EL MUNDO TAL Y COMO DEBERÍA SER

EL MUNDO TAL Y COMO DEBERÍA SER

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ
Arzobispo de Los Ángeles

27 de mayo de 2016

Nota del editor: El Arzobispo Gómez escribió el prólogo de la 4ª edición de “Católicos en las plazas públicas”, del Obispo Thomas J. Olmsted, de Phoenix. A la luz de la Elección Primaria Presidencial de California del 7 de junio, la columna del Arzobispo de esta semana y de la próxima se adaptará a partir de su nuevo prólogo, en donde comenta sus reflexiones acerca de los deberes y las exigencias de la doctrina social católica.

La doctrina social católica nos ofrece una visión de cómo podría ser el mundo y de cómo debe ser; una visión del mundo tal y como Dios deseó que fuera al crearlo.

El Evangelio de Jesucristo es la doctrina más radical en la historia de las ideas. Si el mundo creyera lo que Jesús proclamó -que Dios es nuestro Padre y que todos nosotros somos hermanos y hermanas creados a su imagen, con una dignidad dada por Dios y con un destino trascendente- toda sociedad podría transformarse de la noche a la mañana.

Por supuesto, lo que siempre se interpone en el camino del hermoso plan de Dios para la creación es el pecado y la debilidad del ser humano.

Todas las manifestaciones de la injusticia social tienen su origen en el corazón de los individuos. Las sociedades no son las que pecan, es la gente la que lo hace. De modo que para los católicos, la reforma social significa algo más que elevar la conciencia, algo más que ampliar las oportunidades y crear nuevos programas. Esas cosas son necesarias, pero la verdadera justicia y la paz duradera requieren la conversión del corazón y la renovación de la mente.

La perspectiva católica es espiritual, no política. Los católicos pertenecen, ante todo, a la “ciudad de Dios”. Sin embargo, tenemos el deber de construir la “ciudad del hombre”, para corregir las injusticias y para buscar un mundo que refleje los deseos de Dios para sus hijos, es decir, lo que Jesús designaba como el Reino de Dios y que los apóstoles llamaron los cielos nuevos y la tierra nueva.

La Iglesia no elabora proyectos de ley ni propone soluciones técnicas a los problemas sociales. Más bien, estructura los principios universales que tienen sus raíces en las leyes de la naturaleza y que reflejan la sabiduría que la Iglesia universal ha ganado durante más de 2,000 años de estar al servicio de la gente en muchas naciones diferentes, en muchas realidades culturales, en muchos sistemas de gobierno y en muchos sistemas económicos.

El motivo y medida de todo lo que hacemos es nuestra preocupación por promover el florecimiento de la persona humana. Nuestros principios nos llevan a trabajar por la justicia y por el bien común, a proteger a los vulnerables y levantar a los débiles, a promover la libertad y la dignidad humana y a preferir remedios que sean personales, locales y en pequeña escala; principio que la Iglesia llama “subsidiariedad”.

En los Estados Unidos del siglo 21, la Iglesia se enfrenta a una sociedad altamente secularizada y étnicamente diversificada, modelada por las fuerzas económicas de la globalización, por una mentalidad tecnocrática y por un estilo de vida consumista. Esta es la “época de lo individual”. Nuestra sociedad está centrada en el ser individual, con un énfasis frecuentemente exagerado en los derechos ilimitados del individuo y en su libertad de autodefinición y auto-invención. La felicidad y el sentido de la vida estadounidense se definen, cada vez más, de acuerdo a las preocupaciones individualistas de lograr el placer material y la comodidad.

Vemos muchos indicios de que, como pueblo, nos estamos volviendo más alejados de nuestras comunidades y de los deberes de nuestra vida en común. Con una frecuencia cada vez mayor, parecemos menos capaces de sentir empatía hacia aquellos que no conocemos. El Papa Francisco habla de la “globalización de la indiferencia” ante el sufrimiento y la crueldad en el mundo. Y está en lo cierto.

En Estados Unidos y en el extranjero, la gente de nuestra sociedad globalizada parece tolerar una cantidad cada vez mayor de injusticias e indignidades.

Por nombrar sólo algunas, podemos mencionar el aborto generalizado; la eutanasia “discreta” de los ancianos y enfermos; las políticas de control de la natalidad dirigidos a los pobres y “discapacitados”; la discriminación racial; la creciente brecha entre ricos y pobres; la contaminación del medio ambiente, especialmente en las comunidades pobres y de minorías; la pornografía y la adicción a las drogas; la pena de muerte y las escandalosas condiciones en que están nuestras cárceles; la erosión de la libertad religiosa; el inadecuado sistema de inmigración que separa a las familias y deja una subclase permanente que vive a las sombras de nuestra prosperidad.

La doctrina social de la Iglesia “interpela” a todas estas cuestiones. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia es un recurso esencial, que consta de casi 500 páginas. Pero ante tantas injusticias diarias que claman al cielo, podemos sentir la tentación de dividir en sectores nuestra compasión, de establecer líneas de división para determinar por quién y por qué nos hemos de preocupar.

Ya durante varias décadas hemos aceptado una “línea divisoria” básica dentro del testimonio social de la Iglesia; entre los que se describen a sí mismos como católicos “pro-vida” y los que se consideran católicos “que buscan la paz y la justicia”. Se trata de una división falsa, que es un escándalo para Cristo y para el testimonio fiel de la Iglesia dentro de la sociedad.

Pero Dios no ve el mundo a través de las limitaciones de nuestras categorías políticas de “izquierda” y “derecha”, “liberales” y “conservadoras”.

Él es nuestro Padre y en nosotros no ve más que hijos suyos. Cuando uno de los hijos de Dios está sufriendo injusticia, él apela al resto de nosotros para que le proporcionemos amor y compasión y para que “arreglemos las cosas”. Nuestra preocupación por la dignidad humana y por la vida nunca puede ser parcial o a medias. ¿Cómo podemos justificar la defensa de la dignidad de unos y no de otros?, ¿o la protección de la creación de Dios, cuando a la vez descuidamos a algunas de sus criaturas más vulnerables?

Oremos unos por otros de esta semana, oremos por nuestro estado y por nuestro país.

Y pidámosle a nuestra Santa Madre María que nos ayude a todos a trabajar juntos para vivir nuestra fe y para hacer, de la visión de la enseñanza social católica, una realidad de nuestro tiempo. VN

La próxima semana: Hacer frente a las injusticias fundamentales y a la violencia en nuestra sociedad.

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El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, ‘Inmigración y el futuro de Estados Unidos de América’, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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