CARTA PASTORAL DEL CARDENAL ROGELIO MAHONY.- A los Obispos, Sacerdotes, Diáconos, Religiosos, Religiosas y Líderes laicales de la Arquidiócesis

Lo mismo que en otras Arquidiócesis y Diócesis de los Estados Unidos así como en diversos lugares, también en la Arquidiócesis de Los Angeles nos encontramos con menos sacerdotes, religiosos y religiosas disponibles para servir al creciente número de personas católicas. Desde este punto de vista nos estamos enfrentando con una situación de crisis. Sin embargo, el decreciente número de vocaciones sacerdotales y religiosas nos ha llevado a una más profunda toma de conciencia de la variedad inmensa de dones, ministerios y oficios que se encuentran en la naturaleza misma de la Iglesia. Todas las personas bautizadas están llamadas a participar en la misión común de proclamar y servir el Reino de Dios que llega. Algunas son llamadas a ejercer liderazgos en la Iglesia.

De acuerdo con la visión sobre la Iglesia y el ministerio expresada en la Carta Pastoral sobre el Ministerio, Hagan lo mismo que Yo hice con ustedes, así como en Nos Reunió y Nos Envía, nuestros Documentos del Sínodo Arquidiocesano, nuestra Iglesia Local debe ahora encontrar nuevos caminos para responder a las necesidades pastorales de la feligresía de esta Arquidiócesis.

En la conclusión de nuestro Sínodo en septiembre de 2003, nos comprometimos como Iglesia Local con seis Opciones Pastorales. La segunda de ellas es la relacionada con las Estructuras de Participación y Responsabilidad. En el corazón de esta Opción Pastoral afirmamos que si queremos hoy ser fieles a la misión de Cristo, “las estructuras de la vida de la iglesia y su gobierno, tienen que ser renovadas, y se han de establecer nuevas estructuras…”

En el momento presente experimentamos el llamado al discernimiento de nuevas formas de liderazgo parroquial, así como el ejercicio de un ministerio mucho más participado en el cual, personas laicas, religiosos y religiosas tanto como quienes ejercen un ministerio diaconal, sacerdotal o episcopal, busquen la edificación del Cuerpo de Cristo a través del carisma de liderazgo. Bajo la dirección del Señor Obispo Gerald Wilkerson un Comité de Trabajo ha estado trabajando arduamente para asegurar el abastecimiento a nuestras parroquias de buen liderazgo ejercido por personas laicas competentes, así como por religiosos y religiosas que posean el carisma de servir como Directores de la Vida Parroquial, esto es, quienes son responsables del bien de la parroquia en la ausencia de un sacerdote que sea pastor residente. Estoy profundamente agradecido con el Señor Obispo Wilkerson, tanto como con los miembros del Equipo de Trabajo: Monseñor Craig Cox, Monseñor Timothy Dyer, Diácono David Estrada, Padre León Hutton, Monseñor James Loughnane, Hermana Edith Prendergast, RSC, Hermana Carol Quinlivan, CSJ, Hermana Susan Slater, SHCJ, Monseñor Lloyd Torgerson, y con el Señor Obispo Gabino Zavala.

Por medio de una serie de talleres ofrecidos en toda la Arquidiócesis, el Equipo de Trabajo en colaboración con el Señor Obispo Gerald Barnes y personas claves de la Diócesis de San Bernardino, se ha esbozado una idea general de esta forma de liderazgo parroquial, las razones de su aparición, las promesas que conlleva, así como algunas implicaciones prácticas del hecho de moverse en esta dirección.

Los fundamentos teológicos y eclesiológicos para esta forma de liderazgo laical están articulados en la Declaración Pastoral, Como Quien Sirve, que acompaña la presente carta. Es de una crucial importancia que todos en esta Arquidiócesis se familiaricen, no solamente con Nos Reunió y Nos Envía y con Hagan lo mismo que Yo hice con ustedes sino también con Como Quien Sirve. Estos tres documentos en conjunto proveen una descripción de la visión de la Iglesia, misión y ministerio que ya guía y continuará guiando, la vida de nuestra Iglesia Local.

Algunas de nuestras parroquias en la Arquidiócesis están siendo guiadas en el momento presente por personas laicas competentes. Sin embargo, comenzando el 1º de julio de 2006, su número con mucha probabilidad se verá considerablemente aumentado. Apoyo de todo corazón los esfuerzos del Equipo de Trabajo por identificar aquellas parroquias que recibirán los servicios ministeriales a través de un Director de la Vida Parroquial. Más aún, estoy personalmente comprometido en la implementación de esta forma de liderazgo parroquial, que no sustituye ni es una solución temporal a la disminución del número de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Hay dos observaciones importantes que deben hacerse aquí. La primera, es que una parroquia atendida por un Director de la Vida Parroquial podría después ser servida una vez más por un sacerdote pastor residente. Segunda, una parroquia bajo la conducción de un Director de la Vida Parroquial no se propone como el modelo para el ministerio actual o en el futuro, más es una respuesta para salir al encuentro de las necesidades presentes de nuestra Iglesia Local, es una expresión válida e inapreciable del liderazgo Eclesial para el cual existen provisiones en el Derecho Canónico.

El Equipo de Trabajo estará muy pronto identificando las personas que han sido bendecidas con este carisma, así como con las cualidades necesarias para el ejercicio de este ministerio.

Prometo mi dedicación y mi apoyo al entrenamiento y la formación de las personas que ejercerán el liderazgo en la Dirección de la Vida Parroquial, así como a la exitosa implementación de esta clase de liderazgo, de tal manera que las necesidades pastorales de la feligresía de esta Arquidiócesis puedan ser atendidas competentemente por quienes ejercen el ministerio por Cristo y por la Iglesia.

Caminamos hacia adelante con vigor y gozo, confiando en la promesa del Señor de permanecer con nosotros hasta el fin de los tiempos. Únanse a mí brindando su apoyo cordial a esta iniciativa de tal manera que podamos ser instrumentos más efectivos del Reino de Dios en nuestro propio tiempo y lugar.

Asegurándoles mi oración y mis mejores deseos, quedo de ustedes seguro servidor en Cristo. VN

Su Eminencia

Cardenal Rogelio Mahony

Arzobispo de Los Angeles

COMO QUIEN SIRVE

Declaración Pastoral sobre el Liderazgo Parroquial

Su Eminencia

Cardenal Rogelio Mahony

Arzobispo de Los Angeles

4 de septiembre de 2005

FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ANGELES

En su acalorada discusión sobre quién era más importante, los apóstoles fueron instruidos por Jesús quien les dijo que el liderazgo debe ejercerse sirviendo, añadió: “Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lc. 22: 27).

El liderazgo en la Iglesia es una respuesta al regalo de Dios y a su divina benevolencia. “Carisma” es un regalo que se entrega y se recibe para el bien del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Dentro de los muchos carismas se encuentra el de liderazgo, que es proporcionado por el Espíritu Santo para el servicio de la vida común del Cuerpo, para su misión y para su futuro. ¿Qué es el carisma de liderazgo? En el corazón del carisma de liderazgo se encuentra la visión. Se nos recuerda en el libro de los Proverbios: “Cuando no hay visiones el pueblo se relaja” (29: 18). Quienes ejercen el liderazgo deben capacitarse para sostener y realizar una visión, invitando a otras personas a vivir con, en, desde y por esa visión. Para la Iglesia, nuestra visión está modelada por la palabra y por la acción, el sentido y el mensaje de Cristo Jesús.

El punto central de cualquier visión Cristiana debe ser el Reino de Dios que a su vez está en el corazón de la palabra, del trabajo, del sentido y del mensaje de Jesús. En la predicación y en la profecía de Jesús, la santidad, la verdad, la justicia, el amor y la paz prevalecerán en el Reino de Dios. En nuestro propio tiempo y lugar, nosotros llegamos a ser heraldos del Reino de Dios cuando trabajamos aquí y ahora por salvaguardar y promover la dignidad de la persona humana, así como los derechos de los trabajadores, la persona en sus relaciones y la comunidad optando por los pobres, construyendo la solidaridad entre las personas, las naciones, las razas y clases sociales así como cuidando de toda la creación. A esto debe añadirse un constante compromiso por el perdón como base fundamental de un nuevo orden en el mundo, como la tierra de cultivo para que el Reino de Dios florezca en santidad, verdad, justicia, amor y paz. Esta es la misión de Jesús, la misión de la Iglesia. Como ya lo afirmamos en el Sínodo Arquidiocesano, todos los bautizados están llamados a participar en esta misión. “La participación en la misión de la Iglesia está enraizada en el Bautismo, reforzada en la Confirmación y alimentada mediante la celebración constante de la Eucaristía. Todas las personas reciben los dones del Espíritu que les llama a edificar la Iglesia y promover el Reino de Dios” (Nos Reunió y Nos Envía: Documentos del Sínodo de la Arquidiócesis de Los Ángeles, p. 24).

QUIENES SIRVEN

El carisma de liderazgo en la comunidad Cristiana es reconocido en las personas capacitadas para dilucidar todos los contornos de la visión del Reino de Dios a la luz de las cambiantes circunstancias bajo las cuales vivimos.

San Pablo mismo nos sirve de ejemplo al mirar en él a alguien que da forma a la visión considerando las necesidades de las diversas comunidades que viven en circunstancias diversas. A Pablo le cuesta trabajo el llegar a explicar en términos sencillos su entendimiento de la nueva comunidad favorecida por el don del amor fiel de Dios recibido a través de Cristo, así como del amor del Espíritu que vive en nosotros. Poco a poco, Pablo da forma a una visión aprovechando las circunstancias del momento que se le presenta y no de una sola vez. Al dirigirse a la Iglesia de Corinto, su visión es la de una nueva comunidad que él compara con el cuerpo humano. Ninguna parte o miembro es menos esencial que las otras. Por el contrario quienes son las menos importantes, o más débiles, o más vulnerables son a quienes se les debe dar un cuidado y atención especiales de tal modo que el cuerpo pueda florecer. En tal visión, los miembros de la nueva comunidad se relacionarán de una manera diferente entre sí y con la comunidad humana como tal por el nuevo sentido de santidad anclado en el discipulado de Cristo Jesús, más que por una adherencia estricta a la Ley.

En esta nueva comunidad, la santidad no es sólo patrimonio de algunos pocos, no está relegada a quienes son ritualmente puros, o a quienes se piensa que han sido escogidos para realizar actividades religiosas específicas. La Santidad se encuentra en el hecho de vivir plenamente aquellas virtudes que son el sello característico de la nueva comunidad: Fe, Esperanza y Amor. Ningún aspecto de la vida humana y del vivir en sí queda excluido del interés de las personas bautizadas, quienes buscan identificarse y conformarse con la persona de Cristo, centro de la santidad Cristiana. Pablo ayuda a otros a ver lo que él mismo ha llegado a ver para que también se dejen inspirar por la visión y la transmitan a su vez a las generaciones futuras, poniendo cada cual sus propios dones al servicio de esta forma de entender la nueva comunidad, el Cuerpo de Cristo.

Dadas las tan diversas circunstancias vividas por las primeras iglesias Cristianas, en Éfeso Pablo pone el énfasis en Cristo como Cabeza, así lo hace también con los Colosenses. En la iglesia de Filipos, sin embargo, su énfasis lo pone en la autodonación de Jesucristo como ejemplo para la vida Cristiana. Si hubiera una manera única de ver la nueva Comunidad Cristiana en los escritos de San Pablo, esta visión hubiera surgido del esfuerzo de San Pablo por responder a las necesidades de una comunidad concreta.

REGALOS QUE BROTAN

Vivimos en medio de enormes cambios en el mundo y en la Iglesia. Nuestra situación en la Arquidiócesis es de muchas maneras muy diferente de la que se daba cuando llegué a la Arquidiócesis como Arzobispo hace veinte años.

Al contemplar a hombres y mujeres que sin haber sido ordenados ni haber profesado votos religiosos han continuado poniendo sus dones personales al servicio directo de la Iglesia, hemos crecido en la toma de conciencia de que son bastantes quienes han recibido una porción del don del liderazgo. Reconocemos que han recibido un carisma para dirigir la comunidad Cristiana, respondiendo a las necesidades de la Iglesia y del mundo en el momento presente.

Al asumir las personas laicas posiciones de liderazgo en la parroquia, quizá nada sea más importante que cultivar, nutrir y sostener la colaboración entre los sacerdotes, los diáconos, hermanos y hermanas en Votos Religiosos y con quienes ejercen en la vida laica otros liderazgos.

Esta colaboración es más entusiastamente asegurada conforme cada cual tiene un sentido claro de lo distintivo y particular de su vocación, reconociendo la importancia que tiene el hecho de reconocer los diferentes regalos personales y ponerlos al servicio de la misión común de la Iglesia.

En la Carta Pastoral sobre el Ministerio, Hagan lo mismo que Yo hice con ustedes Yo, junto con los sacerdotes de la Arquidiócesis, proporcioné una descripción del ministerio específico del obispo, del sacerdote y del diácono dentro del contexto de una comprensión más amplia del ministerio.

Los carismas característicos de las variadas comunidades religiosas de hombres y mujeres en la Arquidiócesis, que han enriquecido la vida de nuestra Iglesia Local por generaciones en ministerios de educación, del cuidado de la salud, de servicio social y otros liderazgos, han recibido una singular y mayor atención desde que el Concilio Vaticano II les ha llamado a vivir en una más profunda apreciación del carisma de su Fundador o Fundadora.

Al asumir las personas laicas nuevos ministerios en la vida de la Iglesia, asumiendo asimismo algunas de ellas posiciones de liderazgo en la vida parroquial, es tiempo de clarificar los contornos distintivos del carisma del liderazgo laical en la Iglesia.

DEL MUNDO POR LA VIDA DEL MUNDO

En la Exhortación Apostólica Christifideles Laici, el bautismo es el fundamento para la participación de todas las personas en la vida Eclesial –sean personas laicas, religiosos y religiosas u ordenados– es también fundamento para la participación en la misión de Cristo (Juan Pablo II Christifideles Laici: Exhortación Apostólica Post-Sinodal sobre la Vocación y la Misión de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo. Diciembre 30, 1988, no. 15. En adelante citada como CL). Juan Pablo II mira la tarea particular de las personas laicas dentro de la realización de la misión de Cristo, enfatizando que el carácter distintivo de la vida laica es el ser signo del Reino de Dios en el mundo (CL, no. 23 citando a Pablo VI Evangelii Nuntiandi, 70. AAS 68 [1976] 60). Él entiende el estado laical no solamente en términos humanos o sociológicos sino como una realidad teológica y eclesiológica. Es una realidad positiva y no deberá ser entendida en términos negativos como “sin-ordenación” en contraste con quienes son “ordenados” (CL, no. 9). Es la feligresía laica quien, en su búsqueda del Reino de Dios al estar cada día envuelta en los asuntos ordinarios y al ordenarlos de acuerdo al plan de Dios, es la presencia del Reino de Dios en el mundo (CL, no. 15).

Pero como en el tiempo de San Pablo, nuestro entendimiento del Reino de Dios y todo lo que implica vivir por dicho Reino, debe ser formulado de nuevo a la luz de las cambiantes circunstancias y en vista de las variables percepciones de las diferentes culturas y diversas comunidades.

Uno de estos cambios se refiere a la toma de conciencia sobre el hecho de que la división entre la Iglesia y el mundo, no es tan clara y nítida como una vez lo pensamos. El Concilio Vaticano Segundo nos trajo una más profunda convicción de que la Iglesia es un sacramento no solamente para el mundo sino en el mundo.

En la encíclica Redemptoris Missio Juan Pablo II, con su mirada puesta en el Reino de Dios, articula la misión que Cristo confió a su Iglesia iluminándola con una “visión general de la raza humana” manteniendo que “esta misión está todavía en sus estadios iniciales y que nosotros debemos comprometernos de todo corazón a su servicio” (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 1. Encíclica sobre la Permanente Validez del Mandato Misionero de la Iglesia. Diciembre 7, 1990. En adelante citada como RM).

Él mira a un mundo cambiado y cambiante. Es aquí y ahora que la Buena Nueva del Reino de Dios necesita echar raíz. Las culturas en su enorme multiplicidad son al mismo tiempo desafiadas y enriquecidas por el Evangelio. De vital importancia es su manejo de “los equivalentes modernos del Areópago” (RM, no. 37).

El Areópago en Atenas representaba el centro cultural del diálogo y del intercambio de ideas (Cf. Hechos 17: 22-31). El Papa Juan Pablo II emplea el Areópago como un símbolo de los nuevos “lugares” en los que la Buena Nueva debe ser proclamada, y a los que la misión de Cristo necesita ser dirigida (RM, no. 37). De estos variados “lugares,” Juan Pablo subraya el mundo de las comunicaciones, de la cultura, de la investigación científica y de las relaciones internacionales que promueven el diálogo y abren nuevas posibilidades. Las soluciones a los problemas críticos del mundo deben ser estudiadas, discutidas y trabajadas precisamente en estos y otros “lugares”, problemas y preocupaciones como: la urbanización; las personas pobres; la juventud; la migración de las personas no-Cristianas a países tradicionalmente Cristianos; la paz y la justicia; el desarrollo y la liberación de diferentes pueblos; los derechos individuales y de los pueblos, especialmente de las minorías; el desarrollo y mejoría de las mujeres y de la niñez; la protección del mundo creado (RM, no. 37). Juan Pablo también da mucha importancia a la búsqueda desesperada de sentido, la necesidad de vida interior, y el deseo de aprender nuevas formas y métodos de meditación y oración. (RM, no. 37). La misión es retomar estas y las demás preocupaciones urgentes precisamente aquí, en estos nuevos “lugares” del mundo en que vivimos, llevando el Evangelio de Cristo a ser proclamando aún y especialmente allí. Al hacerlo de esta manera la comunidad Cristiana está al servicio de “la promoción de la libertad humana al proclamar a Jesucristo” (RM, no. 39).

En todos estos “lugares mundanos” el Reino de Dios está llegando a construirse. Y aquí es precisamente donde las personas laicas, particularmente quienes ejercen el liderazgo, tienen una tarea crucial. Más ¿Qué sucede con la Parroquia? ¿Qué es lo que las personas laicas en funciones de liderazgo ofrecen a la comunidad parroquial?

La Parroquia también es un “lugar” una parte importante de nuestro mundo.

Como el Areópago en la antigüedad, la parroquia es el centro del encuentro y del intercambio. Más aquí el encuentro es con Dios en Cristo a través del don del Espíritu dado a nosotros en la Palabra y el Sacramento. El intercambio se basa en una economía del don, en la que toda la comunidad parroquial se da cuenta del don que se les ha entregado por el Amor de Dios al enviar al Hijo y en el derramamiento del Espíritu en nuestros corazones. Quienes son líderes laicales en las parroquias se encuentran entre dos lugares: 1) el lugar que es la parroquia misma y 2) todos aquellos lugares mundanos de los “nuevos Areópagos” en donde la Cristiandad está comprometida en la lucha por la justicia, en el promover la solidaridad, sosteniendo las esperanzas y aspiraciones de la juventud, y usando los siempre crecientes mundos de las comunicaciones para el bien del Evangelio de Cristo.

Quienes ejercen liderazgos laicales llevan la vida del mundo y sus más nobles preocupaciones al corazón de la parroquia y, a cambio dirigen las corrientes vitales de dicha entidad – con la fuerza y apoyo producidos por la celebración de la Palabra y los Sacramentos – para que el mundo sea cada vez más empapado por la santidad, por la verdad, la justicia, el amor y la paz.

Es desde la posición de quienes se encuentran en el mundo, en estos “lugares” mundanos y poniendo atención a “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los pueblos de nuestro tiempo” (Gaudium et Spes, no. 1), que el liderazgo laical, debe dar forma a la visión del Reino de Dios, invitando a la comunidad parroquial a vivir desde y por esta visión de un mundo transformado por la santidad, la verdad, la justicia, el amor y la paz.

El liderazgo laical, sobre todo el de la parroquia, no es un ministerio que deba entenderse como una entidad que existe para llenar vacíos, haciendo lo que parece a simple vista como tareas incalculables que hacía el sacerdote y no las realiza más y así pueda el sacerdote “quedar libre” para celebrar la Misa y oír confesiones. “Cuando no hay visiones el pueblo se relaja.” Hay una multitud de dones floreciendo en el Cuerpo. Y la persona que es designada para ejercer funciones de liderazgo en la comunidad parroquial es sobre todo quien se aferra a la visión del Reino de Dios que es esencial al sentido y mensaje de Jesús y solamente entonces, llama a sus semejantes a vivir en la fe esa visión a través de su carisma de liderazgo. Mucho se le pide a quien es líder; no solamente que ejerza la administración efectivamente. Tampoco se le pide únicamente que sea “director de recursos humanos.” Y se le pide más aún, cuando necesita explicar de una manera clara ante la comunidad la visión del Reino de Dios – forjada totalmente por la inmersión en los “lugares mundanos” de los nuevos Areópagos – de una manera que sea al mismo tiempo respetuosa en el diálogo y persuasiva al enfrentarse con la duda y la ambigüedad.

DONES PARA LA TAREA

¿Cómo es precisamente que las personas que ejercen el liderazgo harán esto?

Primero, por el hecho de ser competentes para realizar las tareas que tienen entre manos. En liderazgos parroquiales, esta competencia conlleva no solamente un total conocimiento de las labores de la parroquia sino también – esto es aún más importante – una buena medida de competencia en Teología, Sagrada Escritura, Ética, Espiritualidad, Historia de la Iglesia y Derecho Canónico. En segundo lugar la vida de quienes ejercen liderazgos parroquiales deberán estar marcadas por una profunda pasión por el ministerio parroquial, por las personas a quienes sirven estos ministerios, así como por aquellas personas – sacerdotes, diáconos, hermanos y hermanas en vida religiosa y demás personas en los diversos ministerios – quienes, junto con las personas líderes, sirven a la parroquia. En tercer lugar, las personas en el ejercicio de sus liderazgos deben tener habilidad para la comunicación de la visión de la parroquia – y la visión del Reino de Dios que se encuentra en el corazón de la misma – a las personas que son sus colaboradores y colegas así como a quienes se encuentran más allá del propio mundo parroquial.

Son las personas en liderazgos quienes, precisamente como un signo del Reino de Dios en el mundo, deben estar atentas al latido de Dios en los nuevos Areópagos, poniendo especial atención a las corrientes subyacentes que el Espíritu provoca en cada corazón humano, aún y especialmente en quienes viven en “mundos” cuyos significados, propósitos y valores son diferentes a aquellos de quienes llevan el nombre de cristianos.

Al llegar al cuadragésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II así como de su documento final, Gaudium et Spes las personas que ejercen diferentes liderazgos deben redoblar su compromiso de ser un signo, más aún, un sacramento, del Reino de Dios en el mundo, llamándonos a ver que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los pueblos de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (Gaudium et Spes, no. 1) de Aquel que aún ahora, permanece entre nosotros “como quien sirve.”

Este es el regalo y la tarea de quienes ejercen liderazgos, preparar el camino para que la nueva generación y las que le sigan, encuentren nuevas formas de servir a la Iglesia y su misión, de esas generaciones surgirán las nuevas personas líderes que continuarán haciendo presente la visión transmitiéndola a las comunidades de sus propios tiempos y lugares. VN

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