LA CARAVANA DE CENTROAMÉRICA: ‘EN TIEMPO DE DUDA LA CARIDAD ES LA RESPUESTA’

LA CARAVANA DE CENTROAMÉRICA: ‘EN TIEMPO DE DUDA LA CARIDAD ES LA RESPUESTA’

Por DR. J. ANTONIO MEDINA

 En algunos momentos de nuestra vida se nos pide que demos una respuesta de caridad y servicio que va más allá de las expectativas que tenemos de nosotros mismos. Hay ocasiones que nuestros principios religiosos nos piden una ruptura con lo que socialmente consideramos “lo normal”, “lo aceptable”. Aquí podemos situar nuestro tema, pues se le pide a la sociedad y a la Iglesia norteamericana que reciban a los participantes de esta caravana y se les ayude a salir de la situación de miseria y violencia que viven en sus países.

Desde el punto de vista legal reconocemos que cada país es soberano de limitar el acceso de personas dentro de sus fronteras. Pero por otra parte, el Derecho Internacional en tratados firmados por los Estados Unidos reconoce el derecho a toda persona a emigrar y pedir asilo cuando las condiciones en el país de origen son una amenaza para su vida, y la vida de su familia. Los cristianos reconocemos que Estados Unidos de América tiene el derecho de limitar el acceso y tiene el derecho de establecer los mecanismos legales para aceptar refugiados, pero es allí donde entra la perspectiva de fe, las enseñanzas de Jesús y la tradición de la Iglesia que nos retan a dar más, a ir más allá del estricto cumplimento de la ley.

La Iglesia y los cristianos debemos promover el respeto a la dignidad de todas las personas, sin importar su origen, color, religión, estatus social. Este principio brota de la certeza de que todos somos hijos e hijas de Dios y por lo tanto hermanos y hermanas. Pero además surge de la vida y el mensaje de Cristo que nos pide que no seamos indiferentes a las necesidades de nuestro prójimo, la hermosa parábola del buen samaritano ilustra de modo elocuente esta circunstancia que nos ha tocado vivir. Nadie puede decir no me importa lo que le pase a mi vecino, no me importa lo que le pasa a mi hermano, no me importa lo que le pase a estos hermanos centroamericanos. No podemos repetir las palabras de Caín que responde a Dios: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”.

Si profundizamos un poco más, nos daremos cuenta que estos son los hechos en donde debe ponerse en práctica nuestra opción por el Reino de Dios, nuestra opción por los valores que le dan su identidad a los cristianos y que no son negociables: la justicia, el amor, la paz, la fraternidad, la defensa de la vida. Estos valores no van a cambiar nunca y no se identifican con ningún partido político o sistema económico, son valores que humanizan, que elevan al que los vive, que muestran cuando los vivimos lo mejor de nosotros mismos, que afirman que Dios está en nosotros y con nosotros. La ausencia de estos valores en la sociedad y en la Iglesia nos corrompe, destruye el corazón de la sociedad, pues cuando están ausentes, el interés económico y el autoritarismo se enquistan en las relaciones humanas y las destruyen. Una sociedad insolidaria no puede sobrevivir, pues nos necesitamos los unos a los otros.

Ciertamente hay causas históricas que han llevado a esta tragedia humanitaria, hay culpables en los propios países afectados y hay una estructura de injusticia en las propias naciones y en las relaciones internacionales. Todas estas estructuras deben evaluarse para que no siga este círculo de empobrecimiento y de muerte. Pero por ahora hay una emergencia de miles de hermanos nuestros que están llegando a nuestras fronteras con lo único que tienen: su fe y sus ganas de ganarse la vida honradamente.

¿Cómo vamos a responderles?

Yo creo que sí es importante cambiar el discurso político para evitar que la vida de estas personas se utilice como arma política para destruir al oponente. Los cristianos apoyamos la entrada regulada y legal a este país de la peregrinación en razón de principios éticos, no para atacar ni a un partido ni al otro.

Apoyamos que México, Estados Unidos y Canadá se unan para confrontar las políticas económicas, sociales y de justicia que generan la situación de muerte en el triángulo norte de Centroamérica. Los tres países deben establecer los mecanismos legales que contribuyan a la pacificación de Centroamérica.

La Conferencia de Obispos de Estados Unidos y los Obispos de las zonas fronterizas deben establecer los canales de ayuda humanitaria movilizando a todos los católicos para que estas personas al entrar en Estados Unidos se establezcan en zonas donde sus paisanos y familiares puedan ayudarlos a adaptarse a este país. La Caravana es sólo un símbolo, miles de familias centroamericanas ya llegaron a las ciudades fronterizas y muchas de ellas ya han sido procesadas para entrar al país. Muchas personas están en centros de inmigración pero muchas otras están en proceso de transición  para buscar un lugar de residencia en este país. Todos ellos necesitan ayuda y la única institución nacional organizada dispuesta a servir, que es la Iglesia Católica. Además, miles de personas encerradas en centros de inmigración necesitan la ayuda emocional y espiritual mientras les llega el tiempo de su cita delante de un juez que determinará su situación migratoria. La pastoral en estos centros de detención debe fortalecerse con un mayor número de voluntarios laicos entrenados para este ministerio, pero también con más ministros ordenados. La realidad actual así lo amerita.

Nuestra solidaridad debe llegar a los miles de personas deportadas o que no han sido admitidas y que se quedan en las ciudades fronterizas en lado mexicano. Los centros de refugio para inmigrantes están ya saturados y las personas no tienen ni comida ni lugares para pasar la noche. Muchas personas hacen este servicio de manera individual, pero la solidaridad institucional aún no se ve con ayuda económica, material y con recursos humanos.

Este tema es muy complejo y no debemos caer como cristianos en controversias a favor o en contra de ayudar a estas personas. En tiempo de duda la caridad es la respuesta. Unámonos como cristianos y mostremos que somos capaces de una vida ética muy elevada en virtud de nuestro seguimiento de Jesús y de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en nosotros. VN

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