EN ESTE TIEMPO DE MISIÓN

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

El 10 de mayo, el Arzobispo Gomez recibió un doctorado honorario de letras cristianas de la Universidad Franciscana de Steubenville, Ohio. La Universidad honró al Arzobispo “por su fidelidad a la Iglesia Católica, por ser la voz de los católicos hispanos en los Estados Unidos, y por anunciar el Evangelio de Cristo a todos”. El Arzobispo Gomez celebró la Misa de Graduación para los casi 700 graduandos de la clase de 2013. Lo que sigue es una adaptación de su homilía sobre las lecturas de Hechos 18, 9-18 y Juan 16, 16-20.

Como los primeros apóstoles en Jerusalén, vivimos en tiempos “intermedios”, entre la Ascensión de Jesús y su segunda venida. En este tiempo, vivimos confiados en la hermosa promesa de Jesús:

Cuando los vuelva a ver, su corazón se llenará de alegría.

Su Ascensión inicia el tiempo de misión, el tiempo del Espíritu Santo. Este es nuestro tiempo. Su Ascensión es nuestra misión. Jesús ha dado a su Iglesia – a cada uno de nosotros – la tarea de completar su misión.

Estamos llamados a ser sus testigos en el mundo. Estamos llamados a decir a nuestro prójimo –“Jesús ha venido. Él está vivo. El Hijo de Dios se ha convertido en Hijo del Hombre. ¡Y ha venido a mostrarnos el camino al Padre!”

Así como San Pablo y los primeros apóstoles, nosotros también estamos llamados a proclamar esta buena nueva en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. Como lo hizo San Pablo, tenemos que enseñar la Palabra de Dios. Y como sabemos, la mejor manera de enseñar es a través del testimonio de nuestra propia vida.

No todos en nuestro mundo quieren escuchar esta Palabra. La proclamación de Jesucristo puede causar violencia o persecución. Esto pasaba en la época de los apóstoles y sigue pasando todavía en nuestros días.

Es por eso que en todas las Misas deberíamos dar gracias por todos los mártires – conocidos y desconocidos – que entregaron sus vidas para mantener viva la fe cristiana en momentos de oscuridad y sin fe. Debido a su testimonio y su valor, esta hermosa fe, la verdad del Dios vivo, ha sido transmitida a nosotros.

En cada Eucaristía, también deberíamos recordar a los cristianos de todo el mundo que hoy están sufriendo y muriendo por Jesús.

La persecución viene en muchas formas. La Iglesia en nuestro país conoce la persecución “suave” de parte de aquellos que nos niegan el derecho de vivir nuestra fe en libertad. Cada vez más, somos presionados a comprometer o abandonar nuestras creencias como “precio” para vivir en la sociedad moderna de los Estados Unidos.

Hay una frase en los Hechos de los Apóstoles que parece casi una profecía de los tiempos que estamos viviendo. Se hace una acusación contra San Pablo: Este hombre anda convenciendo a la gente que adore a Dios, de una manera que nuestra Ley prohíbe.

La fe verdadera y la vivencia del cristianismo, son un desafío a todos los falsos ídolos de nuestra sociedad: los ídolos de la carne y el consumismo; los ídolos del mercado, del individualismo y del nacionalismo. Por eso, no es extraño que esas fuerzas poderosas quieran mantener la Iglesia fuera de la plaza pública.

Vivimos ahora en una sociedad altamente secularizada. Como Iglesia, no creo que en verdad hayamos aceptado esa realidad todavía. Pero es la verdad. Nuestra sociedad cree que ya no tiene necesidad de Dios. Esto no es una crítica, sino que es simplemente un hecho. Y apelar a la fe de los padres fundadores de los Estados Unidos o hablar sobre todas las maneras en que las caridades de la Iglesia y las escuelas contribuyen al bien común no nos va a solucionar nada. En nuestra sociedad, ya estamos más allá de eso.

Estados Unidos es como Corinto en tiempos de San Pablo – somos una sociedad que una vez más vive como si Dios no existiera, o como si su existencia no hiciera ninguna diferencia. En esta clase de sociedad, el culto a Dios – la vivencia de nuestra fe – va a ser cada vez más prohibida por la ley.

Este es un gran desafío para la Iglesia – y para cada uno de nosotros como cristianos. Tendremos que salir al mundo para encontrar nuevas maneras de entrar en diálogo con esta cultura. Vamos a tener que encontrar nuevas maneras de proclamar a Cristo y vivir como cristianos en esta cultura. De esto se trata la nueva evangelización.

La buena nueva es que no lo tenemos que hacer solos. Vamos con Jesús. Vamos con Dios. Las palabras que Jesús le dice a San Pablo, también se aplican a nosotros:

No tengas miedo,
sigue hablando y no calles.
Yo estoy contigo.

Nuestra misión es la de seguir su misión. Para redimir esa pequeña parte del mundo en la que vivimos: nuestros hogares, el lugar donde trabajamos, nuestros vecindarios. Para santificar la realidad. Para construir un mundo de amor, para construir la familia de Dios. Y lo podemos hacer ayudando a que nuestros seres queridos y a las personas con las que nos encontramos todos los días puedan encontrar a Dios.

Tenemos que orar unos por otros. Tenemos que pedir la gracia y la fuerza de llevar la luz de Cristo a los rincones más oscuros de cada corazón humano, a los rincones más oscuros de nuestro mundo de hoy.

Y que nuestra Santísima Madre María, Nuestra Señora de los Ángeles y Reina del Cielo, nos ayude a vivir siempre como apóstoles de Jesús. Que ella nos ayude a avanzar en fe, para ser testigos de Jesús, sirviendo a nuestros hermanos y hermanas en amor, esperando con gozo hasta que Él vuelva en su gloria.

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