es la base fundamental de la pequeña Iglesia, sin la cual no sobrevive.

El mismo señor Jesús decía, cuando se le acercaron para informarle, “Maestro, afuera está tu madre y tus hermanos, a lo que Él contestó: El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Es decir, la familia necesita de la comunidad de los creyentes que forman la Iglesia santa, católica, apostólica, romana. La familia pequeña necesita de la familia grande que es la Iglesia.

La pequeña Iglesia, o Iglesia doméstica necesita de los sacramentos, de los ministros ordenados, de la comunidad, de la liturgia, de la belleza de las celebraciones comunitarias y del testimonio de los otros creyentes. Este tiempo nos enseñó que tenemos que encontrar el equilibrio entre la experiencia familiar y el aspecto comunitario, institucional de nuestra vida de fe.

El libro de los hechos de los Apóstoles y las Cartas neo-testamentarias nos muestran muchos ejemplos del sano equilibrio entre la autoridad de la pequeña comunidad familiar, la Iglesia de la ciudad bajo la dirección de un obispo y la comunión con el Papa que reside en Roma.

La familia claro que es una Iglesia pequeña con responsabilidades y derechos, con tareas a realizar, como es la educación en la fe de los niños, pero con derechos y responsabilidades también en la organización de la Iglesia local y en la Iglesia universal.

Cada familia es una Iglesia dentro de la Iglesia, que está bajo la guía del obispo local y de los obispos en comunión con el Santo Padre.

Estas semanas encerraditos hemos descubierto que nos hace mucha falta encontrar ese equilibrio entre Iglesia doméstica, Iglesia parroquial, Iglesia local e Iglesia universal. Todas estas formas de ser Iglesia son importantes y necesarias y el encierro nos ayudó a redescubrirlo.

María, madre de Jesús, madre de la Iglesia y madre nuestra 

En esas pequeñas Iglesias domésticas, -primero en la comunidad de los apóstoles y luego en las pequeñas comunidades que se fueron esparciendo por los puertos del Mar Mediterráneo- hubo una figura muy motivadora que ayudó a la expansión del cristianismo. Me refiero a la figura de María, la madre de Jesús.

Desde el nacimiento de la Iglesia, Ella realizó un papel muy importante, primeramente, como la primera seguidora de Jesús, como la compañera de los apóstoles en la oración cuando Jesús ya no estaba entre ellos, y luego como madre misionera, que caminó con los apóstoles facilitando una comprensión más cercana, humana, sencilla de la fe. María se convirtió así en la misionera por excelencia.

Hablar de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre era difícil de entender y explicar, pero con la ayuda de María, con la sencillez de María, lo incomprensible se volvió accesible. María es verdaderamente la madre de Dios, pues Ella dio a luz físicamente a nuestro Señor Jesucristo.

Esta misión de María la ubicó en un lugar muy especial en la vida de la comunidad. Desde entonces, y por más de veinte siglos, ella ha sido la compañera cercana de todos los misioneros, ha sido el sostén amoroso de aquellos que empiezan su caminar en la fe.

Los concilios de todos los tiempos, buscaron maneras de honrar a María por todos los beneficios que ella le había regalado a la Iglesia, especialmente su SÍ, a la vocación a la que Dios Padre la llamó. Por su SÍ para recibir al Espíritu Santo y llevar en su seno al autor de la vida.

 

Varios concilios universales desarrollaron unas expresiones de fe que se conocen como los dogmas marianos. En ellos reconocieron la grandeza de María en la obra de a redención y en la obra de la evangelización, pero nunca equipararon a María como igual o encima de la Santísima Trinidad, María es creatura y no se compara con su creador, aunque ella haya sido tan importante en toda la obra de la Encarnación del Verbo de Dios.

Es en este punto en el que todos tenemos que aceptar lo que la Iglesia enseña, María nos presenta a Jesús, María nos lleva a Jesús, María es garantía para conocer el verdadero rostro de su amado Hijo.

Todas las devociones marianas tienen este objetivo, acercarnos a Jesús, acercarnos a Dios. Estos días cuando nuestros obispos nos invitaron a dedicar la ciudad y el mundo a nuestro Madre del cielo, lo hicieron con esa misma intención, encomendarnos a Jesús por María, porque como Madre, ella entiende nuestros dolores y por lo que estamos pasando.

Ella entiende nuestros temores y angustias que la pandemia ha provocado, y nos ayudará de nueva cuenta a confiar en su Hijo muy amado, a acercarnos a su poder amoroso y a su infinita misericordia.

Todos nosotros amamos a María y este amor lo aprendimos en nuestros hogares, en las devociones familiares. Nuestro padre o madre dirigían el Santo Rosario en nuestra casa, siempre había un cuadro de la Virgen en la sala y en la recámara, y Ella nos acompañaba en nuestro sueño.

Yo hablo desde mi propia experiencia, mi padre me enseñó a rezar el Rosario y todos los domingos por la noche delante de una imagen de la Virgen lo rezábamos de rodillas. A veces protestando porque era la hora del programa de TV favorito, pero nadie faltaba, papá, mamá y hermanos unidos como familia en oración. Y puedo decirles que esas prácticas familiares fueron la base de mi fe y de mi vida dedicada a la Iglesia. Y estas devociones marianas nunca nos alejaron de Cristo, al contrario, fortalecieron nuestra fe. Entendimos en la práctica lo que significa a Jesús por María

En esta Iglesia nuestras madres desempeñan una función muy especial 

En la mayoría de las familias latinas la encargada de comunicar la fe es la madre, quizás por su deseo de ver a sus hijos felices y por la certeza de su fe que le dice que esto es posible solamente con la ayuda de Dios.

Este mes las celebramos a ellas, porque su vocación a la maternidad las vuelve sensibles, generosas, comprensivas, amables, sacrificadas. La mayoría de las madres desarrollan por algún motivo esas virtudes que las hacen a todas ellas dignas de amor, respeto, cariño.

Ningún ser humano es perfecto y todas las madres tienen algún defecto, pero todas ellas con sus límites reflejan a Dios. Dios es amor y todo lo que hace es por que nos ama. La encarnación de su Hijo nos muestra que el amor no puede quedar en su fuente, porque entonces no sería amor. El amor por sí mismo, como la bondad, se comparte, se abre a los otros, se extiende, se abre a la vida. Esto es lo que una madre representa, ella se abre a la vida, se vuelve portadora de vida. Se vuelve de alguna manera portadora del amor de Dios.

Algunos teólogos contemporáneos afirman que una mujer embarazada es como un sagrario, pues trae en su seno una imagen de Dios, pues todos los seres humanos somos imágenes de Dios.

Es muy triste la experiencia de los que no conocieron a su madre o que la perdieron siendo niños, pero todos los que hemos gozado de conocer y vivir al lado de nuestra madre, sabemos que lo que ella ha hecho por nosotros, es la mejor muestra del amor de Dios.

Les invito a que en estos días recuerden y valoren lo que su madre hizo por ustedes, y si es posible que se lo agradezcan. Ella no espera sus agradecimientos, pues todo lo hizo generosamente, pero a ustedes les viene bien expresarle que la aman y que a pesar de que no siempre la entienden, agradecen todo lo que hizo por ustedes.

No se les olvide decirle en estos días, aunque sea por teléfono:

¡Feliz día de las madres! VN

 

 

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